Por: Gustavo Jiménez Cadena, S.J.Marzo 18, 2016 El ejército de Liberación Nacional ELN sigue matando aquí y allá. No mata cucarachas y ratones, sino personas como usted y como yo. Personas con derecho a vivir, capaces de amar, reír y llorar. Personas con esposa, hijos, hermanos, madre, con seres queridos que lloran al ver el cuerpo del ser amado hecho pedazos, en un charco de sangre. Esto es lo que está haciendo el ELN en forma más desenfrenada que antes en estas últimas semanas. ¿Por qué siguen matando así los elenos? No parece haber una sola razón lógica que lo explique. Muchos dicen que para demostrar un gran poder bélico y llegar a la mesa de negociaciones pisando duro. ¿Será una señal inequívoca de poderío militar el terrorismo en forma de explosión de oleoductos y torres de conducción eléctrica, de siembra de minas quiebrapatas y de emboscadas a patrullas militares y a buses escolares? En mis andanzas como sacerdote por los montes de Santander, Córdoba y Nariño he pasado muchas veces, solo y con mi morral al hombro, junto a torres de conducción eléctrica y tubos de oleoducto. Allí me encuentro yo solo, absolutamente solo. No se ve ni una sola persona, ni un solo rancho en todo lo que abarca la vista. En esos momentos he reflexionado: para colocar una carga de pentolita en estas soledades no se requiere ni un solo miligramo de valentía. Estas formas de terrorismo tampoco demuestran un efectivo poder militar: basta con disponer de unos miles de pesos para comprar los explosivos en el mercado negro, ¡y ya está! Eso lo puede hacer hasta un ejército derrotado y en desbandada, en los últimos estertores de la agonía. Conclusión: la escalada de violencia no convence como demostración de poder militar. Para el triunfo de una revolución es condición necesaria el apoyo del pueblo. Sin una opinión pública favorable no hay victoria posible. ¿Lo está logrando el ELN con su escalada de última hora? Podemos estar seguros de que el pueblo colombiano no quiere que en el futuro lo gobiernen personas que hoy masacran a sangre fría a sus semejantes y destruyen nuestra escasa riqueza nacional. Esto significa que cada explosión de un oleoducto o de una torre de conducción eléctrica, cada emboscada, cada vida humana destrozada constituye un paso de marcha atrás en el camino hacia el triunfo de la revolución. La simpatía y apoyo del pueblo no se gana con el garrote. Mucho menos con el plomo, el derramamiento de sangre, las lágrimas y la destrucción. Si el recrudecimiento de la violencia no confiere un mayor grado de poder para negociar la paz con el estado, si la escalada terrorista contribuye a alienarse el apoyo del pueblo y a distanciarse aún más del triunfo de la revolución, entonces, ¿por qué siguen matando los elenos a sus hermanos colombianos? No lo sé. Que nos lo digan ellos y expliquen si existe alguna razón que justifique el acabar con la vida de un solo ser humano.
