Por: Comité Comunicaciones CG 36Octubre 13, 2016 El retrato es innegablemente desafiante, pues el Prepósito General “debe ser de los más señalados en toda virtud, y de más méritos en la Compañía y más a la larga conocido por tal” [Co 735]. Más que las excelencias técnicas de una persona, se apunta a las cualidades más profundas de su mente y de su corazón, lo que Ignacio llama “virtudes”. Lo que él quiere para dirigir la Compañía de Jesús no es un mero experto, sino una clase determinada de persona, alguien que pueda dirigirnos sobre todo con su ejemplo, que sea “un espejo y dechado” para todos nosotros. Lo que quiere, sobre todo, es que sea un buen jesuita. En terminología contemporánea, podríamos expresarlo así: Sobre todo, el P. General tiene que ser una persona de profundidad espiritual, de amistad con Dios en la oración, en la acción y en sus relaciones humanas. Con libertad de corazón, para que lidere con un amor humilde, justo y valiente. Que sea una persona de iniciativa y perseverancia en el bien, mostrando siempre magnanimidad cuando se enfrente al éxito o al fracaso. Con cuidado de su salud y de su apariencia. Que en el espíritu, alma y cuerpo viva el magis con un corazón grande, abierto a Dios y a los demás. Un retrato así puede parecer tan exigente que no hay forma de encontrar a nadie que se acerque mínimamente a él. El mismo Ignacio parece que fue consciente de este problema. Por eso añadió en el mismo párrafo un criterio último recogiendo tres únicas cualidades imprescindibles: “Y si alguna de las partes arriba dichas faltasen, a lo menos no falte bondad mucha y amor a la Compañía y buen juicio acompañado de buenas letras”. En otras palabras, lo esencial es el tríptico de un carácter sano, un profundo amor a la Compañía, y un culto buen sentido. Ante la innegable sensación de que todos nosotros nos quedamos cortos; a las puertas de esta Elección confiamos, sobre todo, en la gracia de Dios.