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Redes sociales: verdades y mentiras

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Por: José Leonardo Rincón, S.J.Agosto 4, 2017 Me sorprende encontrar gente joven que no está en las redes sociales. Que no lo estén los mayores de 50, vaya y venga, es comprensible desde el punto de vista de goma o gusto, o sencillamente de habilidad para manejar estos aparatos. Ahora que se habla de milenials y centenials, se pone en evidencia aquello de los nativos digitales, esto es, de las jóvenes generaciones que nacieron con el chip incorporado, con una facilidad proverbial para manejar tabletas, computadoras y celulares con una propiedad y naturalidad que ya viene en sus genes, pues no lo aprendieron en ninguna clase. No es exageración. Hace poco quedé anonadado viendo un niño que no había cumplido los dos años, navegando en su tablet con una soltura de hombre experimentado! Estos niños y jóvenes se mueven como peces en el agua en el manejo de las redes y caen enredados por no decir atrapados en ellas, llámese el tradicional Facebook o todo lo que ha venido apareciendo con el correr de los años: Twitter, Whatsapp, Instagram, Youtube, Linkedin, entre muchas. Personalmente no me quejo. Desde hace años, quizás por ser de una generación bisagra, quizás por ser educador en constante contacto con gente joven, no me ha quedado de pa’rriba, como se dice familiarmente, introducirme algo en ellas. Hay que estar en la jugada, más que andar a la moda es un imperativo categórico. El que no está en ellas no existe, sentencian con prosopopeya los entendidos, qué estrés! Pero ojo que la ansiedad no es entrar en este fascinante mundo, sino en mantenerse. Esto se convierte, de alguna manera, en una especie de adición que no se puede dejar. Por eso, más de uno ya nos estamos jorobando, por andar pegados, casi esclavizados de estos juguetes. ¿No han visto al celador, al policía, al irresponsable conductor, al muchacho en el bus, al ejecutivo en su reunión, con la cabeza gacha, cual autómatas, leyendo, jugando, chateando, aislados en su mundillo? Como decano universitario me extrañó bastante que mi Facultad no estuviese enredada. Nos dejó el tren de la historia!, exclamé con dramatismo, como si fuera el representante de la clase adolescente. Si no estamos allí, sencillamente no nos ven, no somos visibles, no saben que existimos, no se enteran de lo que hacemos. Es tan importante el asunto, que contamos ahora con un comunicador para que, entre otras funciones, administre nuestras cuentas en esas redes sociales. Es importante no sólo estar allí sino estar actualizado, ya porque nos enteramos sobre lo que pasa en otras latitudes, ya porque le contamos al mundo, sí, al mundo, lo que hacemos. Más este asunto, como todos los medios o herramientas, posee un doble filo. Puede ser un excepcional instrumento de comunicación que en contados instantes nos enlaza con la antípoda lejana y nos permite saber lo que pasa globalmente, compartir datos importantes, aprender fácilmente lo que de otro modo llevaría tiempo, o puede ser un arma letal para difamar, transmitir mensajes falsos, hacer virales, como se dice ahora, noticias inventadas, generar zozobras y armar conflictos de todo tipo. Quienes estamos en ellas lo sabemos. Tenemos una responsabilidad social grande. Por estos medios, aprovechados políticamente, corrió como pólvora la primavera árabe, por aquí se convocaron millones para marchar contra la guerrilla que nos tenía hastiados. Pero también por estos medios se arman historias de farándula, se inventan chismes y cuentos, se dicen muchas mentiras, se denigra de los adversarios, se inoculan odios y rencores recalcitrantes. ¡Hay de todo! Hay que estar en las redes sociales, pero hay que saber estar. Hay que discernir entre verdades y mentiras, no se puede tragar entero, no se puede comer cuento sin más. Esto no es un costurero de élites, ni un chismorreo de comadres, ni espacio para pelea de verduleras. Es verdad que es tribuna abierta y libre para expresar nuestro pensamiento, pero no es una cloaca para echar toda la escoria que muestra lo peor de nuestra condición humana. Por aquí se han re-encontrado muchos, se han conocido otros para amarse y ser felices, se han hecho grandes amistades, pero también por aquí se ha incitado a la violencia, se ha promovido el suicidio y hasta se ha invitado al asesinato. Hay que estar en las redes sociales y ya sabemos que en ellas hay verdades y mentiras. Hay que estar atentos y alertas. No se pueden demonizar pero tampoco deificar y rendirles culto. Son medios, no fines en sí mismos. No son buenos o malos per-se. Serán lo que queramos que sean. Un uso correcto, ético, responsable, es lo mínimo que uno espera. Algunos jóvenes que no quieren intencionalmente estar en las redes no es porque no puedan o no sepan cómo hacerlo, sino porque les hastía ese maremagnum de asuntos que no se sabe hasta qué punto son creíbles y prefieren estar en paz a complicarse más la vida. Respeto su posición pero creo que el asunto no es alejarse asépticamente de este mundo sino prepararse para insertarse en él y poder discernir en medio del caos lo que más y mejor nos conviene. Y en todo lo que esté a nuestro alcance proceder de la mejor manera posible. ¡Ahí está el quid del asunto!

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