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Reflexiones sobre mi experiencia de ´Silencio´

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Por: Yamid Castiblanco, S.J.Febrero 21, 2017 Advierto que esto no es una reseña (varias y muy buenas ya se han hecho de la película). Advierto también que aquí abundan los spoilers. No advertiré, sin embargo, sobre la catolicidad de esta película (irrelevancia que otros han osado), pues ni la cinta ni este artículo tienen intención inquisidora o apologética. Dicho esto, y sin más rodeos, espero que estos ecos de mi experiencia de ´Silencio´ te ayuden a cuestionarte interiormente: 1. Silencio no es sinónimo de ausencia o de vacío. Lejos o cerca de quien amo pueden no mediar las palabras y, sin embargo, siento que la mirada de ese ser supera toda presentación, distancia o comunicación. La mirada es presencia y atraviesa todo olvido. En esta medida, Jesús crucificado, aunque con mirada muda, siempre estuvo con Rodrigues. Un signo de ello es el rostro del Cristo sufriente que llega a reflejarse en la cara del misionero. 2. Rodrigues afirma: no entiendo su idioma, pero veo y comprendo su mirada. Las palabras nativas de los humildes kirishita son una confesión de fe explícita que escapa a Rodrigues. Sin embargo, él logra ver el corazón de los kirishita más allá de la superficie de acciones como pisar imágenes o escupir crucifijos. En ellos, Rodrigues capta esperanza, miedo, dolor, valentía, debilidad, negación, arrepentimiento… todo ello: componentes de la fe. En cuanto a la mirada de Rodrigues hacia ellos, ¿qué vemos en ella? Quizás lo mismo que tenía la mirada de Jesús hacia Pedro: compasión, desesperación, sufrimiento, desengaño… todo ello: componentes del amor. En cuanto a nosotros: ¿Cómo es nuestra mirada hacia Rodrigues, Ferreira, los mártires y los apóstatas? En cuanto a Ferreira y Rodrigues tras la apostasía: ¿Cómo es su mirada? ¿es de apóstatas convencidos, de hombres felices? Quizás su martirio fue el más doloroso, lento y humillante de los que vemos en la película, pues se vieron forzados a negarse a ellos mismos al punto de reprimir al máximo lo que les era más querido y sagrado. La cruz entre las manos de Rodrigues en la escena final, puesta por la japonesa, es signo de que él no renunció de corazón a su fe y que quizás ella, gracias al portugués, llegó a abrazar la misma fe cristiana en la clandestinidad: arriesgándose ambos a la muerte si hubiesen sido hallados con objetos cristianos. 3. Escuchamos la voz de Jesús que nos recuerda su sacrificio de amor al asumir nuestra condición humana y cargar con nuestro pecado. Así, si lo que no se asume no se redime, quizás Ferreira y Rodrigues optaron por hundirse en el «»pantano japonés»» cargando sobre sí esa recia cultura: la misma de sus torturadores. Me pregunto si luego de apostatar ellos tenían la libertad de abandonar el Japón para siempre o si, casi como prisioneros, ellos hubieran podido causarse la muerte para escapar a su apostasía y mostrar su arrepentimiento. Y aunque por su decisión de morir como japoneses nadie más se hubiera convertido en secreto al cristianismo, ¿la indiferencia de los demás haría inválida o inútil aquella manifestación de la redención de Cristo? ¿el desprecio hacia Jesús le restaría universalidad a esa mismísima redención? 4. La fe cristiana es fe en Jesús que mueve a seguirlo. A veces más de cerca, a veces más de lejos. Pero seguir o querer seguir a Jesús supone ir en búsqueda de todos aquellos que más le preocupaban a él: los perdidos, los pecadores, los enfermos, los excluidos. La intención de los misioneros era entonces salvar almas, y en el caso de Rodrigues y Garupe, recuperar a Ferreira. Pero ellos, ¿ya estaban salvados por la firmeza de su fe? Parece que la apostasía les ha perdido para siempre, pero quizás en su caso, la redención gratuita y la resurrección de Jesús solo llegan a plenitud tras su rendición, tortura y muerte espiritual: en medio o al final de su doloroso silencio y esto con mediaciones humanas. A este respecto, resulta conmovedor que el cristiano que se reconoce más débil en toda la película, el apóstata reiterado, aquel que introdujo a los dos misioneros en el Japón y que luego se vio forzado a traicionarlos, busca a Rodrigues hasta el final con corazón arrepentido y hace renacer en el portugués su fe y su sacerdocio. En conclusión: querer salvar a los que considero perdidos supone dejarme también salvar por ellos. 5. ¿La fe cristiana debe vivirse o decirse? Por un lado, es natural pensar que una fe que se dice, pero que no se vive, no es coherente y por tanto resulta poco creíble. Por otro lado, si creemos que la fe cristiana sólo debería vivirse en el fuero interno para evitar el conflicto entre creencias o la competencia con alguna religión nativa, ignoramos el hecho de que la encarnación de la fe supone también el habla… un habla que, aunque no anuncie explícitamente a Cristo, conlleva expresión, toma de posición en defensa de valores inherentes a esa fe como la justicia, la paz, la libertad… Sin embargo, bajo las circunstancias de persecución de los kirishita y los misioneros de la época, ¿podemos juzgar como incoherente una vivencia «»intimista»» de la fe cristiana que es al mismo tiempo apostatada en el decir? Creo que no, pues un heroísmo como el morir aferrado a la coherencia entre la fe vivida y la fe afirmada de labios para afuera no puede prescribirse como deber moral. En tales circunstancias, todo juicio ético se suspende y saltamos al plano puramente religioso que trasciende la ley, la exterioridad de las acciones y nuestras auto justificaciones. Solo desde allí, puedo encontrar, a la luz de Dios, la medida y las verdaderas motivaciones de mi amor. Nadie podría responder en mi lugar si apostaté o me mantuve coherente por amor hacia los demás o si una u otra alternativa fue la mejor que pude adoptar. Nadie sino Dios podría decir hasta qué punto fui plenamente humano o hasta qué punto fui bestializado o enloquecido de dolor. 6. Fe y comunidad se alimentan mutuamente y por eso resulta trágico ser piedra de escándalo para la fe de los demás. Sin embargo, la madurez de nuestra fe demanda también que asumamos personal y plenamente sus consecuencias en nuestra propia existencia. La fe cristiana es fe solo en Jesús. No es fe en el paraíso o fe en un sacerdote. Por eso, aun con la esperanza cristiana en la resurrección y con la confianza en las mediaciones humanas, nuestra fe está llamada a ser cada vez más pura y libre, independiente incluso de la confesión de fe que lleguen a dar quienes nos la transmitieron. En este sentido, la pérdida de fe de parte de los demás no podría considerarse como responsabilidad propia. De lo contrario, la apostasía hubiera acabado en todo Japón con el cristianismo, el cual sobrevivió sin sacerdotes y es actualmente practicado por una minoría creciente. Hasta aquí algunos de los principales ecos que me resuenan tras la película. Finalmente, comparto un par de inquietudes que nada tienen que ver con la inútil tortura de preguntarme si yo sería capaz o no de resistir un hipotético martirio ni con respuestas orgullosas como: ¡jamás apostataría!, cargadas de autosuficiencia y carentes de auténtica fe. Mis inquietudes no tienen respuesta definitiva, pues son objeto de discernimiento para el resto de la vida y por ello espero que tú también te la hagas cotidianamente: ¿cómo estoy viviendo mi fe en mis circunstancias históricas y sus desafíos? y ¿Cómo descubro a Dios en las situaciones límite de mi humanidad, de mi dolor, de mi comprensión… de mi existencia?

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