Jornada de gratuidad y evaluación: reafirmando lazos comunicativos
El 18 y 19 de junio, el equipo de la Oficina Provincial de Comunicaciones se encontró en la finca San Claver en Santandercito, para revisar el proceso de planeación propuesto para este año y seguir fortaleciendo la colaboración con la Red Juvenil Ignaciana (RJI), la Misión Vocacional y el Centro Ignaciano de Reflexión y Espiritualidad (CIRE). El encuentro fue acompañado por el P. Antonio José Sarmiento Nova, SJ, socio del P. Provincial, y responsable del equipo de comunicaciones. Durante el primer día, el equipo de comunicaciones participó en una charla sobre discernimiento y planeación, orientada por Laura Perdigón, secretaria ejecutiva de planeación. Esta sesión permitió a los participantes reflexionar sobre las estrategias implementadas y alinear sus esfuerzos con la visión de la Provincia. También se llevaron a cabo dos talleres centrados en la sinergia del equipo que fomentaron la colaboración y la unión de ánimos de la oficina. La jornada cerró con un espacio dedicado a la gratitud reafirmando el compromiso de trabajar juntos, incrementar la escucha y la comunicación asertiva. El 19 de junio, a la jornada se unieron el Hno. Rafael Hernández, SJ, director de la Promoción Vocacional; el P. Nilson Castro, SJ, delegado vocacional a nivel nacional; y Natalia González, coordinadora de la Red Juvenil Ignaciana. Junto a ellos, se evaluaron los avances del proceso articulado durante el primer semestre de 2024, destacando los logros obtenidos gracias a la iniciativa de trabajo colaborativo promovida por el P. Provincial. Los avances en la integración de los esfuerzos, las dinámicas de trabajo, la claridad en la comunicación de la OPC y el seguimiento de la articulación fueron puntos clave de la evaluación. También se discutieron los desafíos asociados a los proyectos imprevistos y la necesidad de expandir el equipo de comunicaciones para la Misión Vocacional y la RJI, debido al aumento en el volumen de trabajo. Aunque en la planificación estratégica no se consideró el apoyo a las comunicaciones del CIRE, después de seis meses de trabajo en equipo se ha desarrollado una perspectiva de acompañamiento y se desarrolla en una propuesta comunicativa conjunta. El encuentro también facilitó la generación de ideas para promover la espiritualidad ignaciana. Estos momentos de reflexión y conexión son vitales para que cada integrante del equipo revise su vocación y renueve su dedicación a la labor comunicativa que está al servicio de la Provincia. Este encuentro resultó muy fructífero; permitió evaluar integralmente los procesos y las cargas de trabajo, y ofreció una oportunidad para expresar gratitud por los significativos progresos alcanzados en esta colaboración comunicativa que ha generado numerosos avances. De izquierda a derecha: María Alejandra Rojas Matabajoy – coordinadora de comunicaciones, Nilson Castro, SJ – delegado vocacional, Natalia González – coordinadora RJI; Karen Forero – profesional comunicaciones RJI Y MV, Valentina Souza – profesional Diseño, Imagen y Producto, Alix Niño – profesional Comunidades Digitales; Silvana Osma – comunicadora CIRE, Rafael Hernández, SJ – director de la Promoción Vocacional y Antonio José Sarmiento, SJ – socio y delegado de comunicaciones.
Así se vivió el lanzamiento del Año Ignaciano en nuestra provincia
En la conmemoración de los 500 años de la herida de san Ignacio, dimos inicio al Año Ignaciano en nuestra Provincia como una invitación para vivir a fondo esta experiencia de renovación en cada uno de nosotros. ___________________________________________________________________________________ El pasado lunes 31 de mayo en Bogotá, se llevó a cabo la inauguración del Año Ignaciano en nuestra provincia, a través de un encuentro virtual organizado por el Centro Ignaciano de Reflexión y Ejercicios (CIRE), en colaboración con la Red Juvenil Ignaciana y la Curia Provincial. Durante el evento, se presentaron las actividades programadas para este año y se compartieron profundas reflexiones sobre el sentido de esta conmemoración. La jornada inició con un mensaje del padre Provincial, Hermann Rodríguez, SJ, quien destacó tres elementos fundamentales en el proceso que vivió Ignacio en su camino de conversión a partir de la herida. La quietud a causa de la herida, resalta el padre Hermann: “fue fundamental para que Dios pudiese hacer su obra en él”; el silencio, como una herramienta para tener largos momentos de reflexión, y la lectura de la vida de Cristo, como un acercamiento a la palabra de Dios. Al evento también asistió Luis Felipe Navarrete, SJ, director del Centro de Formación Teológica de la Pontificia Universidad Javeriana, quien compartió su discurso sobre el profundo sentido que tiene este Año Ignaciano. Resaltó que “celebrar el Año Ignaciano representa una oportunidad para hacer memoria colectiva de los caminos de la Compañía de Jesús” y que es la ocasión “para discernir los signos de la gracia divina que se nos ofrecen en las actuales circunstancias”. De igual manera, asistió el director (e) del Centro Ignaciano de Reflexión y Ejercicios (CIRE), Jesús Prieto, SJ, quien compartió el cronograma de actividades a realizar en nuestra provincia durante este Año Ignaciano. Finalmente, el padre Stivel Toloza, SJ, director de la Red Juvenil Ignaciana, ofreció una oración para culminar el evento. “Señor, concédenos la gracias de mirar con tus ojos nuestra realidad, de cristificar nuestra mirada con tu compasión; que tu evangelio y tu amor nos permitan ver nuevas todas las cosas en nuestra vida y en nuestra Provincia”. ___________________________________________________________________________________ Revive la transmisión del evento
Los misterios del final de la vida del Señor
Conoce el itinerario de oración para Semana Santa, escrito por Luis Raúl Cruz, SJ, del Centro Ignaciano de Reflexión y Ejercicios, para el blog Dios con Sentido. _________________________________________________________________________________________________________________ Estamos ante el acontecimiento de la salvación, en el cual renovamos nuestra fe en el misterio divino. Es un misterio que pasa por el conflicto, el dolor, el sufrimiento y la muerte, pero es en esta situación de postración y humillación en la cual Dios nos libera del pecado. Ahí no culmina todo, porque sabemos que Dios ha resucitado a Jesús de entre los muertos y está vivo. Si somos creyentes no existe problema alguno, porque lo confesamos de corazón, pero… hay un ambiente distinto en el cual vivimos nuestra fe, un ambiente que va disminuyendo el rumor y sabor cristiano, en el cual tenemos que vivir y ayudar a transformar. Porque tenemos que estar en el mundo sin ser del mundo (Jn 17,14-18). Lo primero que tenemos que hacer es preguntarnos a ver si nos identificamos con Jesucristo, él ha de ser la medida de nuestra vida y entrega en la realidad que tenemos que vivir. Dios no está al margen de la historia, ni tampoco escondido de lo que pasa. El problema está en la poca identificación con Jesucristo y apertura a su Palabra, parece que al no ser popular ser cristiano y con la carga de desprestigio que tiene ¿no será porque nos ven desfasados y desmotivados ante la realidad? ¿sentimos que nuestra experiencia de fe, al compartirla con los demás les ayuda en la vida? ¿Cuándo nos preguntan por Dios, nos llenamos de miedo y no sabemos que contestar o nuestra cara se llena de alegría porque hablamos de lo que vivimos y da sentido a nuestra vida? Quizá lo que aparece ante la realidad del misterio que conmemoramos en Semana Santa, sean preguntas nuestras o de la sociedad, pero el espacio para las respuestas habrá que escucharlas en la contemplación del amigo de la humanidad, en el silencio orante con el Hijo del hombre y en el sufrimiento del Hijo de Dios… una buena compañía para seguir adelante en medio de las luces y sombras que hay en nuestra vida. Otras preguntas, para seguir abriendo ventanas, ante el susurro del Espíritu de Dios que está en medio de nosotros ¿Nos sentimos llamados a dar un testimonio alegre y optimista de lo que creemos? ¿sentimos el reto y el aliciente de confesar con nuestra manera de vivir lo que creemos? ¿estamos como seguidores de Jesús, dispuestos a correr riesgos por ser sus testigos? No podemos ignorar que existe un creciente desconocimiento y olvido de Dios, así como el malestar expresada en la increencia de un dios que deja a la humanidad sufriendo y no parece interesarle nada. Así mismo, muchos cristianos sienten tambalear su fe porque Dios parece que no escucha o no se da cuenta de lo que sucede. Son situaciones que interrogan y siguen abiertas. Una pista de búsqueda, es que la pregunta por Dios es una pregunta a nosotros los cristianos por nuestra manera de vivir y proceder en la vida, es un interrogante a nuestra fe y comunicación de lo que decimos creer. Se convierte el que pregunten por Dios en un examen a nuestro estilo de vida y el testimonio de vida que damos. No es un juego, ni una apuesta a ver que pasa, sino que es un riesgo continuo el ser cristiano. Semana santa es mirar de frente la acción salvadora de Dios en el drama de la historia, porque a Dios le duele lo que le sucede a la humanidad, por eso asume el riesgo de estar con la humanidad y de ir a su ritmo en el silencio del sufrimiento, en la solidaridad del sinsentido, en la ausencia del consuelo, en la aflicción del dolor, para hundirse hasta el fondo, todo ello impensable para nosotros, pero desde las honduras y las profundidades de la muerte, rompe las cadenas opresoras de la humanidad y desde allí se levanta victorioso, llevando consigo a la victoria a todos los seres humanos. Conoce aquí el itinerario completo de oración para Semana Santa, en el blog «Dios con Sentido», del Centro Ignaciano de Reflexión y Ejercicios.
¿Ustedes quién dicen que soy yo?: nuestras imágenes de Cristo
Joaquín Emilio Pachón, SJ, párroco de la Parroquia Santa Rita en Cartagena, nos comparte su reflexión en este segundo viernes de Cuaresma.
Conviértanse y crean en el evangelio
Con estas palabras (Marcos 1, 15), que hoy escuchamos al recibir la ceniza resultante de la quema de los ramos del año anterior y comenzar así la Cuaresma -los 40 días de preparación para la Semana Santa-, inició Jesús su predicación anunciando la cercanía del reino de Dios, es decir, del poder de su amor. Convertirse significa originalmente “cambiar de mentalidad”: una transformación de la mente que se traduce en un proceso de reorientación hacia Dios, situándonos en la onda de su voluntad, que es voluntad de amor: amor a Él sobre todas las cosas, demostrado en el amor al prójimo. Y creer en el Evangelio, es decir, en la Buena Noticia -que es lo que significa esta palabra- es aceptar en nuestra vida el mensaje salvador de Dios que nos ama infinitamente, que se nos reveló en la persona de Jesús y que nos comunica su Espíritu para que nosotros vivamos en la onda de su amor. 1. “Rásguense el corazón, no las vestiduras” La primera lectura, tomada del libro de Joel (2, 12-18), uno de los profetas del Antiguo Testamento, hace referencia al rito de rasgarse las vestiduras, que realizaban los judíos para expresar dolor por los pecados propios o de los demás. Joel invita más bien a rasgarse el corazón, de modo que no nos quedemos en ritos externos, sino que nuestra actitud de arrepentimiento sea sincera, desde lo más profundo de nuestro ser. Y también el mismo profeta resalta una frase que aparece varias veces en los textos bíblicos para indicar el amor de Dios, que es “compasivo y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad” (Éxodo 34:6-7; Números 14, 18; Salmos 86, 103, 144). Acogiendo esta invitación, no nos quedemos en el rito externo de recibir la ceniza -que también en la Biblia es signo de arrepentimiento y penitencia-, sino sintamos de verdad en nuestro corazón la necesidad de reorientar nuestra vida hacia Dios, es decir, hacia el Amor que es Él mismo. 2. “En nombre de Cristo les pedimos que se reconcilien con Dios” Esta exhortación de Pablo en su segunda carta a los cristianos de la ciudad griega de Corinto (5, 20 – 6, 2), se dirige hoy también a nosotros. El sacramento de la Reconciliación es signo de la acción misericordiosa de Dios que perdona nuestro pecado cuando nos arrepentimos sinceramente. Y esto sucede cuando, confiando en su amor y en su poder sanador, nos proponemos convertirnos, es decir, reorientar nuestra vida hacia Él. La Cuaresma que hoy iniciamos es un tiempo especialmente propicio para celebrar este sacramento, llamado también de la Penitencia, de la Confesión y del Perdón. En los comienzos de la Iglesia, la confesión de los pecados era pública, y de ahí proviene la fórmula “Yo confieso ante Dios todo poderoso, y ante ustedes, hermanos, que he pecado mucho…” Pero luego, en el transcurso de los primeros siglos de la era cristiana, se fue viendo la necesidad de la confesión privada, tanto para preservar el derecho a la intimidad de la conciencia, como para recibir personalmente una asesoría o un acompañamiento espiritual. Acojamos pues la exhortación del apóstol san Pablo, que reconocemos como palabra de Dios mismo, reconociendo que el sacerdote que oficia este sacramento representa tanto a Dios como a la comunidad. 3. “Cuiden de no practicar su justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos” Finalmente, en el Evangelio (Mateo 6, 1-6. 16-18) nos dice Jesús cuál es la actitud con la cual debemos realizar los tres elementos que componen la Cuaresma: la limosna, el ayuno y la oración. – “Dar limosna” es compartir los bienes propios con los necesitados, tanto los materiales como los espirituales. La Iglesia nos invita especialmente en este tiempo a la “comunicación cristiana de bienes”. Por eso una parte de la colecta que se recibe en las eucaristías se destina a contribuir con la acción social de la Arquidiócesis en favor de quienes padecen situaciones de pobreza. – “Ayunar”, como también “hacer abstinencia” es privarse de consumir determinados alimentos, no sólo como expresión de penitencia, sino también para compartir con los necesitados. La Iglesia prescribe como días de ayuno el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo: consiste en una comida al mediodía y dos pequeños refrigerios, uno en la mañana y otro en la noche, y obliga a los fieles entre los 18 y los 58 años de edad. Y como días de abstinencia, que obliga a los mayores de 14 años, el Miércoles de Ceniza, los viernes de Cuaresma y el Viernes Santo, privándose de comer de carne, excepto la del pescado. El ayuno y la abstinencia tienen un sentido de penitencia que no debería reducirse a los alimentos. Puedo ayunar o abstenerme reduciendo, por ejemplo, ciertas formas de consumismo. Pero, de cualquier forma, la penitencia debe orientarse a la caridad solidaria. En este sentido, lo esencial es abstenerse de algo para compartir con los necesitados. – “Orar”, es comunicarnos con Dios. En la Cuaresma se nos invita especialmente a reforzar la búsqueda de espacios y momentos para escuchar su Palabra, para alabarlo y darle gracias, para examinar delante de Él nuestra conciencia en una revisión cotidiana de nuestros pensamientos, palabras, obras y omisiones, para pedirle perdón por nuestros pecados, para expresarle nuestro propósito de conversión y pedirle que nos muestre su voluntad, para pedirle también lo que necesitamos tanto física como emocional y espiritualmente. Pues bien, tanto en el compartir con los necesitados, como en el ayuno y la abstinencia, como en la oración a Dios, nos dice Jesús que debemos tener una actitud humilde y sincera, opuesta a la de los soberbios e hipócritas que tanto criticó Él porque realizaban los ritos religiosos para que los vieran y los alabaran. Ofrezcámosle pues al Señor nuestro propósito de vivir esta Cuaresma con un verdadero espíritu de humildad y sinceridad, pidiéndole para ello su luz y su gracia e invocando la intercesión de María Santísima, modelo de sencillez y de transparencia.
Cuaresma en el desierto y lo cierto es el despojo para renacer
REFLEXIONES PARA EL TIEMPO DE CUARESMA A partir del próximo viernes, y durante las cinco semanas que vienen, nuestras parroquias nos compartirán una serie de reflexiones que, sin duda, nos ayudarán a vivir este tiempo de Cuaresma que comenzamos hoy, con la celebración del miércoles de ceniza. El desierto, es más que un lugar; tiene un profundo significado bíblico y espiritual, tal como nos lo indica esta primera reflexión que nos comparte el CIRE. Este tiempo especial que vivimos como humanidad, tiene mucho de larga travesía pesada y sombría. En ésta hemos perdido compañeros, amigos, parientes cercanos; también hemos experimentado limitaciones de nuestros encuentros con la gente que más queremos. La mayoría de la población ha visto reducir dramáticamente sus ingresos, lo cual ha producido devastadoras consecuencias al interior de las familias. ¿Cómo vivimos los cristianos este tiempo de desierto? ¿De qué manera nos interpela? Algunas parroquias de la Compañía de Jesús en Colombia nos ayudarán a sentir, con sus mensajes, que no vamos solos en este trayecto. Una luz está en el horizonte: la plenitud de la vida en el resucitado. El desierto es un lugar de paso, presenta grandes retos, despierta inquietudes, genera incertidumbre, pero aligera la vida porque solo se va con lo mínimo necesario. El desierto es la tierra de la gran soledad, del horizonte abierto y el reto continuo de superar los cambios extremos… es una realidad de vida intensa, aunque todo sea provisional, precario, pasajero, monótono, cotidiano. Arena por todas partes y los transeúntes del desierto jadeantes ante tanta exigencia. En el desierto todo es real, sin apariencia, purificado de lo efímero, reducido a lo esencial, a lo indispensable. El desierto es silencio, soledad, abstinencia, ausencia… fascinación y susto porque hay que enfrentarse con uno mismo. Allí no hay límites: arena y yo… sin fronteras. Lo esencial del desierto es la ausencia de otros, el ayuno de encuentros y la abstinencia de presencias… como el pueblo de Israel al salir de Egipto (Ex 5,1; 15,22; 16,1; Dt 2,7; 8,2-4; Os 13,5) al regresar del destierro (Is 35,1; 40,3; 43,19) y descrito por el NT como preparación del pueblo (Mt 3,1-3) y prueba de Jesús, que supera y mantiene la fidelidad a la misión (Mt 4,1; Hb 2,18; 4,15; Hch 7,30-44). La gran prueba del desierto es la fe. No ver nada, perder la seguridad de caminar por el desierto, sumergido en la arena y sabiendo que Dios es toda la seguridad de la presencia. Sin fe no se puede vivir… y menos caminar por el desierto. Solo viviendo la monotonía del desierto… se agradece la fertilidad de la tierra… y el florecer precario que engalana fugazmente el horizonte, permite soñar con un espacio distinto y otra forma de vida plena y vital; más allá de haber sobrepasado la exigencia de la fragilidad, precariedad, pobreza, cansancio y fatiga. Allí se hace fascinante el sentir y gustar como la soledad se vuelve comunión y espacio de llamada, respuesta y encuentro. En el desierto también espera y seduce Dios… pero “Bajo tu gran cielo, en soledad y silencio, con humilde corazón, estaré ante Ti cara a cara. En este mundo laborioso, de herramientas y luchas y multitudes con prisa, ¿estaré ante Ti cara a cara?” (Rabindranath Tagore). El desierto coloca en crisis y hace crecer la existencia, da valor a lo importante, desecha lo que perturba o estorba el vivir. El desierto es la vocación grandiosa del ser humano que camina en el contexto de lo cotidiano… la grandeza enmarcada en lo rutinario. El misterio encarnado en lo repetido. En el desierto se dan encuentros que prueban la fidelidad de aceptar y querer la vida; se presenta el examen de profundidad… para que Dios se quede invadiéndonos. Solo puede haber encuentro en el desierto: porque allí descubrimos y leemos el misterio de la vida, de la presencia, y del encuentro. El desierto es ambivalente al ser lugar de dificultades, sin seguridades a que aferrarse (salir del propio amor querer e interés EE189) dureza y exigencia, pero al mismo tiempo espacio sagrado para el encuentro y la intimidad con Dios (comunicación del creador y la creatura EE 15). Que esta situación que atravesamos de experiencias de despojo, fragilidad, vulnerabilidad, crisis…, “ablande” nuestros corazones y los dejemos modelar y, de ese modo, seamos más receptivos y creativos. El desierto agota, satura, gasta… se tiene la impresión de que la tarea aplasta y lanza a la zozobra. Sin embargo, en el desierto esta Dios y donde EL esta hay sorpresas… porque EL es lo nuevo. Dios quiere hacer un ser humano nuevo, que viva en una tierra nueva y pueda organizar un cielo nuevo. De ahí que es un Dios imprevisible en sus exigencias: «ensancha el espacio de la tienda, despliega sin miedo la lona, alarga las cuerdas, clava bien las estacas, porque Dios quiere que amplíe la carpa en todas las direcciones» (Is 54, 2-3) Dios en el desierto de nuestro vivir cotidiano espera cambios radicales, transformaciones profundas… Dios es ante todo novedad. El desierto regala realismo y búsqueda de lo que en verdad vale la pena, porque habíamos puesto nuestra seguridad en algo incapaz de otorgarla. Creo que nos habíamos quedado sin Principio y Fundamento, por no estar afianzados sobre roca y habíamos olvidado a quien nos ha llamado. Es el momento de buscar nuestras raíces más profundas. Cuando ese recorrido se vive adecuadamente, es probable constatar, con el Peregrino, sin necesidad de otra herida en la rodilla, ir a fondo por haber tocado Fondo. En efecto, antes o después, el desierto nos conduce hacia el fondo estable y quieto, aquello que queda cuando hemos soltado –voluntaria o involuntariamente– todo lo demás (“para que el Criador y Señor obre más ciertamente en la su criatura, si por ventura la tal ánima está muy afectada y inclinada a una cosa desordenadamente, muy conveniente es moverse, poniendo todas sus fuerzas, para venir al contrario de lo que está mal afectada” EE 16). En medio del desierto actual, seamos conscientes de