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La pureza auténtica es la del corazón

El mensaje del domingo

XXII Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo B – 1 de Septiembre de 2024

Lecturas: Deuteronomio 4, 1-2.6-8; Salmo 15; Santiago 1, 17-18.21b.22.27; Marcos 7, 1-8.14-15.21-23

 

Los fariseos y algunos escribas que habían llegado a Jerusalén se acercaron en grupo a Jesús y vieron que algunos de sus discípulos comían sin purificarse. Porque los fariseos, y los judíos en general, ateniéndose a la tradición recibida de los antiguos, no comen sin antes lavarse escrupulosamente las manos; y al volver de la plaza no comen sin bañarse antes, y se aferran a otras muchas tradiciones, como es la manera de lavar los vasos, las jarras, los platos y las bandejas. Le preguntaron, pues, a Jesús: “¿Por qué tus discípulos no guardan la tradición, sino que comen sin purificarse?” Él les respondió: “¡Hipócritas! Qué bien dijo acerca de ustedes el profeta Isaías, cuando escribió: ‘Este pueblo me honra con los labios, ¡pero su corazón está lejos de mí’! El culto que me dan es vacío, las leyes que enseñan son invenciones humanas. Ustedes dejan de cumplir lo que Dios ha mandado, por aferrarse a una tradición inventada por los hombres”. Entonces volvió a llamar a la multitud y dijo: “¡Escúchenme todos y entiendan! No hay nada de afuera que, al entrar en uno, pueda hacerlo impuro. Al contrario, es lo que procede de su interior lo que hace impuro al hombre. Porque dentro, en su propio corazón, concibe él el propósito de hacer cosas malas como inmoralidad sexual, robos, asesinatos, adulterios, ambiciones, maldades, engaño, desenfreno, envidia, difamación, orgullo e insensatez. Todas estas cosas malas proceden del interior del hombre y lo hacen impuro” (Marcos 7, 1-8.14-15.21-23).

Este relato nos presenta la oposición entre quienes hacen consistir el cumplimiento de la Ley de Dios en la observancia de unos ritos tradicionales desconectados de la relación con el prójimo, y Jesús, quien enseña que la realización de la voluntad de Dios consiste en la rectitud de las intenciones orientadas al bien de las personas y de la sociedad.

 

1. “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí”

Esta frase citada en el Evangelio y que se encuentra en el libro de Isaías (29. 13), quien vivió en el siglo VIII antes de Cristo, no es aplicable únicamente ni a los tiempos de aquel profeta ni a los de la vida terrena de Jesús. Vale también para todos, pues siempre ha existido y sigue existiendo la falsa religiosidad que reduce la relación con Dios a unos ritos sin conexión con la ética. Los preceptos a los cuales se refiere el libro del Deuteronomio en la primera lectura son los llamados “diez mandamientos”, descritos un poco más adelante en ese mismo libro (5, 1-22) y que corresponden a una relación indisoluble entre el amor a Dios expresado en los tres primeros y el amor al prójimo en los otros siete. Sin embargo, la tradición judaica había tergiversado la Ley de Dios reduciéndola a unas prescripciones rituales vacías de sentido social.

La verdadera Ley de Dios, en cambio, implica una relación indisoluble entre el culto a Él y el amor al prójimo. Por eso los profetas del Antiguo Testamento denunciaron el ritualismo hipócrita cómplice de la injusticia. Jesús En los Evangelios evoca y amplía aquellas denuncias proféticas.

 

2. “Es lo que procede del interior lo que hace impuro al hombre”

Jesús rechaza constantemente el ritualismo vacío de amor. Para ayudar a los necesitados, no sólo se salta el precepto de no trabajar el sábado, sino también las normas preventivas de supuestas contaminaciones, como lo hace, por ejemplo, al acercarse a los leprosos, y al criticar, como en el Evangelio de hoy, los ritos minuciosos de purificación que imponían los doctores de la ley (también llamados escribas y letrados), pertenecientes a la secta de los fariseos que se consideraban incontaminados (el término “fariseos” significa “separados” para no contaminarse), y que se creían superiores a los demás por cumplir al pie de la letra esas tradiciones rituales.

Por eso dice que no es lo proveniente de afuera lo que hace impuro al ser humano, sino las intenciones torcidas que salen de su interior. Por tanto, lo que hace pura a una persona es la rectitud de sus intenciones. Me viene a la mente a este respecto aquella bienaventuranza de Jesús que se refiere a “los limpios de corazón” (Mateo 5,8), que son quienes tienen intenciones rectas en sus relaciones humanas.

 

3. La “religión pura y sin mancha”

En el Salmo recitado en la liturgia de hoy como responsorial se afirma que sólo puede vivir junto a Dios quien procede con honradez y practica la justicia. Y el apóstol Santiago, en la segunda lectura, dice que la religión pura y sin mancha consiste en ayudar a los necesitados y no contaminarse con la maldad del mundo, o sea con lo opuesto a la voluntad de Dios, que es voluntad de Amor. Esto no lo entienden o no parecen querer entenderlo quienes desde posiciones cerradamente tradicionalistas se aferran a prácticas rituales inamovibles en lugar de reconocer la esencia de lo que Dios quiere.

Al iniciar la cena en la que instituyó la Eucaristía, Jesús realizó un rito de purificación distinto de los tradicionales (Juan 13,1-15): les lavó los pies a sus discípulos -acto propio de los esclavos- y luego les dijo que debían ser servidores los unos de los otros del mismo modo en que Él estaba con ellos “como quien sirve” (Lucas 22,27). De este modo le dio un sentido nuevo y auténtico a la purificación, que consiste justamente en limpiar el corazón de todo cuanto le impida amar y servir. Esto vale también para nosotros: para participar debidamente en la Eucaristía necesitamos dejarnos purificar por Dios, de modo que reorientemos nuestras intenciones de acuerdo con su voluntad, que es voluntad de amor y servicio al prójimo. Y por eso mismo al celebrar el sacrificio redentor de Cristo -el misterio pascual de su muerte y resurrección- unidos en la acción de partir el pan, como llamaban a la Eucaristía los primeros cristianos (Hechos 2,42), debemos disponernos a com-partir, comprometiéndonos en la construcción de una auténtica com-unión o comunidad de amor. Pidámosle pues al Señor, invocando la intercesión de María, que nos disponga a realizar en nuestra vida lo que celebramos en la Eucaristía.

 

Preguntas para la reflexión

1. ¿Qué mociones o movimientos espirituales siento al oír la Palabra de Dios en las lecturas de hoy?

2. ¿En qué considero que consiste la verdadera pureza de corazón, a la luz de esta Palabra de Dios?

3. ¿Cómo siento que debo realizar coherentemente en mi vida lo que se celebra en la Eucaristía?

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