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El descanso es necesario

El ritmo de la vida moderna es acelerado. Casi no hay tiempo para nada. La obsesión de la productividad, la eficiencia y el rendimiento es algo que amenaza seriamente la salud de las personas, la estabilidad emocional y familiar. Todo porque vamos de prisa, muchas veces sin saber hacia dónde, pero debemos llegar lo más pronto posible. Nos negamos el descanso, lo que los antiguos llamaban el ocio, contrapuesto a lo que es el negocio –negar el ocio- pues es lo que cuenta y por lo que ordinariamente somos medidos y evaluados. Qué distinta es la actitud de Jesús ante la urgencia apostólica de sus discípulos, que por estar en las tareas del anuncio del evangelio no les queda tiempo para el descanso. Por eso los invita a que “vayan con él a un lugar solitario para que tengan un poco de descanso”. Sin embargo, la gente se da cuenta, llegan primero al lugar donde iban a descansar y nos dice el texto que “Jesús sintió compasión de ellos porque los vio como ovejas sin pastor”. Hay una dinámica interna en este texto que nos permite descubrir por un lado, la actitud profundamente humana y comprensiva de Jesús que ve que sus discípulos están cansados por el trabajo apostólico y por otro lado, la exigencia de la gente, el querer escuchar la palabra de Jesús, los signos que hacía. Esto me lleva a pensar en lo que es nuestro trabajo hoy en día. Son horarios extenuantes, jornadas de nunca acabar, no hay tiempo para lo personal, lo social, lo familiar. Se resienten los miembros de la familia porque no encuentran espacios y tiempos para compartir con quienes trabajan. El trabajo y las responsabilidades afines se han convertido en la primera, principal y casi única prioridad en la vida de muchos esposos, padres, madres, jefes de hogar, profesionales. Solo tenemos tiempo para el trabajo, lo demás pasa a segundo, tercer o cuarto plano, si queda algo de tiempo. Qué importante es el tiempo de descanso, de recreación, de ocio, de vacaciones. Son períodos necesarios en la vida de toda persona, porque permiten recuperar las fuerzas perdidas, las energías  consumidas, los afectos y lazos familiares descuidados u olvidados. No es solo cuestión de legislación laboral, es asunto de necesidad de la persona por salud mental, por tantos motivos que nos permiten reconocer dicha necesidad. Bien sabia es la legislación cuando solo en situaciones especiales permite que al empleado se le compense el tiempo de vacaciones en  dinero. Todos, absolutamente todos, necesitamos el ocio, el recrearnos, el descansar. No es algo que signifique pérdida de tiempo como algunos pueden pensar. Si no, analicemos  cómo llegamos renovados a asumir nuestras responsabilidades después de un tiempo de descanso. Hay oxigenación. El descanso es necesario para todos. No lo desaprovechemos y que sea renovador.

¿Qué es ser profeta?

La vocación es ante todo un don de Dios. No es algo que dependa completamente de nuestra libre decisión. Se mezclan la acción de la gracia y la respuesta de la persona. Sin embargo, la misión es la que el Señor quiere confiarle a quien es escogido. La tarea es aquella que el Señor le tiene preparada. De cada persona depende la respuesta y la manera de realizarla. Es el caso de Amós, en la primera lectura de este domingo, lo es también en el pasaje del Evangelio que se nos ofrece para nuestra consideración. El llamado del Señor se va repitiendo a lo largo de la historia, pues Él necesita de personas concretas, con características propias, con una historia particular vivida en un contexto específico. Cada uno de nosotros tiene un llamado especial para una tarea particular. Son la vocación y la misión. La una va unida a la otra. Se interrelacionan y se integran. Vocación sin misión es tan solo algo abstracto. Misión sin vocación es algo incomprensible, por decir lo menos. La vocación es para una misión. Es el caso del profeta Amós. Llega a responder “no soy profeta ni hijo de profeta. Soy pastor y cultivador de higos”. El Señor le dice “ve y profetiza a mi pueblo de Israel”. Llamado y enviado. En el Evangelio sucede algo semejante. El Señor llama a los doce y los envía de dos en dos. Son los mismos verbos “llamar y enviar en misión”. Hay unos signos que acompañan el envío y unas actitudes que garantizan el cumplimiento de la misión. Todo esto se expresa en señales que la gente percibe y por lo tanto confirma la misión de quienes han sido enviados. Hoy, cuando el mundo se ha tecnificado, cuando las distancias se han acortado, cuando el progreso es una de las características de nuestro tiempo, podemos preguntarnos si esos dos elementos, vocación y misión se dan también. La respuesta es clara: sí. Lo que sucede es que las cosas se dan de manera diferente. El llamado y el envío se dan dentro del contexto del momento actual para responder a necesidades concretas conforme a la situación que se vive. Podemos decir que ser profeta o apóstol, en pleno siglo XXI, es diferente a lo que podía ser en los tiempos de Amós el profeta o en la época de Jesús. Sin embargo, el mundo sigue teniendo necesidad de hombres y mujeres que asuman la tarea de ser profetas, de ser voz de los que no tienen voz; que asuman el desafío de ser apóstoles, enviados, en un mundo que no tiene oídos bien dispuestos para escuchar su mensaje. A pesar de todo, el mensaje debe ser anunciado, el pecado debe ser denunciado y la esperanza deber ser proclamada. Son hombres y mujeres que se la juegan toda, incluso la vida, para cumplir la misión que se les ha confiado al ser llamados y enviados. Me pregunto si somos conscientes, todos y cada uno de los bautizados de lo que significa la vocación a la que hemos sido llamados. Si estamos dispuestos a asumir la tarea, a realizar la misión, que se nos ha confiado. Es cierto que debemos tener en cuenta los cambios históricos, los contextos diferentes, en los cuales se deben realizar y vivir nuestros compromisos. De todas maneras, no podemos olvidar que ser cristiano no es solo ir a misa, orar personalmente o en familia, leer la palabra de Dios. Es algo más, es dar lo mejor de nosotros mismos para cumplir la misión que tenemos.

Dos importantes celebraciones en el Noviciado San Estanislao de Kostka

La semana pasada, en Medellín, la comunidad del Noviciado San Estanislao de Kostka celebró dos acontecimientos que son motivo de alegría para todo el Cuerpo Apostólico. El martes 2 de julio, el novicio de segundo año Dayán Ospino Larrotta emitió sus votos del bienio en una eucaristía presidida por el P. Provincial, y con la compañía de jesuitas, familia y amigos. Dayán continuará su formación en la ciudad de Bucaramanga, donde finalizará sus estudios de Historia. Al día siguiente, el miércoles 3 de julio, la comunidad recibió a seis jóvenes que previamente habían sido admitidos al noviciado por el P. Provincial. Llegados de Bogotá, Barranquilla, Floridablanca, Cali y Medellín, los pre-novicios de la Compañía de Jesús estarán viviendo, hasta el próximo 19 de julio, la experiencia de Primera Probación. La comunidad del Noviciado agradece las expresiones de felicitación y cercanía que ha recibo a razón de estas celebraciones, y continúa invitando a unirse con sus oraciones por las vocaciones y la formación de los nuestros. A continuación un sencillo testimonio de Dayán Ospino, SJ respecto a lo que ha significado esta ocasión de la emisión de los votos del bienio: De la misma manera que trata un maestro de escuela a un niño. “En este tiempo le trataba Dios de la misma manera que trata un maestro de escuela a un niño, enseñándole” [Autobiografía de San Ignacio de Loyola #27]. «Esta experiencia (la emisión de los votos del bienio) fue para mí un momento muy consolador y lleno de la presencia de Dios, ya que, en esta ceremonia tan especial para nosotros, los jesuitas, vinieron a mi mente rostros concretos llenos de sonrisas, que son la misma sonrisa de Dios. Recordé a las valientes mujeres indígenas que me acompañaron en mi mes de misión en Dabeiba, a las enfermeras de Barranquilla que me enseñaron a tratar con cariño a los enfermos del Hogar San José, y a los jóvenes de las comunas populares del Valle de Aburrá que, con su energía, me llevaron a soñar, junto con otros, lo imposible. Hoy, días después de haber hecho esta promesa a Dios, me siento animado por Él y por mis compañeros de comunidad. Con su mano y su cercano acompañamiento, me llevan de la misma manera que un maestro de escuela lleva a un niño, enseñándole y ayudándole a descubrir la nueva etapa de la vida que enfrenta. En mi caso, es la etapa de escolar jesuita que día a día voy descubriendo, en circunstancias atípicas, pero con la plena seguridad de sentir a toda la Compañía caminando a mi lado y ayudándome a dejarme moldear por el Señor, así como lo hizo en estos dos maravillosos años de noviciado. Quiero agradecer de manera especial a mis hermanos jesuitas y compañeros (as) en la misión que, a pesar de la distancia, me acompañaron y continúan haciéndolo con sus oraciones y buenos deseos. Les pido que sigan orando por mí para que, con la gracia de Dios, pueda seguir respondiendo con generosidad a este llamado del Señor a ser un hombre para los demás en esta etapa de mi formación como escolar. A todos y todas, un abrazo cariñoso en el Señor Jesús».  

100 años de Misión Ignaciana. Episodio 12: jesuitas y laicos en la misión

📻#Estreno ¡Los invitamos a escuchar el episodio doce de 100 años de Misión Ignaciana! En la celebración del Centenario de la Provincia, agradecemos por la colaboración entre jesuitas y laicos en la misión confiada por el Señor a la Compañía. Laura Perdigón Clavijo, secretaria ejecutiva de planeación y el P. Luis Felipe Navarrete, SJ, asistente para la formación nos comparten una reflexión sobre el cuerpo apostólico y nos invitan a orar agradeciendo por la historia compartida que ha permitido a la Provincia «Soñar Juntos lo Imposible». Anfitriones P. Luis Felipe Navarrete, SJ Asistente para la formación del cuerpo apostólico de la Provincia Laura Perdigón Clavijo Secretaria Ejecutiva de Planeación Idea Original Antonio José Sarmiento Nova, SJ Realización Centro Ático Pontificia Universidad Javeriana Voz en off de introducción y despedida María Alejandra Rojas Matabajoy Diseño gráfico Laura Valentina Souza García Daniela Alzate Férez Comisión liturgíca Conmemoración 100 años Antonio José Sarmiento Nova, SJ Enrique Alfonso Gutiérrez Tovar, SJ José Rafael Garrido Rodríguez, SJ Miguel Navarrete Tovar ©2023  

100 años de Misión Ignaciana. Episodio 11: Jesuitas en la investigación, docencia y publicación en Teología

Alberto Múnera, SJ, profesor de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana, nos comparte un recorrido histórico de la actividad investigativa y docente en estos 100 años de la Provincia y eleva una oración de agradecimiento por todos los docentes que marcaron el pensamiento teológico en el país. Anfitrión P. Alberto Múnera, SJ Profesor de la Facultad de Teología de la PUJ Idea Original Antonio José Sarmiento Nova, SJ Realización Centro Ático Pontificia Universidad Javeriana Voz en off de introducción y despedida María Alejandra Rojas Matabajoy Diseño gráfico Laura Valentina Souza García Daniela Alzate Férez Comisión litúrgica Conmemoración 100 años Antonio José Sarmiento Nova, SJ Enrique Alfonso Gutiérrez Tovar, SJ José Rafael Garrido Rodríguez, SJ Miguel Navarrete Tovar ©2023    

Nadie es profeta en su tierra

Qué difícil es realizar una misión en medio de personas que lo conocen a uno muy bien. Pienso en un médico que ejerce su profesión en un pueblo pequeño donde todos son conocidos y hay muchos familiares suyos. Me viene a la mente la imagen de un profesor que debe enseñar a sus propios parientes y no es fácil que los padres de esos niños comprendan la diferencia entre la exigencia de formación y preparación para la vida, y los vínculos familiares. Reflexiono sobre lo anterior y pienso en el ejercicio de mi sacerdocio. No es fácil desempeñarse adecuadamente cuando te encuentras rodeado de personas que te conocen desde niño, que han sido tus compañeros de juegos, que han estudiado contigo en el colegio, o has compartido con ellos la vida universitaria. Hay muchos aspectos de tu manera de ser que ellos no aceptan, otros que te critican y algunos que te censuran. Al leer el texto del Evangelio de este domingo, encuentro reflejada esta problemática, pero vivida en la persona de Jesús. Sus coterráneos, personas que habían compartido con Él su infancia, les llamaba la atención lo que hacía, les costaba ver y comprender los signos que realizaba. Sabían que era un niño común y corriente, un joven como todos. De pronto, se produce en esa persona un cambio radical, habla un lenguaje para ellos desconcertante, realiza unos signos que no saben por qué los hace. Las preguntas no se hacen esperar ¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le han enseñado?¿Y esos milagros de sus manos? El mismo texto nos da la respuesta “se extrañó de su falta de fe”. La razón es clara “no desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa”. O como dice en otro lugar “nadie es profeta en su tierra”. Volviendo a lo que refería al comienzo de mi columna, es lo que le sucede al médico cuando debe opinar sobre algo que tenga que ver con la salud de un familiar, no le creen, se preguntan si sabrá o no, en fin, se tejen muchas dudas. Hay algo en el fondo que nos cuesta aceptar: la vida cambia, las personas van madurando, las realidades se transforman, no todo puede seguir siendo igual. Y dentro de eso, el hacer realidad la misión, la vocación a la cual alguien se ha sentido llamado es cuestión de fe. Así hayamos compartido con muchas de esas personas, podemos seguir siendo los mismos, aunque internamente ya no lo seamos. Si miro lo que sucedió en mi hace 48 años cuando recibí la ordenación sacerdotal, externamente puedo decir que nada cambió, pero internamente dejé de ser el que era. Eso le sucedió a Jesús. El bautismo y la misión recibida del Padre, lo cambiaron, lo hicieron una persona nueva, sin dejar de ser lo que había sido, era alguien diferente. Las acciones que realizaba, las palabras que decía, así lo confirmaban. Era su misión.

El valor de la equidad

Hay tres términos que consideramos como sinónimos cuando en realidad no lo son. Estos términos son: justicia, igualdad y equidad. Veamos lo que nos dice el diccionario. El término justicia se define como “acción por la que se reconoce o declara lo que pertenece o se debe a alguien”. Podemos colocarlo en la línea del respeto a los derechos de las personas; es lo que expresamos cuando decimos que algo es justo o injusto. En cuanto al término igualdad encontramos que se define como algo “proporcionado, en conveniente relación”. Finalmente, en cuanto al concepto de equidad se define como “cualidad que consiste a atribuir a cada uno aquello a lo que tiene derecho”. Quienes lean esta columna pueden estar pensando que les voy a dar una clase de derecho. Algo completamente ajeno a mi intención. Lo hago porque me llama la atención el texto de la segunda lectura de este domingo. Dice el apóstol Pablo “en el momento actual, vuestra abundancia remedia la falta que ellos tienen; y un día, la abundancia de ellos remediará vuestra falta”. Más adelante cita un pasaje de la Escritura “al que recogía mucho no le sobraba; y al que recogía poco no le faltaba”. ¿Dónde está la clave? El núcleo de lo que quiero compartir con mis lectores es lo que dice el título de esta columna: el valor de la equidad. Porque se trata de atender a cada persona conforme a sus necesidades. No se trata de ser simplemente justo, porque dejaríamos las cosas como están actualmente, cada uno con lo suyo, con lo que le corresponde. Tampoco se trata de quedarnos en la igualdad, dando a todos lo mismo, indistintamente. Se trata de comprender las diversas necesidades que tienen las personas y de acuerdo a eso poder pensar en una mejor distribución de las cosas. Esto puede pensarse en diversos niveles. Desde el macro, donde los recursos económicos se dividen conforme a lo que tributan las entidades territoriales, como es el caso de nuestra realidad colombiana, pasando por el micro de la vida familiar, donde se pretende aplicar un criterio de igualdad. La invitación que nos hace el texto es a atender las diversas necesidades, o mejor, considerar a las personas en sus necesidades y proceder conforme a eso. Pienso que si aplicáramos este principio la realidad social de nuestros municipios, departamentos, nación y mundo sería muy distinta. Se trata de que no sobre ni falte. Es lo que nos cuenta el libro de los Hechos de los Apóstoles acerca de las primeras comunidades cristianas cuando nos dice “que no había pobres, porque a cada uno se daba según su necesidad”. Vale la pena preguntarnos en qué momento de nuestra historia se nos perdió este sentido de la equidad, que al ser aplicada en la realidad de nuestra vida, haría que los problemas fueran menores, o que muy seguramente no los hubiera, que los resentimientos y agresividades fueran cosas y actitudes del pasado y reinara la paz.

Jornada de gratuidad y evaluación: reafirmando lazos comunicativos

El 18 y 19 de junio, el equipo de la Oficina Provincial de Comunicaciones se encontró en la finca San Claver en Santandercito, para revisar el proceso de planeación propuesto para este año y seguir fortaleciendo la colaboración con la Red Juvenil Ignaciana (RJI), la Misión Vocacional y el Centro Ignaciano de Reflexión y Espiritualidad (CIRE). El encuentro fue acompañado por el P. Antonio José Sarmiento Nova, SJ, socio del P. Provincial, y responsable del equipo de comunicaciones. Durante el primer día, el equipo de comunicaciones participó en una charla sobre discernimiento y planeación, orientada por Laura Perdigón, secretaria ejecutiva de planeación. Esta sesión permitió a los participantes reflexionar sobre las estrategias implementadas y alinear sus esfuerzos con la visión de la Provincia. También se llevaron a cabo dos talleres centrados en la sinergia del equipo que fomentaron la colaboración y la unión de ánimos de la oficina. La jornada cerró con un espacio dedicado a la gratitud reafirmando el compromiso de trabajar juntos, incrementar la escucha y la comunicación asertiva. El 19 de junio, a la jornada se unieron el Hno. Rafael Hernández, SJ, director de la Promoción Vocacional; el P. Nilson Castro, SJ, delegado vocacional a nivel nacional; y Natalia González, coordinadora de la Red Juvenil Ignaciana. Junto a ellos, se evaluaron los avances del proceso articulado durante el primer semestre de 2024, destacando los logros obtenidos gracias a la iniciativa de trabajo colaborativo promovida por el P. Provincial. Los avances en la integración de los esfuerzos, las dinámicas de trabajo, la claridad en la comunicación de la OPC y el seguimiento de la articulación fueron puntos clave de la evaluación. También se discutieron los desafíos asociados a los proyectos imprevistos y la necesidad de expandir el equipo de comunicaciones para la Misión Vocacional y la RJI, debido al aumento en el volumen de trabajo. Aunque en la planificación estratégica no se consideró el apoyo a las comunicaciones del CIRE, después de seis meses de trabajo en equipo se ha desarrollado una perspectiva de acompañamiento y se desarrolla en una propuesta comunicativa conjunta. El encuentro también facilitó la generación de ideas para promover la espiritualidad ignaciana. Estos momentos de reflexión y conexión son vitales para que cada integrante del equipo revise su vocación y renueve su dedicación a la labor comunicativa que está al servicio de la Provincia. Este encuentro resultó muy fructífero; permitió evaluar integralmente los procesos y las cargas de trabajo, y ofreció una oportunidad para expresar gratitud por los significativos progresos alcanzados en esta colaboración comunicativa que ha generado numerosos avances.   De izquierda a derecha: María Alejandra Rojas Matabajoy – coordinadora de comunicaciones, Nilson Castro, SJ – delegado vocacional, Natalia González – coordinadora RJI; Karen Forero – profesional comunicaciones RJI Y MV, Valentina Souza – profesional Diseño, Imagen y Producto, Alix Niño – profesional Comunidades Digitales; Silvana Osma – comunicadora CIRE, Rafael Hernández, SJ –  director de la Promoción Vocacional y Antonio José Sarmiento, SJ – socio y delegado de comunicaciones.  

Reencuentro en la Finca San José de Potosí: un vínculo perdurable

En el bullicio de la ciudad, donde el ritmo de la vida se acelera y las responsabilidades pesan sobre los hombros, a menudo buscamos refugio en los recuerdos de tiempos más simples y amistades duraderas. Para aquellos que tuvimos el privilegio de estudiar en el Colegio San Bartolomé y otros colegios Ignacianos en Bogotá, la finca de San José de Potosí en Villeta se convirtió en un oasis de nostalgia y camaradería, un lugar donde los recuerdos de la juventud se entrelazó con la calidez del presente. Cada año, al aproximarse el fin de semana, un grupo selecto de antiguos alumnos de los colegios Ignacianos espera con ansias la oportunidad de reunirse en la Finca San José de Potosí. Para nosotros, esta finca no es solo un lugar, sino un santuario de amistad y camaradería que se ha mantenido a lo largo de los años. Aquí, entre los árboles de naranja y mandarina que perfuman el aire, la magia de nuestra infancia cobra vida una vez más. El aroma a azahar nos da la bienvenida mientras recorremos los senderos que conocemos tan bien como las páginas de nuestros libros de texto. Las risas y las conversaciones animadas llenan el aire, mientras nos sumergimos en los recuerdos de nuestras travesuras juveniles en el colegio. En la piscina, donde pasamos interminables horas de diversión y risas, compartimos historias de nuestras vidas adultas, reflexionando sobre cómo hemos cambiado y crecido, pero también sobre cómo algunos aspectos de nosotros permanecen inalterados por el tiempo. Las canchas de fútbol son testigos de nuestras acaloradas disputas amistosas, donde la competencia se mezclaba con la camaradería y el espíritu deportivo. Aquí, entre patadas y goles, forjamos lazos que perduran más allá de los años y las distancias, recordándonos la importancia de mantener vivos los lazos que nos unen. Pero lo que realmente hace especial a la Finca San José de Potosí es la calidad de las personas que la atienden. Desde el personal que nos recibe con sonrisas cálidas y hospitalidad genuina hasta los cocineros que nos deleitan con deliciosos manjares, todos contribuyen a crear un ambiente acogedor y familiar que nos hace sentir como en casa. En cada visita a la Finca San José de Potosí, nos damos cuenta de que no solo estamos reviviendo viejos recuerdos, sino que también estamos creando nuevos momentos de felicidad y conexión. Aquí, en medio de la belleza natural y la compañía de amigos queridos, encontramos un refugio donde el tiempo se detiene y los lazos de amistad perduran para siempre. En la Finca San José de Potosí, el tiempo se convierte en un eco de nuestra juventud, recordándonos la importancia de mantener vivos los recuerdos y las amistades que dan forma a nuestras vidas. En cada reunión, celebramos la alegría de la amistad y la gratitud por los momentos compartidos, sabiendo que, aunque el tiempo avance y los caminos se separen, siempre tendremos un lugar donde volver y unirnos una vez más. Y así, entre los árboles de naranja y mandarina, en la calidez acogedora de la Finca San José de Potosí, encontramos un lugar donde los recuerdos se entrelazan con el presente, creando un vínculo perdurable que nos une como amigos y compañeros de vida.

Una obra de puertas abiertas

Artículo extraído de la edición Junio de Noticias de Provincia, la publicación mensual de Jesuitas Colombia. ___________________________________________________________________________________ Fotografía: Equipo de la Oficina Nacional del JRS – COL, Bogotá – 2024. ___________________________________________________________________________________ A finales de la década de los 90s, producto de la violencia, la inseguridad y las disputas políticas, el país experimentó un aumento significativo en el desplazamiento interno de personas. Desde el inicio del conflicto con los grupos armados, Colombia pasó de tener una población urbana del 30.9% (1938) al 72.3% (1994)[1] debido a la llegada masiva de población rural a las capitales. Esta migración forzada aumentó las problemáticas sociales y humanitarias debido a la falta de acceso a servicios públicos y la insatisfacción de las necesidades básicas de la población. Como respuesta a la coyuntura del momento, en 1995, el Servicio Jesuita a Refugiados comenzó su operación en el país acompañando inicialmente a las comunidades del Magdalena Medio. “La obra fue una forma en la que la Provincia se comprometió a trabajar más activamente por las personas que estaban sufriendo el conflicto armado, sobre todo en temas de desplazamiento forzoso”, comenta el P. Juan Enrique Casas, SJ, actual director del JRS Colombia. A nivel internacional, esta organización fue fundada el 14 de noviembre de 1980 por el P. Pedro Arrupe[2] quien conmovido por la difícil situación de los boat people (refugiados vietnamitas que buscaban asilo a bordo de precarias embarcaciones) animó a las provincias jesuitas del mundo a coordinar una respuesta humanitaria global: “No podemos ignorar -esta situación- si queremos seguir siendo fieles a los criterios que ha señalado San Ignacio para nuestro celo apostólico”, decía el P. Arrupe en su carta “La Compañía y el problema de los refugiados”. Actualmente, está presente en más de 60 países en todo el mundo trabajando por diversas comunidades, algunas de ellas en guerra como es el caso de Sudán, Siria, Irak y la crisis humanitaria en Venezuela.[3] Desde que inició su labor en Colombia, el JRS se ha encargado de acompañar, servir y defender a las personas en situación de refugio, migración, desplazamiento, confinamiento, y a las comunidades receptoras[4]. Casi 30 años de camino ininterrumpido son una muestra del compromiso que mantiene la esperanza a pesar del dolor y una respuesta a las crisis que afectan al mundo.  De acuerdo con el P. Casas, durante el 2023 prestaron 35 mil servicios en el país, esto en promedio equivale a 95,8 por día y 205,8 por colaborador, si se tiene en cuenta que el JRS tiene alrededor de 170 colaboradores apostólicos distribuidos en sus oficinas territoriales en el Magdalena Medio, sur de Bolívar, Soacha, Ibagué, Nariño, Norte de Santander, Valle del Cauca, Eje Cafetero y Cartagena. Su trabajo se despliega a través de cinco áreas misionales en las que desarrollan programas de acompañamiento, construcción y fortalecimiento de redes comunitarias, así como capacidades de agenciamiento en las personas y procesos acompañados. En el área de protección prestan asesoría jurídica, atención psicosocial y apoyo para el acceso a derechos fundamentales desde una perspectiva dignificadora. En la integración comunitaria despliegan mecanismos y alianzas con entidades públicas y privadas para favorecer la empleabilidad y la visibilización de los emprendimientos personales y comunitarios; ejemplo de ello es la marca delAlma, una iniciativa institucional que destaca la contribución social y económica de personas que han experimentado movilidad humana forzada[5]. La educación es otra de las áreas en las que han generado importantes acciones hacia la construcción de un futuro esperanzador, entendiendo que la formación académica aporta al pleno desarrollo y la autosuficiencia de la población. Otra de las áreas es la incidencia que a través de acciones y procesos políticos, sociales y de opinión pública responden al llamado del Padre General Arturo Sosa, SJ; lo anterior, junto a distintos programas estratégicos, permiten “hacer una planificación estratégica en profundidad, reaccionar con agilidad ante la novedad de las situaciones y mejorar la capacidad de administrar responsablemente los recursos económicos y humanos”.[6] Gracias a esto, han podido influir directamente en sentencias y reglamentaciones en la Corte Constitucional, el Senado de la República y las Asambleas Departamentales. Por último, están las comunicaciones que permiten dar visibilidad a los procesos y fortalecer las capacidades de agenciamiento por medio de la comunicación para el cambio social. El 1 de julio de 2022, el liderazgo de la obra fue asumido por el P. Juan Enrique Casas Rudbeck, SJ, después de trabajar como académico del Centro Universitario Ignaciano en el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente (ITESO) en Guadalajara, México. En esta misión que hoy desempeña reconoce un regalo que ha podido desempacar “de la mano de hombres y mujeres que caminan juntos y juntas donde los mueva el corazón”. “El jesuita no debe caminar solo, porque esa no es la misión. El liderazgo es construir juntos y reconocer que la verdadera sabiduría está en los equipos”, explica. Igualmente, esta labor es una confirmación de su Principio y Fundamento que ha implicado “redoblar la oración para saber hacia dónde caminar”. En el corazón del JRS Colombia están sus equipos, sus momentos cotidianos de profunda reflexión y discernimiento, así como su espíritu de unidad.  “Tenemos en nuestro horizonte dos cosas: la reconciliación, como el volver a estar juntos representado en el sol de justicia que brilla para todos y todas, y por otro lado, la hospitalidad como la luna en la noche, en el sentido de la sagrada familia que va buscando acogida”, afirma el P. Casas. En este marco, el trabajo lo desarrollan bajo varios enfoques, entre ellos el de género, retomando el decreto 14 de la Congregación General 34 sobre el rol de la mujer en la sociedad y la Iglesia; el enfoque diferencial que reconoce la diversidad étnica, cultural y social del cuerpo apostólico y de las comunidades acompañadas, la rendición de cuentas articulada con las personas que reciben los servicios humanitarios y, al interior de la obra, la identidad y la misión teniendo en cuenta la invitación de la Congregación General 36 a asumir el apostolado como un estilo

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