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Encuentro regional de Jóvenes de las obras de la Compañía de Jesús en Bogotá-Soacha: Uniendo Voces por la Paz

El pasado 13 de septiembre de 2024, un grupo de jóvenes de las obras de la Compañía de Jesús en la Región Bogotá-Soacha se reunieron en el Colegio Mayor de San Bartolomé para celebrar el cierre de la Semana por la Paz y el Proceso «Del 9 al 9». Este espacio, marcado por el diálogo, el arte y la cultura, ofreció una valiosa oportunidad para reflexionar sobre la construcción de paz y reconciliación en Colombia desde la vida cotidiana, resaltando el papel fundamental de los jóvenes como agentes de cambio en sus comunidades. Bajo el lema «Uniendo Voces Construimos País», el encuentro subrayó la importancia del trabajo en conjunto y el diálogo para superar las diferencias y construir un futuro más justo y esperanzador. Las actividades, centradas en la escucha y el intercambio de ideas, recordaron a los jóvenes que la paz no es un objetivo que se logra de forma individual, sino un camino colectivo que debe recorrerse en comunidad. Palabras como «Diálogo», «Escucha», «Confianza» y «Resignificar las diferencias» resonaron a lo largo de la jornada, invitando a los participantes a reimaginar las relaciones sociales y a reconocer el valor de la diversidad. El arte y la cultura también jugaron un papel clave en este encuentro, sirviendo como medios para que los jóvenes expresaran sus inquietudes, esperanzas y sueños. A través de diversas manifestaciones artísticas, se destacó el poder transformador del arte en la creación de una sociedad más equitativa y solidaria. El encuentro concluyó con un llamado a la acción, en el que los jóvenes participantes reafirmaron su compromiso con la paz, conscientes de que el cambio comienza en los espacios cotidianos: en el aula, en la familia y en la comunidad. Este espacio no solo sirvió para cerrar un proceso de reflexión, sino que inspiró a los jóvenes a continuar trabajando por la paz y la justicia desde sus propias vidas, entendiendo que la construcción de un país más solidario depende de la participación activa de cada uno de ellos. El Proceso «Del 9 al 9» y la Semana por la Paz dejaron un mensaje claro: la paz no es solo la ausencia de conflicto, sino la presencia de justicia, respeto y dignidad. Para los jóvenes de las obras de la Compañía de Jesús, este es un compromiso que se renueva con cada acción, en cada rincón de nuestra Región Bogotá- Soacha, y que continuará guiando su labor hacia la construcción de una Colombia más inclusiva, sostenible y en armonía con su diversidad.  

El servicio como distintivo del cristiano

En diversas oportunidades me he preguntado cuál es el gusto que cierto tipo de personas le encuentran al ejercicio del poder, del prestigio, del sentirse el centro de las miradas y conversaciones de la gente. Esto lo digo porque la realidad nos muestra que es algo agobiante, que desgasta y que quien ha tenido esas responsabilidades termina envejecido. Por otro lado, encuentra uno personas que, en forma silenciosa y discreta, entregan su vida al servicio de los demás en diversos ministerios o actividades como los hospitales, las cárceles, los centros educativos, los ancianatos, para nombrar solo algunos. ¿Dónde está la diferencia? Creo que esto se puede entender a la luz del texto del evangelio de este domingo. Jesús les dice a los discípulos “quien quiera ser el primero, que sea el servidor de todos”. Más aún, esa actitud es posible teniendo una actitud como la de un niño. Los discípulos se sintieron avergonzados porque en el camino habían estado discutiendo sobre quién era el más importante. Era algo ilógico en la dinámica de lo que Jesús les enseñaba. No era el camino del poder, el prestigio, la riqueza. Era el sendero del servicio, el amor, la humildad. Entran en contraposición las dos escalas de valores. De cada persona depende la decisión que tome y el rumbo que le dé a su vida. Es lo que nos dice la segunda lectura, tomada de la carta del apóstol Santiago cuando afirma: “ambicionan algo y no pueden alcanzarlo; así que luchan y pelean”. Y el mismo texto pone el contraste “los que procuran la paz están sembrando la paz; y su fruto es la justicia”. De cada uno de nosotros depende cuál de los dos caminos escoger en la vida ya que “donde hay envidias y peleas, hay desorden y toda clase de males”. Me pongo a pensar en la escena de los discípulos, los argumentos y razones para enfatizar por qué y quién era el más importante. Esa era su discusión. Pero hay algo que el texto no dice y es para qué discutían ellos eso. Porque en el fondo, el asunto es una cuestión de poder y prestigio. Sus maneras de ver y analizar las cosas no habían interiorizado el mensaje de Jesús y lo que implica su seguimiento. Hemos celebrado el día del amor y la amistad. Un asunto más comercial que existencial. Sin embargo, pienso que en la línea de lo que estamos reflexionando podemos decir que la mejor manera de amar es a través del servicio, de la entrega desinteresada, de la capacidad de buscar siempre lo mejor para la otra persona, de lo que la pueda hacer feliz. En el fondo, amar es servir y servir es amar. Cuando amas y sirves, eres feliz y le das un profundo sentido a tu vida porque has puesto el centro de la misma fuera de ti, como dicen algunos, te has descentrado para mirar al otro, para centrarse en esa persona, para ayudarla a ser feliz.

¿Quién eres tú, Jesús?

Hay momentos en la vida que nos permiten hacernos preguntas de fondo. No siempre encontramos las respuestas que buscamos. Algunas veces porque no lo hacemos de manera adecuada, o no buscamos en el lugar o con la persona que nos puede dar la respuesta que se ajusta a la verdad. Esto es común y es la base del conocimiento auténtico y verdadero. Algo semejante le pasó a Jesús en la escena que nos narra el evangelio de este domingo. Es un diálogo con sus discípulos sobre lo que piensa la gente para luego pasar al campo de lo personal, de la respuesta que ellos deben dar conforme a la verdad. La pregunta sobre lo que piensa la gente acerca de Jesús la podríamos llamar, usando el lenguaje actual, un sondeo de opinión. La manera cómo los discípulos responden refleja el sentir de la gente. Unos piensan que es Juan el Bautista, otros que Elías, otros que alguno de los profetas. Hoy, algunos dirían que era un subversivo, un agitador, un iluso, un hombre buena gente un poco ingenuo. Hasta ahí, las cosas suceden normalmente. Lo que viene a continuación va al fondo de la cuestión. La pregunta, soltada así, espontáneamente los sorprende “y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”. Me imagino lo que pudieron pensar los discípulos, se sentían retados, debían dar una respuesta adecuada, pero no encontraban cuál podía ser. Aparece Pedro, el espontáneo, el franco y le dice “tú eres el Mesías”. Era una verdadera profesión de fe, reconocer lo que Jesús realmente era, la misión que tenía. En otras versiones, la respuesta de Jesús reconoce esa fe de parte de Pedro. Vale la pena preguntarnos sobre la manera como vemos a Jesús, qué pensamos de Él, cuál es el significado de Jesús y su misión en la vida de cada uno de nosotros. Es cierto que podemos quedarnos en lo externo, en lo que otros dicen, sin llegar a comprometernos, a afirmar lo que realmente significa para nosotros, lo que nos compromete. Así lo hacen muchos, se quedan en repetir las respuestas que dan otros, o dan rodeos que no comprometan, o buscan evasivas para evitar la confrontación. Se apela a la conciencia, a la verdad, para poder responder. Pienso que si yo me hubiera encontrado en la situación de los discípulos podría haber respondido más o menos de la siguiente manera “Jesús es la mayor pregunta que tengo en mi interior, y al mismo tiempo, es la respuesta a las preguntas más profundas que hay en mi interior”. Esto tiene una razón, un sentido, pues Jesús es la persona que hace que la vida que llevo, lo que hago, lo que busco en la vida, tenga razón de ser. Me siento colaborador de la misión de Cristo como sacerdote, como jesuita y como persona. No importa lo que haga, lo que cuenta es que eso que hago es el medio para hacer realidad la vocación de servicio a la cual me siento llamado diariamente por el Señor. En la segunda parte del texto, Jesús reprocha a Pedro por tratar de disuadirlo de ir a la pasión. Le dice “apártate de mí, Satanás, porque no juzgas según Dios, sino según los hombres”. Afirma, además que el seguimiento de Jesús pasa por la cruz, que quien quiera seguirlo, como dice San Ignacio “deberá estar con Él en la pena, para después acompañarlo en la gloria”. Qué respuesta le darías tú a esa pregunta ¿quién es Jesús para ti?

No discriminemos

Con frecuencia nos encontramos en situaciones complejas: personas que nos simpatizan y otras que nos parecen antipáticas, hablamos de ricos y pobres, de blancos y negros, de partidarios de un partido o de otro, de creyentes de una religión u otra, de diferencias de género en términos laborales y muchas otras formas que utilizamos. Todas ellas hacen referencia a formas de discriminación, de exclusión. Esto nos lo presenta el texto de la segunda lectura de este domingo tomada de la carta del apóstol Santiago. Habla de la discriminación en cuanto a cuestiones externas entre dos tipos de personas que llegan a la reunión litúrgica. De fondo no hay cosa alguna por la cual merezca ser discriminado el uno, con la consecuente ofensa, mientras el otro es tratado, como lo dice el mismo texto “con favoritismo”. El mismo apóstol afirma “son inconsecuentes y juzgan con criterios malos”. Si analizamos nuestra manera ordinaria de proceder debemos reconocer que tenemos muy a flor de piel, el asumir esas mismas actitudes, con las consecuencias que conocemos: establecer diferencias y exclusiones, la mayoría de las veces en forma injusta, afectando a las personas de tal manera que llegan a pensar que son personas de segunda categoría, de inferior rango y calidad que aquellas que reciben trato preferencial. Considero que cuando asumimos estas actitudes, de una u otra manera, estamos siendo injustos e intolerantes, porque renunciamos a hacer vida en nosotros la aceptación de la diversidad y el enriquecimiento que la misma conlleva. El texto en mención nos hace caer en la cuenta de esto cuando nos dice “Dios ha elegido a los pobres del mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del reino, que prometió a los que lo aman”. Y la primera lectura nos dice “Dios viene en persona, se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará”.  Más aún. El pasaje del evangelio de este domingo, cuando Jesús hace oír y hablar a un sordomudo, la gente llega a afirmar “todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos”. La actitud de Jesús hacia los débiles, enfermos y necesitados fue siempre de un profundo amor, de hacer suyo su dolor, de comprender el mal que los aquejaba, dándoles no solo la salud física sino la fortaleza espiritual que nacía de la fe que había en ellos. Su opción estuvo siempre del lado de los más necesitados, de los verdaderamente pobres de la sociedad de su tiempo, de aquellos que sus coterráneos discriminaban. El los acoge, come en su casa, los cura y les muestra todo un camino de salvación. Por eso, escandalizó a muchos y no lo comprendieron. Si queremos tener un país más amable, más justo y más fraternal, estamos llamados a luchar en contra de toda forma de discriminación y exclusión. Esto comienza por el uso del lenguaje que sea inclusivo y no sexista, pasando a nuestras actitudes y estilo de vida, aunque no sea fácil, así nos exija una continua revisión de vida. Intentémoslo.

¿De dónde sale la maldad?

El panorama de la realidad mundial nos estremece. Vemos corrupción, violencia, caos, desorden por todas partes. No comprendemos por qué suceden tantas cosas. Lo que antes considerábamos cómo sagrado, hoy no lo es; más aún se lo desprecia y se ridiculiza. Llegamos a opinar que la gente que actúa correctamente puede considerarse como una especie en vía de extinción. Los noticieros parecen la narración de tragedias y de problemas por todas partes. Leer un periódico estremece por la cantidad de noticias negativas que encontramos. Y uno puede preguntarse el porqué de tantas situaciones negativas. Surge entonces el pasaje del evangelio de este domingo. Siempre hemos pensado que lo que hace daño es lo que entra por la boca. Así lo expresa Jesús en el evangelio “nada que entre de fuera puede dañar al hombre”. Lo que sigue a continuación nos da la clave “lo que sí lo mancha es lo que sale de dentro”. El Señor hace un enunciado de todo eso cuando afirma “del corazón del hombre salen las intenciones malas, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, las codicias, las injusticias, los fraudes, el desenfreno, las envidias, la difamación, el orgullo y la frivolidad. Todas estas maldades salen de dentro y manchan al hombre”. Creo que no hay diferencia entre ese enunciado y la realidad que vemos en los noticieros, escuchamos en la radio o vemos en la televisión. Cuando se nos dice que lo “que mancha es lo que sale de dentro, del corazón de cada persona” comprendemos que ahí está el secreto. No podemos colocar fuera de nosotros la responsabilidad de nuestras decisiones, el resultado del ejercicio de la libertad como don que nos ha sido dado. La intencionalidad está dentro de nosotros, la capacidad de discernir es nuestra. Somos nosotros quienes decidimos qué hacer y qué evitar, cómo nuestras decisiones afectan a los demás, en qué medida podemos causar daño a otros o evitarlo. Siempre he pensado que los seres humanos buscamos buscar a quién echarle la culpa de lo que nos sucede o nos afecta. No nos gusta asumir la responsabilidad de nuestros actos. Es la eterna historia de la libertad humana y del ejercicio de la misma. Eso lo llamamos “disculpa” porque colocamos en otra persona esa responsabilidad, cuando es nuestra y solo nuestra. Eso le sucedió a Adán y Eva en el paraíso, pues la serpiente cargó con la culpa de lo que había sido una libre decisión. Que había habido una insinuación –lo que llamamos tentación- es verdad, pero de ahí a echarle la responsabilidad hay un gran abismo. Preguntémonos siempre dónde está la maldad, o mejor, en qué medida podemos ser causantes de maldad para que asumamos la responsabilidad que nos corresponde y no andemos buscando culpables donde no los hay, o de otra manera, cuando somos nosotros los responsables, léase culpables, de lo que hacemos o dejamos de hacer y, por lo tanto, de los efectos que puedan causar en otras personas. Así, la vida será más honesta para nosotros.

Encuentro de directores de formación de los colegios de Acodesi

Del 12 al 17 de agosto, La Asociación de Colegios Jesuitas de Colombia –Acodesi– organizó un encuentro de directores de formación de los nueve colegios asociados, junto con los nueve coordinadores del Servicio de Atención Escolar -SAE-, para seguir trabajando en red. Al evento asistieron además el presidente de la FLACSI, tres rectores, una asistente de rectoría, una coordinadora de Pastoral, un coordinador de Bienestar, el equipo de Acodesi y el asistente para la Educación. La Casa de Convivencias Villa María en Fusagasugá acogió a cerca de las 47 personas que participaron de todo el país. Durante el encuentro, se abordaron tres ejes de trabajo: la formación integral, el currículo y la inclusión desde la perspectiva de la diversidad y bajo la metodología del discernimiento. Con la ruta de trabajo, se fomentó principalmente la construcción de cuerpo, la unión de ánimos en las obras educativas y la integración entre las áreas de formación y el SAE, con el fin de apostar de manera íntegra a la formación integral de los estudiantes y no desde miradas distintas e irreconciliables. Para la red, la presencia de los directores y coordinadores del SAE fue muy importante porque ellos son los garantes, junto con el rector, de que la educación de los colegios de la Compañía de Jesús apuesten por la formación integral e integradora de los estudiantes. Estos espacios aseguran una propuesta de calidad adaptada a las necesidades y en constante actualización. No obstante, esto también requiere escuchar las voces de profesores, estudiantes, padres de familia y demás miembros de la comunidad educativa para construir la formación de manera comunitaria. “Nos queda pedirles a todos y todas que sigan orando para que sea el Espíritu el que nos muestre el camino y nos acompañe en este caminar”, expresó el equipo de la Asistencia de Educación de la red.

¿Dónde buscamos respuesta a nuestras preguntas?

Todas las personas tenemos preguntas y buscamos la manera de encontrar respuesta. A veces, buscamos dichas respuestas en el lugar equivocado. Otras veces, no queremos encontrar dicha respuesta porque consideramos que nos va a desacomodar y es preferible seguir tranquilos. Algunas veces, no siempre, la mayoría, estamos dispuestos a jugarnos el todo por el todo, encontrar la respuesta que necesitamos, así esta sea dolorosa. Algo semejante les pasó a los discípulos del pasaje evangélico de este domingo. Algunos de ellos se escandalizaron y dijeron “este modo de hablar es intolerable, ¿Quién puede admitir eso?”. Y Jesús continúa haciéndoles la reflexión sobre “¿Qué sería si vieran al Hijo del hombre subir a donde estaba antes?”. Lógicamente hay un desconcierto mayor porque son palabras demasiado fuertes, no están acostumbrados a oírlas. La reacción es apenas lógica si miramos las cosas desde el punto de vista puramente humano. No es fácil aceptar ese tipo de respuestas. La consecuencia es lógica “desde entonces, muchos de sus discípulos se echaron para atrás y ya no querían andar con Él”. En lenguaje actual, lo que les sucede es comprensible. Podría significar para ellos el perder imagen, el que sus amigos y relacionados podrían pensar mal, podrían aislarlos. Eso no era conveniente. Era arriesgar demasiado, era complicarse la vida innecesariamente. Eso mismo, lo vivimos en el mundo actual, cuando los así llamados dirigentes caen en desgracia, pierden popularidad, se hacen comentarios negativos. Miremos a nuestro alrededor y encontraremos muchos ejemplos al respecto. Queda un pequeño grupo al que Jesús le pregunta “¿También ustedes quieren dejarme?”. No obliga, deja en plena libertad a cada persona para que tome su decisión, para que elija cuál es el camino, para que discierna. Es asunto de libertad y de opciones. La respuesta no se hace esperar, surge espontánea y natural “Señor, ¿A quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”. Habían logrado clarificar las cosas, habían encontrado la respuesta clave. Era un asunto de decidir y la razón es contundente “nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios”. Lo que habían estado buscando, lo habían encontrado. No quedaba más para afirmar. Si miramos a nuestro alrededor, vamos a encontrar personas que caminan por la vida sin un rumbo fijo, que viven angustiadas porque no encuentran las respuestas que están buscando y ensayan diferentes caminos, pensando que allí van a encontrar lo que buscan. Cada vez salen más insatisfechos, más angustiados, más confundidos Hoy, cuando el mundo exige certezas, cuando todo debe estar plenamente comprobado, la búsqueda de respuesta a los interrogantes más profundos y existenciales es necesaria.

Vivir para siempre

Cada uno de nosotros tiene metas para alcanzar en la vida, sueños que quiere hacer realidad, proyectos que se ha trazado y que significan un gran sentido porque son importantes o porque representan grandes logros. Todo lo anterior lo tenemos en común con prácticamente todas las personas. Pero alguno de nosotros se ha puesto a pensar en la posibilidad de vivir para siempre, de recuperar la inmortalidad que teníamos en el comienzo de la humanidad. Me pueden decir que estoy desvariando, que no es posible. Sin embargo, veamos lo que nos dicen las lecturas de este domingo. En la primera lectura, tomada del libro de los Proverbios, leemos “dejen su ignorancia y vivirán; avancen por el camino de la prudencia”. Es una de las claves, la prudencia es cualidad de las personas que han alcanzado un cierto grado de madurez. Supone salir de la ignorancia para vivir. En la segunda lectura encontramos que “tengan cuidado de no portarse como insensatos, sino como prudentes, aprovechando el momento presente, porque los tiempos son malos”. Nuevamente se contrapone la prudencia a la insensatez, ignorancia en la primera lectura, para mostrarnos lo que es el camino de la madurez, de quién quiere encontrar el sentido de la vida. En el Evangelio se nos dice por parte de Jesús que “el que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día”. Nos preguntamos de qué está hablando el Señor, qué es eso de vida eterna, por qué ese anuncio dentro de este discurso. La respuesta es sencilla: la promesa de vida eterna, de vivir para siempre, es para aquellos que toman la decisión de seguir a Jesús, de confiar en su palabra, de asumir el estilo de vida que nos propone. Ahí está la clave para entender todo lo que puede parecer contradictorio desde un punto de vista puramente humano. La invitación es a ver la realidad de otra manera, con los ojos de Jesús, descubriendo que lo que se nos propone vale la pena. Él mismo lo dice “como el Padre, que me ha enviado, posee la vida y yo vivo por Él, así también el que me come vivirá por mí”. Es una invitación a la unión, a hacer y construir esa unidad que nace de “comer su cuerpo y beber su sangre” para tener vida en Él. Como vemos, vivir para siempre no es una ilusión, no es un sueño, es una alternativa posible y real que toda persona que cree puede alcanzar. De nosotros depende si aceptamos la invitación o si la rechazamos. Está en nosotros el volver a hacer realidad lo que perdimos por causa del desorden causado por el pecado. Volvemos a encontrar el camino de la prudencia, de la sensatez para hacer frente a las circunstancias y situaciones de la vida, como dice el texto “porque los tiempos son malos”. Todo depende de nuestra libre decisión para hacer vida aquello de que “el que come de este pan vivirá para siempre”, mostrando así el camino para lograr la meta que se nos propone en las lecturas de hoy.

Homilía de Monseñor Alejandro Díaz García, en la Fiesta de San Ignacio de Loyola

El pasado 31 de julio, conmemoramos la fiesta de San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, un momento que nos permitió recordar nuestra historia y agradecer por todo el itinerario apostólico de los jesuitas en el país. Durante el evento se celebró una eucaristía solemne presidida por Monseñor Alejandro Díaz García, obispo auxiliar de Bogotá, la inauguración del XXIV Simposio de EE “Conversión Ecológica“ y el acto cultural conmemorativo por el Centenario: Peregrinos 1604-2024. A continuación, compartimos la homilía de Monseñor, durante este evento especial: __________________________________________________________________________________________________________________ En la celebración de los cien años de la Provincia Jesuita de Colombia, esta eucaristía quiere ser un agradecimiento especial por el tesoro de gracia que Dios ha sabido acumular a partir de la vivencia y transmisión de la espiritualidad ignaciana a lo largo del tiempo. La Palabra de Dios que ha sido proclamada, de alguna manera nos recuerda e invita a perseverar en algunas prácticas espirituales, que hacen parte de la esencia del evangelio, que brotaron con particular enardecimiento de las entrañas de fuego de aquel peregrino del siglo XVI, nacido en Loyola, y que hoy siguen siendo replicadas con especial dedicación por quienes han consagrado su vida al Padre del Cielo y a la Iglesia, a través del carisma ignaciano. Espero, entonces, que estas perseverancias nos ayuden a examinar el propio corazón y sigan siendo el objeto de nuestra misión. La primera de ellas, que es también la fundamental, es perseverar en la práctica de la imitación y del seguimiento de Jesús. Sabemos cuánto conocimiento interior alcanzó Ignacio sobre los misterios de la vida de Nuestro Señor. Él es el Camino, la Verdad y la Vida, y no existe otro fin en la vida del hombre que llegar a ser hijos en el Hijo. Esto explica la radicalidad y altísima exigencia en las condiciones que el mismo Jesús, según el evangelio de Lucas, propone a quienes lo siguen: posponer los amores más queridos, que son los radicados en los vínculos familiares, renunciar a todos los bienes y aprender a cargar la cruz. A esta ab-negación, libre y amorosa, el Apóstol Pablo, quien gusta hablar más de la imitatio que de la sequela de Cristo, añade que el imitador de Jesús, en un mundo plural, donde hay judíos y griegos, debe buscar siempre agradar a todos, renunciando a la ventaja personal para buscar mejor el bien común, el bien de todos. Esta actitud de despojo personal y a la vez de preocupación por la salvación de otros, propia del discípulo, puede ir en reversa no sólo a muchos sentires del tiempo presente, sino también a nuestra propia conciencia, adonde puede llegar la tentación de Jeremías: la tentación de “olvidarme del asunto”, de Dios, de la vocación a la que me llama, de la misión. Santos como Ignacio nos recuerdan la posibilidad real del seguimiento de Jesús y de vivir plenamente entregados al proyecto del Reino de Dios. Sigamos, pues a Jesús, imitemos a Nuestro Señor. La segunda perseverancia es en la práctica del discernimiento, en la que nuestro santo es maestro excelso. Desde el evangelio de hoy, el discernimiento es el antídoto que impide a una vida quedar a medias, es decir, sumida en la mediocridad, convertida en un elefante blanco, como la torre a medio construir, o todavía más, el antídoto que impide a una vida perder la batalla, sucumbir ante el enemigo, porque discernir significa tratar de descubrir la voluntad de Dios, en donde se esconde la verdadera plenitud y felicidad humana. Para ser eficaz, esta práctica debería copar toda nuestra vida, desde las elecciones relativas a las necesidades más básicas, como el “comer o el beber”, señalado por san Pablo, hasta los grandes proyectos, como el de edificar o conquistar, de los que habla el evangelio. Cualquiera sea el asunto, es necesario “sentarse” y ponerse a calcular o deliberar, para elegir lo que más conviene. Ignacio logró afinar este “ejercicio de inteligencia, de habilidad, de voluntad y de afectos” —como lo describe el papa Francisco— de manera que todos los hijos de Dios se pudieran beneficiar de él y aprendieran a encontrar los momentos favorables, lo que pertenece al buen espíritu, lo que en verdad nos perfecciona y acerca a Dios. Hoy damos gracias a Dios por todas la iniciativas que ha emprendido la familia jesuita en este ámbito espiritual por tantos años y le pedimos a todos sus miembros, en medio de este presente, donde los vientos de la confusión y la incertidumbre suelen arreciar, que no dejen de instruir a todo hombre de bien en los modos para reconocer y cumplir las voluntades de Dios. La tercera está inspirada en el salmo 33 y consiste en perseverar en la práctica del acompañamiento, que también la podríamos llamar la práctica del “acampamento”, porque la intención de Dios, según el salmista, es hacer camping, poner su carpa muy cerquita del entorno vital de las personas, pero sin anular su libertad, y estar ahí, disponible, de modo que ellas, si quieren, puedan encontrar un protector, alguien que las libere de sus ansias, que las salve de sus angustias, pero también un buen consejero que las escuche; alguien con quien puedan tener la certeza de que nada nos hará falta. Considero que ustedes, queridos hermanos jesuitas, han acumulado una gran experiencia en el arte de acompañar, y no lo digo sólo por el servicio específico de los Ejercicios Espirituales, sino por todas las experiencias de Dios que ustedes han propiciado en el corazón de los fieles, en medio de muchas comunidades, urbanas y rurales, gracias al modo de estar presentes en cada una de sus obras: siempre con cercanía y a la vez con discreción, con orden e inteligencia, con profundo respeto y paciencia, con caridad y humildad. Que toda persona en cuyo entorno Dios les permita acampar pueda sentir la compañía de Jesús y exclamar: “¡Qué bueno es el Señor!”. Querido cuerpo apostólico de la Compañía de Jesús: que el mejor regalo de Dios para ustedes en

El alimento para el camino de la vida

Hay momentos y circunstancias de la vida donde nos encontramos exhaustos, a punto de perecer. El alimento se nos ha agotado y tememos por nuestra vida, pensamos que la muerte puede llegar en cualquier momento. Son situaciones que podemos llamar límite. Vienen a mi mente, los rostros de personas secuestradas, de hombres y mujeres que no encuentran techo ni comida, de niños y jóvenes que andan desorientados por las calles de pueblos y ciudades. No es solo el hambre física sino también todo lo que produce hambre interior. Sin embargo, la pregunta es clara. ¿Cómo hacer para no ir hacia la destrucción, el caos y la muerte? ¿Cómo solucionar de manera radical los problemas que nos afectan como personas, como miembros de la sociedad, como gestores de un nuevo país? Son interrogantes que nos hacen dudar, particularmente, cuando debemos vivir situaciones de conflicto. Vienen a mi mente los nombres de personas que están trabajando por la paz desde diversas responsabilidades. Hombres y mujeres que arriesgan su vida a diario, porque creen que es algo que vale la pena. Es descubrir en la vida esa fuerza interior que nace de la acción del Espíritu en nosotros. Es encontrar que hoy como ayer, se nos dice como al profeta Elías en la primera lectura “levántate y come”. Al mismo tiempo, es la persona misma de Jesús, quien nos dice “yo soy el pan de vida, quien coma de este pan, vivirá para siempre, el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo”. Es el Dios que se compromete a caminar con nosotros, a ser nuestro alimento, a darnos fortaleza para el camino de la vida. Son palabras que escandalizan, para quienes no quieren oírlas con corazón de creyente. Y ¿qué significa esto? Sencillamente, que las cosas en la vida se pueden ver de dos maneras: una de ellas, es la simplemente humana, la de quienes se creen dioses de su propia historia, pagados de sí mismos, alejados de Dios porque, según ellos, no lo necesitan. La otra, la de aquellos que se consideran discípulos del Señor, necesitados de una luz en el camino, quienes reconocen su propia fragilidad y aceptan el pan de la palabra y el pan de la vida, alimento que se nos da en la Eucaristía, para recorrer el camino de la vida diaria, sabiendo que van a encontrar obstáculos y dificultades que pueden ser superados por la acción y la fuerza del Espíritu. En la medida en que nos relacionemos con el autor de la vida, tendremos la posibilidad de hacer que la vida surja en nuestro interior, que el camino de la vida se haga más llevadero y que tengamos nuestra esperanza puesta en quien es nuestra fortaleza. Él lo dijo “Yo soy el pan de la vida”. Acerquémonos a Él.

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