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Feliz día del padre

Una nueva celebración nos llega este domingo. Es parte de las celebraciones que desde hace algún tiempo, no sé exactamente cuántos años, nos llega por aquello del comercio, la sociedad de consumo y demás promociones y campañas. Esto no lo podemos negar. Sin embargo, vale la pena aprovechar la oportunidad para pensar un poco más a fondo el mensaje que nos puede dejar, tomando las cosas con un sentido de reflexión. Desde hace muchos años, casi un siglo, surgió el día de la madre, merecido, por cierto. El mundo vive de celebraciones, las necesita para romper la rutina, para salir de lo ordinario. De allí han ido surgiendo los diferentes días que son promocionados y anunciados como ocasiones especiales. No nos quedemos en lo externo y comercial.  Pensemos que bien vale la pena dedicar un espacio en nuestro diario vivir, unos minutos a reflexionar sobre lo que significa el ser padre dentro del contexto de nuestra vida. Llegamos a la vida por la decisión de un hombre y una mujer. Ellos, con el paso del tiempo, nos van formando, nos dan su amor, van haciendo de nosotros personas con un sentido de la vida y una misión en el mundo. Sobre la madre se ha hablado y escrito mucho. Normalmente, no sucede lo mismo con el padre. Es alguien que juega un papel importante en nuestro desarrollo, aunque su misión pueda estar más orientada hacia fuera del hogar, por su mismo trabajo, es alguien que tiene una tarea y una misión hacia el interior de la familia. Es la persona que ofrece la seguridad, que complementa la misión de la madre, que debe convertirse en amigo de sus hijos, que estos lo busquen en los momentos más importantes de su vida, en la toma de decisiones. El padre no puede ser únicamente el proveedor de lo material, quien vela por el sustento, porque nada falte. Ser papá es asumir el compromiso de formar esos seres que Dios le dio, sus hijos e hijas, preparándolos para la vida, para enfrentar los desafíos y retos que la misma vida les va colocando. Pienso en los adolescentes y jóvenes de nuestro mundo y de nuestro país, pienso en sus temores y ansiedades, en sus dudas y preguntas, en sus incertidumbres y pasos vacilantes. ¿Dónde deben encontrar el apoyo, el consejo y la orientación? En su padre, en la persona que, por la experiencia de la vida puede ser ese guía y consejero. Sin embargo, la realidad nos muestra algo diferente. El gran vacío de comunicación que hay entre papás e hijos. No sucede lo mismo, ordinariamente con las mamás. Hay en ellas una mayor cercanía y confianza con sus hijos. Qué bueno que hoy, al caer en la cuenta de la misión de ser papá, cada uno de mis lectores que lo son o están en camino de serlo comprendan el llamado que la vida misma les hace para que sean en verdad padres para sus hijos, ante todo con el ejemplo de vida, con los valores y actitudes que deben ser para los hijos; testimonio de un camino seguro que se ha de recorrer en la vida. Acuérdate, papá que lees esta columna, que no te puedes quedar solo en lo material y económico, que debes ir más allá y darle sentido a la vocación de ser padre. Por eso, feliz día del padre para todos los papás en su día.

Diciendo y haciendo

Siempre he pensado que la realidad de la vida nos enseña que no se trata solamente de hablar, de decir cosas. Se trata de hacer realidad en la cotidianidad de la vida lo que expresamos con nuestras palabras, lo que dice el adagio popular “diciendo y haciendo”. Quizás mis lectores se pregunten por qué afirmo lo que digo. Trataré de explicarlo. En el pasaje del Evangelio de este domingo le cuentan a Jesús que su madre y sus parientes lo están esperando. Hace una pregunta ¿quiénes son mi madre y mis parientes?  Luego, mirando a los que estaban sentados alrededor, dice: “Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de Dios”. En otra versión dice: “el que escucha la palabra de Dios y la cumple”. El sentido es el mismo. Se trata de cumplir lo que expresamos con nuestras palabras. Se trata de lo que podemos llamar coherencia de vida. Que nuestras acciones respalden  nuestras palabras. O como dice el adagio “obras son amores y no buenas razones”. La coherencia de vida es garantía de asumir un compromiso real y efectivo, de respaldar el discurso  con las obras. Pienso que la realidad de nuestra vida sería muy distinta si cada uno de nosotros hiciera realidad el decir y hacer. Que fuéramos más cautos en las palabras pues deben ir respaldadas por las obras. Otra sería la vida si cumpliéramos lo que prometemos. Desafortunadamente, muchas veces el cumplimiento se vuelve cumplo y miento, es decir aparentemente cumplo, pero interiormente sé que eso es de dientes para afuera, como decimos. Nos falta  asumir el compromiso serio de respaldar con obras la palabra empeñada. El papel aguanta todo, cuando se trata de textos escritos; el viento se lleva las palabras como el humo. La insistencia de Jesús en decir y hacer es clara. De nosotros depende que la asumamos como un compromiso de vida, como la garantía de empeñar nuestra palabra como algo sagrado, como lo era para nuestros mayores pues ellos todo lo hacían basados en el carácter sagrado de la palabra empeñada. No se necesitaban documentos adicionales, los negocios se hacían con la palabra como garantía. Hoy, nos encontramos ante una realidad muy distinta. A pesar de los documentos firmados, los compromisos se quebrantan, los pactos se trasgreden, la palabra no se cumple. Por eso, andamos como andamos. La credibilidad de las personas se ha ido perdiendo; lo mismo sucede con las instituciones. Todo tiene una razón de ser: no se cumplen las promesas hechas y esto trae consecuencias serias, a veces graves, para la convivencia entre personas, grupos, naciones y en el mundo. Los invito para que hagamos un esfuerzo de darle sentido a lo que decimos siendo coherentes con lo que hacemos. Que lo uno sea respaldo de lo otro. Que seamos ejemplo de lo que expresa el titular de esta columna “diciendo y haciendo” o como dice el refrán popular “más pica y menos pico”. La coherencia es una garantía de credibilidad.

Signo de unidad, vínculo de caridad

Decía el adagio “los jueves grandes en el año tres son, jueves santo, de corpus y de la ascensión”. Por esas cosas de los lunes festivos (en cuanto a lo civil) y de la supresión del precepto o fiesta de guarda (en cuanto a lo religioso) solo queda uno de esos jueves, el santo. Los otros dos pasaron al domingo (en lo religioso) y al lunes siguiente (en cuanto al festivo civil). Celebramos este domingo la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo. Esta fiesta está en íntima conexión y relación con la celebración del jueves santo, solo que la fiesta que nos ocupa está totalmente centrada en la eucaristía como el modo que Jesús instituyó para quedarse con nosotros y ser nuestro alimento espiritual. Ya lo había dicho Él mismo “quien come mi carne y bebe mi sangre, está en mí y yo en él y tendrá vida eterna”. La Eucaristía es regalo y es don porque nos fortalece, nos da sentido de unidad y fraternidad. Reunirnos en torno a la mesa del Señor para partir el pan eucarístico es construir unidad, es crear comunidad. Es sentirnos llamados a hacer de nuestra vida un testimonio de esa unidad que surge del partir y compartir el pan en la mesa del Señor. Es, al mismo tiempo, vínculo de caridad porque el compartir el pan nos lleva a hacer realidad en la vida diaria el sentido profundo de solidaridad con el más débil y el más necesitado que debe brotar de la mesa eucarística. No podemos, como nos lo dice el apóstol Pablo, compartir la mesa del Señor, partir el pan, si tenemos conciencia de que hay hermanos nuestros que pasan hambre, que tienen necesidad y que nosotros somos para ellos hermanos en la fe, en la esperanza y en el amor. Ha de ser un amor hecho vida, en las situaciones particulares y concretas de cada uno. Reunirnos a escuchar la palabra del Señor, a partir el pan, es también sentirnos convocados para ser solidarios, para ejercer el ministerio de caridad con nuestros hermanos, rostros vivientes de Cristo en el mundo y el momento actual. Pensamos con frecuencia, especialmente los varones, que la Eucaristía es asunto de ancianos, señoras y niños. No hemos caído en la cuenta de que todos, no importa la raza, el género, la edad, el nivel social, tenemos necesidad de fortalecer nuestra vida espiritual para ser capaces de hacer frente a los desafíos del tiempo presente. Desafíos que son cada vez más complejos, más agobiantes y, para lo cual, necesitamos fortaleza interior para afrontarlos. Ahí, la Eucaristía tiene un profundo sentido de alimento y sostén. Construir unidad y crear vínculos de caridad es algo que todos necesitamos en nuestro diario caminar como creyentes. Quiero invitar a todas las personas que lean esta columna a hacer un compromiso serio de participar más frecuentemente en la Eucaristía, de recibir el cuerpo y la sangre del Señor como ese alimento esencial en la vida.

El Dios en quien creemos

Más de una vez me han preguntado ¿tú crees en Dios? ¿Cómo puedes demostrarlo? Y siempre he respondido: Yo creo en Dios, para creer en Él, me basta mirar hacia mi interior y allí lo descubro. Por las acciones que Él realiza, por la manera cómo actúa por medio de su Espíritu, por el amor que me muestra al haber entregado a su Hijo para salvar a la humanidad y liberarla del pecado. Yo creo en Dios y me siento feliz de poder decirlo y compartirlo con las personas que leen esta columna. Es una fe que me llena de gozo y que le da sentido a mi vida. Si a usted, la persona que lee esta columna, le hicieran las mismas preguntas, ¿qué respuesta daría? ¿Cuál sería su experiencia de Dios y cómo la compartiría? Quiero invitar a cada una de las personas que leen esta columna a dedicarse unos minutos y responder esas dos preguntas. Hágalo con total sinceridad, sin buscar respuestas prefabricadas. Le doy algunas pistas: mire su existencia, descubra en ella las huellas del paso de Dios por su vida, identifique lo que puede considerar que son regalos del amor de Dios, que son manifestaciones de su bondad. Celebra la Iglesia la solemnidad de la Santísima Trinidad. Es la fiesta de nuestra fe, por expresarlo de una manera sencilla. Es el día en el cual reconocemos a ese Dios que se nos manifiesta, el Dios en quien creemos, un Dios que son tres personas distintas y un solo Dios, como decimos desde niños cuando lo aprendimos en el catecismo. Todo eso, es algo que debe llenarnos de una profunda seguridad interior y que nos permite exclamar con san Agustín “oh dicha tan antigua y tan nueva, cuán tarde te conocí… eres más íntimo a mi mismo que mi propio ser”. Reconocer nuestra fe en un Dios que es Padre, creador, es descubrir el amor hecho vida y manifestación de la bondad. Confesarlo como un Dios que es Hijo, nos invita a proclamar la cercanía y el compromiso de ese mismo Dios con la historia de la humanidad, haciéndose uno de nosotros, compartiendo las situaciones y circunstancias de la vida. Es expresar la acción de un Dios amor, que por la fuerza del Espíritu, es santificador, es consolador, es acción. Todo esto lo encuentro expresado en el Credo cuando manifestamos “creo en un solo Dios, Padre… Hijo… y Espíritu Santo”. Hay algo más. Esa fe la vivimos en la Iglesia, es la reunión de la comunidad de creyentes donde se comparte el pan de la palabra, el pan de la eucaristía, donde se celebran los sacramentos que son los canales como la gracia de ese mismo Dios nos llegan a nosotros los cristianos. Todos los sacramentos son administrados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Alabamos a Dios en la oración dirigiéndonos al Padre, por el Hijo, en el Espíritu. Es lo que cantamos y proclamamos en la liturgia de las horas y en todas las celebraciones. Dios es el compañero inseparable de nuestras vidas. Un Dios así es el Dios en quien usted y yo creemos y de quien queremos dar testimonio en nuestra vida. Un Dios que ama, que libera y santifica. El Dios que da sentido a mi vida.

Rehacer la vida y construir la paz

De acuerdo con nuestro itinerario de la Región Bogotá-Soacha, el día martes 9 de abril de 2024, nos encontramos con los jóvenes de los colegios de Fe y Alegría (Torquigua, José María Vélaz, San Ignacio, San Vicente y Las Mercedes), el Colegio Santa Luisa, el Colegio Mayor de San Bartolomé, el Colegio San Bartolomé La Merced y la Casa Pastoral Nuestra Señora del Camino de Altos de la Florida, Soacha. El 9 de abril atrae sobre sí una memoria herida a causa de la indiferencia y la violencia, el miedo y la división en nuestro país. No obstante, cuando nos acercamos, dialogamos y sentimos juntos nuestra historia, se despierta en cada corazón la sensación de ser parte del mismo cuerpo, amado y enviado a la misión de reconciliación y justicia. Nuestras heridas sanan. Se recupera la esperanza y se descubre el gran valor de estar unidos en medio de la diversidad. Efectivamente, cada uno de los asistentes a esta experiencia regional, tuvo la oportunidad de conectar con otros, en un espacio de escucha de testimonios vivos del conflicto armado. Esta reflexión se hizo aún más sensible a través del lenguaje del teatro, la música y la construcción creativa y colectiva de las propias siluetas, que representaban la vida misma, con sus resistencias y afrontamientos resilientes. En la profundidad de cada corazón, Dios fue encendiendo una pequeña llama de fortaleza y alegría para asumir la historia común y, desde ahí, rehacer la vida y construir la paz. El camino de Regionalización se sigue inspirando en los grandes sueños de nuestra Provincia por hacer procesos de reconciliación y de justicia. Optamos por encontrar, en el diálogo y en el encuentro con los otros, una luz en el camino que permita avanzar hacia la esperanza de reconocer, en unos y otros, los signos de los tiempos que mejor orienten el paso.

¿Cuál es el sentido de nuestra esperanza?

Hace cuarenta días estábamos celebrando la fiesta de la resurrección del Señor. Hoy, nos alegramos con la fiesta de la Ascensión. ¿Qué conexión existe entre una y otra? ¿Qué nos dice de nuevo esta fiesta a los cristianos que vamos caminando por este mundo, cargados de problemas, llenos de ansiedad y de tensión? Veamos. Jesús de Nazareth, el Dios hecho hombre, el mismo que padeció y resucitó, es glorificado, colocado a la derecha del Padre, para desde allí interceder por nosotros, sus hermanos. Nos envía el Espíritu de la verdad, el consolador, el abogado. Se nos invita a disponer el corazón para recibir el regalo de Jesús, su nueva forma de presencia en medio de nosotros, en el corazón de cada creyente. El mismo que había resucitado, quien durante cuarenta días se fue manifestando a sus discípulos de diversas maneras para fortalecerlos en la fe, es el mismo que asciende a los cielos para ser glorificado y colocado como nuestro intercesor. Esa es la conexión entre la resurrección y la ascensión. El segundo aspecto que debemos considerar es el referente al sentido que tiene para nosotros esta fiesta. Para mí, es el sentido de la esperanza, de saber cuál ha de ser el camino que vamos a seguir después de nuestro paso por la muerte. Estamos llamados a vivir la plenitud de Dios en la fiesta sin fin, estamos llamados a ser copartícipes de la gloria que se nos ha anticipado y mostrado en la resurrección. No todo puede ser tristeza y dolor, no todo es fracaso y tragedia. Hay un profundo sentido de esperanza en lo que nos espera. Es lo que nos dice el canto que hemos escuchado muchas veces “somos los peregrinos que vamos hacia el cielo, nuestro destino no se halla en esta tierra, es una patria que está más allá”. Seguir a Cristo es encontrar el camino de la esperanza, es saber que por difíciles que sean las situaciones que debamos afrontar, no todo termina con la muerte, que ese no es el final, que hay una vida después de esta existencia temporal, que es pasajera y caduca, marcada por la mezcla de alegría y dolor. Esa esperanza nos anima a seguir hacia adelante, a no dejarnos vencer por los problemas y las situaciones complejas. Mirando la vida de esa manera, renace en nuestro interior la luz de la esperanza. Pienso en los tiempos que estamos viviendo, los problemas que debemos afrontar, las situaciones de tensión que nos agobian. Ante ese panorama descubro que no puedo dejarme vencer por todo ese clima de zozobra, que por encima de los problemas estoy llamado a ser un sembrador de esperanza, alguien que pueda mostrar el camino a otros, profundamente convencido de que es posible construir un mundo mejor, un país más fraternal y humano. Es, al mismo tiempo, decirme a mí mismo que la fe debe ser encarnada, que no es algo distante y apartado de la realidad ordinaria. Es anunciarme y proclamar a los demás que la esperanza a la luz de la resurrección y ascensión de Jesús tiene sentido y vale la pena. Al celebrar la fiesta de la Ascensión hago un llamado a quienes leen esta columna para que se conviertan en testigos y profetas de la esperanza, porque lo necesitamos. Estamos cansados de escuchar a los profetas de desgracias y bien vale la pena recobrar el sano optimismo que necesitamos para seguir adelante.

Visita del nuncio apostólico al Santuario de San Pedro Claver

Con motivo del lanzamiento de las celebraciones por los 500 años de presencia de la Iglesia en Cartagena, el Santuario de San Pedro Claver tuvo la alegría de recibir la visita del Sr. Nuncio M. Paolo Rudelli de nacionalidad italiana y el secretario de la Nunciatura, M. David Charters de nacionalidad inglesa, acompañados del arzobispo de Cartagena M. Francisco Javier Minera. Siendo la primera vez que el Sr. Nuncio visitaba la ciudad de Cartagena, nuestros visitantes tuvieron la posibilidad de visitar las reliquias de San Pedro Claver en el templo, el museo de arte religioso del Santuario y el claustro, incluido el piso donde actualmente vivimos los 8 jesuitas que tenemos la responsabilidad de resignificar la figura del Santo. Fue esta una bonita oportunidad para compartir con los obispos visitantes los retos que tenemos en esta misión de Cartagena y del Caribe y de renovar nuestro servicio a la Iglesia local a través de su pastor.

La misión que nos confía el señor

Siempre he pensado en lo que significa que el Señor lo llame a uno, lo escoja para una vocación y una misión determinadas. Es lo que nos dice el evangelio de este domingo. Cuando pienso en este pasaje, recuerdo con gozo y alegría el día de mi ordenación sacerdotal. La razón es muy sencilla, parte de este texto lo coloqué en la tarjeta de participación de mi ordenación. Es el que dice “no me han elegido ustedes a mí, soy yo quien los he elegido; y los he destinado para que vayan y den fruto, y su fruto dure”. Resuenan en mis oídos las palabras del obispo el día de mi ordenación, revivo los momentos de mi primera misa y siento esa dicha como si la estuviera viviendo en este momento, han pasado 47 años y medio. Es la conciencia de haber sido escogido no por mis méritos, ni por mis cualidades, sino por la bondad y la gracia del Señor, porque me quiso llamar a ejercer un ministerio de amor y de servicio en favor de mis hermanos, para que fuera su presencia en medio de la comunidad, siendo un puente entre El y las personas, buscando que se acerquen a Dios, que se reconcilien con El. Llamado a ser ministro del perdón, considero que es un ministerio que tiene pleno sentido en el contexto que vivimos. La misión es dar fruto abundante. Es la tarea que tenemos todos como cristianos, no solo los sacerdotes y los religiosos, sino todos los bautizados. Es el compromiso de ser constructores del reino de Dios acá en la tierra. Sabemos que no es fácil, dadas las actuales circunstancias y los problemas que vivimos. Pero estamos llamados a ser profetas de la esperanza, sembradores de paz y justicia, ministros de la verdad. Ahí, en todos esos campos, nos la jugamos por Cristo, es la misión que nos ha encomendado. Asumamos dicha tarea con entusiasmo y pongámosla por obra. El amor ha de ser el distintivo del cristiano, ha de llenarlo de luz y esperanza, ha de mostrarle la posibilidad de un futuro mejor. Pero debe ser un amor hecho vida real en lo ordinario y cotidiano de la vida. Nos deben reconocer por la manera como nos amamos, para cumplir el precepto de Jesús “ámense los unos a los otros como yo los he amado”. Ese amor no es algo abstracto, es algo profundamente encarnado, real, palpable y eficaz. Eso cambia las relaciones interpersonales, cambia a las personas, poco a poco cambia el mundo. Me he preguntado por qué pensamos siempre que amar es difícil, lo colocamos como algo inalcanzable. Pensamos que eso es algo para personas privilegiadas que tengan unas cualidades superespeciales. Al ver las cosas desde lo espiritual, entiendo que no es algo tan lejano y distante, sino que es cercano y posible. Mi invitación a quienes leen esta columna es a tomar la decisión de amar, comenzando desde hoy mismo, superando obstáculos, dificultades y prevenciones. Sabiendo que podemos fallar más de una vez, que no nos va a hacer diferentes el aceptar nuestros errores, debemos empezar a construir ese nuevo horizonte con el que todos soñamos. Es la misión que Jesús nos confía. Hoy, miremos hacia dentro de nosotros mismos, preguntémonos cómo estamos asumiendo la misión que el Señor nos ha encomendado y vivámosla.

Unidos lograremos grandes cosas

Siempre me he preguntado por qué es tan difícil que las personas nos unamos para lograr propósitos comunes. Pueden más en nosotros los intereses particulares y personales. Casi que podríamos decir que esta es una prioridad que está a flor de piel. Sin embargo, la realidad debería ser otra. Pensar con criterio de comunidad, de bien común, de apoyarnos los unos a los otros, de creer que juntos es posible alcanzar metas grandes. El evangelio de este domingo es un buen ejemplo de esto. Nos presenta el texto la imagen de un labrador que cultiva una viña y nos dice “yo soy la verdadera vida y mi Padre es el labrador”. Para los oyentes del tiempo de Jesús era una imagen bastante familiar dado que las plantaciones de la vid, de la uva, se encontraban en abundancia. No era, como sí lo es para nosotros, algo extraño o desconocido. Son las comparaciones que usa Jesús para acercarse más a la gente, para hacer más comprensible su mensaje. Quien tiene una plantación, en este caso una vid, la debe cuidar, podar, abonar para que la cosecha sea abundante y los resultados sean los esperados. Debe darse la unión entre los sarmientos y la vida “como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, tampoco ustedes si no permanecen en mí. Yo soy la vida, ustedes los sarmientos”. Estar unidos es el primer paso para lograr algo en común. Esto se da cuando nos proponemos metas para alcanzar entre todos, cuando los fines son compartidos, cuando los medios se han buscado entre todos. Nos lo completa el texto “el que permanece en mí y yo en él ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada”. El texto va más allá pues nos dice “al que no permanece en mí, lo tiran fuera, como al sarmiento, y se seca”. Es la expresión de la realidad de las personas que no se unen a las causas comunes, que con son disociadoras con sus actitudes, que prefieren aislarse y marginarse pensando solo en lo personal o particular. Esto se da en muchas situaciones y circunstancias de la vida. Pienso en lo que podríamos alcanzar y lograr si nos comprometiéramos de verdad en lo que se llama la búsqueda del bien común. Sobre esto tenemos muchos ejemplos en la historia de la humanidad. Grupos que se han unido para lograr algo y sin tener muchos recursos disponibles han logrado grandes cosas. Grupos humildes y sencillos que han salido adelante porque han tenido la fuerza de la unión, como nos dice el adagio popular “la unión hace la fuerza”. Han tenido líderes que les han mostrado el camino para superar la dificultad, para unirse en la causa común. El ejemplo del texto de hoy es diciente y nos habla de una manera clara: si quieren lograr algo grande únanse, ayúdense, apóyense porque somos sarmientos que debemos estar unidos a la vid, al tronco, para dar fruto y que este sea abundante. Es bueno revisar si nos sentimos dispuestos a hacer causa común para el logro de los objetivos que como colectividad, como región, como país, podemos proponernos y ver si hay actitudes que podemos y debemos cambiar. Como digo en el título “unidos podemos lograr grandes cosas”. Ánimo.

Campamento Misión Regional de Semana Santa de los colegios jesuitas de la Región Bogotá-Soacha

80 misioneros de los tres colegios jesuitas de la Región Bogotá – Soacha se unieron en un espíritu de servicio y fraternidad durante la pasada Semana Santa para acompañar el Campamento Misión Regional. Esta experiencia de Pastoral, que tuvo lugar del 24 al 31 de marzo en Pacho – Cundinamarca, marcó un hito significativo en el largo proceso de discernimiento y colaboración que vivimos como Región con miras a acompañar más y mejor a los jóvenes en la creación de un futuro esperanzador. El Campamento Misión es una manifestación tangible del compromiso pastoral y social de nuestra propuesta educativa que le permite a nuestros estudiantes compartir experiencias de vida con los habitantes de los sectores rurales y nutrir su fe a través del aprendizaje mutuo y la acción solidaria en coordinación con la Iglesia local. Este trabajo pastoral se desarrolla desde una profunda convicción de fe, enriquecida por la oración, la reflexión, el testimonio y la participación activa en el plan evangelizador de la Iglesia en esa región específica. La convivencia con las comunidades veredales es un aspecto central de esta experiencia. Los misioneros comparten la vida cotidiana, las costumbres y las preocupaciones de los campesinos, reconociendo en ellos el rostro de Dios y buscando un mayor compromiso cristiano a través del servicio y la solidaridad. Así mismo, los misioneros buscan aprender de la sabiduría y la vivencia cristiana de los campesinos, quienes, desde su realidad de vida, ofrecen valiosas lecciones sobre la fe y la sencillez del Evangelio. Agradecemos a todos los estudiantes, exalumnos, acompañantes de Pastoral y jesuitas que hicieron posible esta experiencia tan significativa. Su dedicación y compromiso son ejemplos inspiradores de lo que podemos lograr cuando trabajamos juntos para construir Región. ¡Que el espíritu de la colaboración y el servicio sigan guiando nuestros pasos en el camino hacia un mundo más justo y humano!

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