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Vivimos en un mundo de contrastes

La afirmación que me sirve de título a la columna de esta semana no es algo novedoso. Nos lo dicen los sociólogos, los psicólogos, los estudiosos de la realidad humana desde el punto de vista personal y social. No es novedoso, porque es lo que encontramos todos los días, por donde quiera que caminemos. Son esos contrastes que nos sacuden en lo más profundo, sobre todo cuando no encontramos respuesta lógica, sino que debemos asumir una actitud casi que de conformismo, porque la solución no está al alcance de nuestras manos. El texto de Lucas que se nos presenta  en el Evangelio es un ejemplo de esos contrastes a los que me he referido más arriba. Está presentado en clave de felicidad y desgracia. Son los criterios del mundo, de lo fácil, de aquello que la gente busca como su satisfacción y meta en la vida. Contrasta con lo que Jesús propone como el camino de la felicidad. Es lógico que el ambiente en el cual nos movemos no entienda esa dinámica porque no está de acuerdo con lo que se nos está vendiendo e inculcando de diversas maneras. Al fin de cuentas, es cuestión de opciones, de decisiones y entra en el campo de la libertad de cada persona. Veamos lo que es popular, lo que llama la atención. Se habla de “los ricos, de los que están satisfechos, de los que ríen y de quienes son alabados por todo el mundo”. Ante estas cuatro actitudes Jesús exclama “ay de ustedes, porque  ya tienen su consuelo, porque tendrán hambre, porque llorarán de pena, porque de ese modo trataron sus padres a los falsos profetas”.  En síntesis no todo lo que brilla es oro, como dice el refrán, la felicidad no está en el tener, no es ese el camino que Jesús propone. Sin embargo, hay muchas personas para quienes la riqueza, el prestigio y otras cosas se constituyen en valores fundamentales. Por otro lado, en la primera parte del texto aparece el contraste “dichosos ustedes los pobres, los que ahora tienen hambre, los que ahora lloran, cuando los hombres los aborrezcan y los expulsen de entre ellos, y cuando los insulten y maldigan por causa del Hijo del hombre”  es lo que propone Jesús a sus discípulos y, en ellos a nosotros. Las razones son claras “de ustedes es el reino de Dios, serán saciados, al fin reirán, alégrense ese día y salten de gozo, porque su recompensa será grande en el cielo. Pues así trataron sus padres a los profetas”. Es un camino muy distinto, es un nadar contra la corriente, por decirlo de alguna forma. Eso no es popular, no es atractivo. Es el camino de la verdadera felicidad, la que se construye sobre la base del ser y no del tener. Claro está que esto corresponde a las opciones y decisiones personales. Es cuestión de cada uno. Vale la pena preguntarse ¿sobre qué base está construida nuestra vida? ¿Cuáles son los valores que la orientan? ¿Qué consideramos como prioridad? y ¿Por cuáles valores estamos dispuestos a jugarnos el todo por el todo?. Esa es la clave y ahí está el secreto para ser capaces de superar esos contrastes, esas contradicciones existenciales que nos afectan y que no podemos ignorar o pretender acallar. ¿Cuál es tu respuesta? ¿Dónde está tu corazón?

Confiar en la palabra

Estamos tan acostumbrados a oír expresiones como las siguientes “te doy mi palabra”, “confía en mi palabra” que no creemos que eso corresponda a la verdad. La razón es muy sencilla: la gente no cumple la palabra empeñada. Vivimos en un mundo del cumplimiento (cumplo – y – miento). No sucede lo que acontecía en tiempo de nuestros mayores, especialmente nuestros abuelos, cuando la palabra empeñada era sagrada, se cumplía lo prometido, no había necesidad de hacer documentos escritos, porque la palabra tenía valor, era respaldada por las acciones, y si no se cumplía, podía llegar incluso hasta costarle la vida a la persona que había faltado a su palabra. Quienes leen esta columna pueden pensar cuál es el sentido de mi escrito de esta semana. La razón es clara: en el Evangelio de este domingo encontramos que Pedro le dice a Jesús después de haber estado toda la noche en una pesca infructuosa “por tu palabra echaré las redes”. Era una invitación, no era una orden. Todo podía haber seguido igual, habrían regresado desalentados, sin haber pescado cosa alguna. Pero hay algo en el interior de Pedro que lo mueve a hacer lo que están diciendo: confía en la palabra de Jesús. Hace lo que Él le dice y la recompensa es grande “hicieron una redada de peces tan grande que reventaba la red”. Confiar en la palabra de alguien, significa creer en esa persona, descubrir que tiene algo importante para decirnos, que no podemos desoír esa invitación. Significa también tomar la decisión de hacerse vulnerable, de permitir que esa otra persona entre en nuestra vida y su palabra se convierta en luz para nuestro camino. Eso en el plano de las personas semejantes a nosotros. Y cuando se trata de Jesús, ¿por qué no hacemos lo mismo, por qué dudamos, por qué no confiamos si Él nos está mostrando el camino para seguirlo de manera incondicional? Estamos acostumbrados a buscar las evidencias, las pruebas de todo, nos obsesiona la certeza y la seguridad. Eso podemos dejarlo al campo científico. Pero no podemos hacer lo mismo en el campo de lo espiritual, de las relaciones interpersonales. Si lo hacemos así, corremos el riesgo de aislarnos de las personas, de no encontrar caminos adecuados para interactuar, porque siempre tendremos la sospecha de que nos pueden estar engañando, de que no son honestos y sinceros con nosotros. Todo esto nos sucede porque no confiamos en la palabra, no creemos en el otro. Recuperar el valor y el sentido de la palabra es el reto que tenemos de ahora en adelante. Hemos vivido la experiencia de tener que asegurarlo todo con contratos, documentos escritos, testimonios y pruebas. Todo porque dejamos que la palabra perdiera su valor y su significado como compromiso sagrado. La palabra tiene la fuerza de exteriorizar lo que somos en lo más íntimo y profundo de nuestro ser. Démosle ese sentido, no la desvirtuemos, recuperemos su valor y tengamos presente que cuando empeñamos la palabra, estamos invitando a la otra persona a que confíe en nosotros. No traicionemos esa confianza y respaldémosla con hechos de vida.

Cristo, luz del mundo

La Virgen de las Candelas, de la Candelaria, Nuestra Señora de la Luz. Todos son nombres para hacer referencia a la celebración de este día, en el cual se nos recuerda la celebración de la Presentación del Señor en el Templo y la Purificación de la Virgen María. Es, ante todo, una fiesta del Señor que la piedad popular la ha volcado hacia la Santísima Virgen. Cuestiones de la religiosidad de nuestro pueblo pero que nos ayudan en el crecimiento de la fe. El hecho del nacimiento del Señor, celebrado hace cuarenta días, fue algo que cambió el curso de la historia porque Dios se metió para siempre en nuestro diario caminar al hacerse uno de nosotros, igual en todo, menos en el pecado. Por esa razón, fiel a las costumbres y a la ley del pueblo judío, debe cumplir por medio de sus padres lo que la tradición señala. Así, ellos llegan al templo para cumplir sus deberes como creyentes. El centro de la celebración es recordar a los creyentes que Jesús es la luz del mundo, pues así lo ha llamado el anciano Simeón a la entrada del Templo. Es el anticipo de lo que debemos celebrar en la noche de Pascua cuando se proclama a Cristo como la luz, por su muerte y resurrección. Hoy, desde su infancia, Cristo sigue proclamándose a sí mismo como la luz que ilumina a todo ser humano que llega a la existencia. Seguir a Cristo, que es la luz, es caminar por senda segura, es reconocer que por difíciles que sean los senderos que debemos recorrer, podemos sentirnos tranquilos porque el Señor nos ilumina, como lo proclaman las palabras de Simeón. Hoy, como ayer, es necesario proclamar ante el mundo que quienes tenemos fe, reconocemos a Cristo como luz, que deseamos que dicha luz brille en nuestro interior para así transitar por el sendero recto. El mundo en el cual vivimos es complicado, vive en las tinieblas, se encuentra a veces perdido y desorientado. La razón de esto es la carencia de luz, la que se ha rechazado muchas veces y que hemos pretendido ocultar o esconder. Abrir el corazón, dejar que la luz entre en nuestro interior, es aceptar a Cristo como razón y sentido de nuestras vidas. Por otro lado, la luz en la persona de Jesús nos llegó por medio de María, quien aceptó ser la madre de Jesús, del Dios hecho hombre. Por eso considero que la piedad cristiana y la tradición popular no están demasiado alejadas de la verdad, al contrario, están muy enfocadas, porque se hace realidad lo que decía un autor «a Jesús se llega por María». Dejemos que ella nos guíe para alcanzar la luz. Dejemos que Cristo ilumine el camino de nuestra vida, permitamos que María sea la maestra que nos lleve a Él. Que la luz de Cristo nos ilumine.

La misión de Jesús de Nazaret

¿Qué haría cada uno si alguien nos pidiera que pusiéramos por escrito nuestra experiencia de encuentro y conocimiento con alguna persona especialmente significativa? Y ¿qué sucedería si esa persona tan especial fuera el Señor Jesús, el Dios hecho hombre en quien creemos? ¿Qué diríamos, qué escribiríamos, qué consideraríamos importante? ¿Cuál sería el eje central de nuestro testimonio? La respuesta a todas esas preguntas las encontramos en el Evangelio escrito por Lucas. Él nos dice al comienzo del texto lo que ha querido hacer: “yo, después de comprobarlo todo exactamente desde el principio, he resuelto escribírtelos por su orden, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido”. Habla sobre las tradiciones transmitidas por quienes primero fueron testigos oculares y luego predicadores de la palabra. Es la doble dimensión de quienes han dado ese testimonio: testigos y predicadores. Dan fe con su palabra de lo que vieron y oyeron. Son testigos de primera mano que han querido compartir su experiencia con Jesús de Nazaret. Experiencia que para ellos significó el encuentro del sentido de su vida. A continuación, el texto del Evangelio de este domingo pasa a narrar la experiencia de Jesús de Nazaret en la sinagoga de su pueblo. Allí expresa cuál es su misión “el Espíritu del Señor está sobre mí, porque Él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio (Buena Noticia) a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor”. Es un texto tomado del profeta Isaías. La clave para entender este pasaje la da el mismo Jesús cuando a renglón seguido afirma: “Hoy se cumple esta Escritura que acaban de oír”. Al leer cuidadosamente este texto comprendemos que la misión de Jesús no está relacionada con las cosas temporales, no tiene nada que ver con la reconstrucción del reino de Israel, no es cuestión de poder, de prestigio o de influjo. En eso los judíos se equivocaron, no comprendieron lo que siglos antes había anunciado el profeta Isaías y que ahora se veía cumplido en la persona de Jesús. Era, ante todo, una misión orientada hacia los necesitados, los desposeídos, los marginados. Era para todos los que se reconocían necesitados del amor de Dios, que abrían su corazón a la acción salvadora y liberadora de un Dios que ama y que perdona. Hoy, cuando el mundo se mueve con criterios que tienen que ver con la eficiencia, con el uso del poder y el prestigio, estamos invitados a hacer realidad la misión de Jesús. En el contexto de un mundo marcado por lo material, donde lo espiritual corre el peligro de ser visto como algo innecesario, como algo fuera de contexto; esa misión de Jesús tiene pleno sentido y nosotros estamos llamados a hacerla realidad.

La solidaridad hecha vida

La escena que nos presenta el texto del evangelio de este domingo es ampliamente conocida por todos nosotros. Es una celebración de la vida que tiene una características que nos ayudan a comprender lo que significa la presencia de Jesús en estas bodas. Es algo normal contar a María entre los invitados, lo mismo que estén Jesús y sus discípulos. Sin embargo, el regalo de Jesús es poco usual y se sale de lo común que se acostumbra en dichas ocasiones. La clave está en la frase de María “hagan lo que Él les diga”. Ella, como buena madre y observadora de lo que acontece, se ha dado cuenta de que “no tienen vino” y se lo manifiesta a Jesús. Es bueno entender que la celebración de las bodas entre los judíos, en tiempos de Jesús, tomaba varios días. Había que atender a los invitados. Por eso, la situación de la carencia del vino. Hubiera sido una situación embarazosa que quienes asistían a la fiesta se hubieran dado cuenta de la falta del vino. Al mismo tiempo, permite que Jesús realice el primer signo mostrando lo que es la solidaridad hecha vida. Siente que puede hacer algo por esta pareja, les puede ayudar, puede atender su necesidad. Vale la pena que nos preguntemos cómo actuamos cuando las personas cercanas a nosotros están en apuros, tienen alguna necesidad no prevista. Cabe también preguntarnos sobre el vino y su significado. Me atrevo a pensar que tiene que ver con el amor, con lo que alimenta la relación de pareja entre un hombre y una mujer, lo que da sentido al compromiso que asumen ante el Señor por medio del sacramento del matrimonio. Puede ser eso y mucho más. Es mostrar cómo lo ordinario se puede convertir en algo extraordinario cuando el amor es el que nutre y alimenta la relación. Es un mensaje positivo y alentador para las parejas que toman la decisión de unir sus vidas para siempre. Siempre me ha llamado la atención la actitud de María, la Madre del Señor. No se deja vencer ante la primera dificultad, expresada en la respuesta de Jesús “todavía no ha llegado mi hora”. Insiste y hace que Jesús realice este gesto de solidaridad y se convierte como lo dice el mismo texto “en el primer signo que realizó Jesús” y tuvo su efecto en los discípulos que “creyeron en Él”. Más aún, produjo su efecto en los recién casados, pues aunque el texto no lo dice, lo podemos suponer, y su preocupación se transformó en alegría y gozo. Es lo que sucede cuando hacemos nuestras las necesidades e inquietudes de los demás, cuando la solidaridad se vuelve para nosotros una actitud de vida y nos lleva a asumir compromisos que van en beneficio de los demás. La escena en Caná de Galilea puede ser la de cualquiera de nuestras ciudades, la de cualquiera de los barrios de las mismas, le puede suceder a cualquier pareja que se encuentra en dificultades. La solidaridad se hace vida y ese es nuestro compromiso. Vivámosla.

El bautismo hecho vida

Con frecuencia encontramos personas que nos impactan. Unas veces, por su manera de actuar, otras por la forma en que se expresan, algunas más por las cualidades que los caracterizan. Esas personas dejan huella en nosotros, nos interrogan y cuestionan. Al leer las lecturas de este domingo, día en el cual celebramos la fiesta del Bautismo del Señor, me encuentro con una persona que impacta y podría decir que por todos los aspectos enunciados anteriormente es alguien que deja una huella indeleble. La primera lectura lo describe como “el siervo, el elegido, en quien el Señor tiene sus complacencias”. El texto de la segunda lectura lo describe como “Jesús de Nazaret, quien pasó haciendo el bien, sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con Él”. De él mismo dice Juan Bautista en el evangelio “ya viene otro más poderoso que yo, a quien no merezco desatarle las correas de sus sandalias. Él los bautizará con Espíritu Santo y fuego”. Todos los textos nos invitan a preguntarnos sobre el sentido del bautismo de Jesús. Es el comienzo, la inauguración, de lo que llamamos su ministerio público, el anuncio del reino de Dios. Es la misión para la cual fue enviado, es la razón de ser del Dios hecho hombre, nacido en el portal de Belén. Y vale la pena preguntarnos sobre el sentido de nuestro propio bautismo y la misión que nos corresponde. La persona de Jesús nos invita a reconocer en él a alguien que habla con autoridad, que respalda con su acción las palabras que pronuncia, que muestra el camino para vivir el compromiso cristiano. Es el Dios con nosotros, como lo llama el profeta Isaías, quien se ha insertado en nuestra historia y nos ha dado ejemplo de coherencia en la vida. Las palabras deben estar respaldadas por las obras. La vida es la que debe hablar más que nuestras propias palabras. Cuando se habla de Jesús como “quien pasó haciendo el bien” alude a todo lo que hizo a favor de las personas de su tiempo, a los enfermos que curó, a los ciegos a quienes devolvió la vista, a los lisiados que volvieron a caminar, a los sordos que volvieron a escuchar, a los mudos que recuperaron el habla. Sintió como propias las necesidades de las personas, lloró con los que se sentían invadidos por la tristeza, compartió el sufrimiento de los afligidos de diversas dolencias. Podríamos seguir enunciando el bien que Jesús hizo. Es el momento de preguntarnos cada uno de nosotros, con toda seriedad, ¿Qué debo hacer yo en lo concreto de mi vida para vivir el compromiso que nace de mi ser bautizado? ¿Cómo puedo hacer vida lo que profeso con mis palabras? La respuesta a estas preguntas nos muestra el camino de lo que llamamos la vida cristiana. Te invito, amable lector, a que te tomes unos minutos durante este fin de semana para que trates de responderte las preguntas antes enunciadas y descubras si debes hacer cambios en tu manera de proceder, en la forma en que actúas, en lo que atañe a las relaciones con otras personas y, sobretodo, que te preguntes qué debes hacer para que se pueda decir de ti “que pasaste haciendo el bien” al estilo de Jesús.

El cuarto Rey Mago

Es una sencilla historia que leí hace tiempo. Hay una película que lleva ese título. Es la historia de un hombre que busca a Jesús durante toda su vida. Lo encuentra al final de la misma, cuando está a punto de morir en la cruz. La otra historia es la de un joven que sigue a Jesús, no importándole las dificultades que debe atravesar, que las otras personas que habían seguido a Jesús, lo hubieran abandonado al ver los inconvenientes y dificultades que debió enfrentar durante su vida pública. Este personaje siempre le respondió a Jesús, cuando le preguntó por qué no se iba como los demás, “yo con mi rey”. Estas dos historias nos ayudan a comprender lo que significó para esos personajes sabios del Oriente, la búsqueda de Jesús, siguiendo la estrella que les iba mostrando el camino. Debieron hacer frente a dificultades, peligros, arriesgaron la vida. Fueron constantes, la recompensa fue grande: encontraron al Mesías, al anunciado por los profetas. Es lo que todos nosotros queremos hacer, buscar y encontrar a Jesús, luz del camino y sentido de nuestras vidas. La estrella puede aparecer en cualquier momento de la vida, puede ser una persona, una situación, un acontecimiento o una circunstancia de la vida. El Señor nos guía y nos conduce hacia Él. Hemos vivido las fiestas de navidad y comienzo de año. El próximo martes reanudaremos las actividades ordinarias de nuestro trabajo y nuestro quehacer. Regresamos a lo que se llama el tiempo ordinario, dentro de la vida litúrgica de la Iglesia. Es el tiempo en el cual no hay celebraciones especiales. Eso tiene sentido aun para lo puramente laboral y cotidiano. No podemos estar toda la vida en fiestas y celebraciones, en vacaciones. La vida sería demasiado agotadora si todo el año fuera al ritmo de las celebraciones navideñas y de fin de año. Es bueno el paréntesis, el descanso y el esparcimiento. Pero todo tiene su medida y razón. Estoy seguro de que el final del año y el comienzo del nuevo han sido para todos nosotros oportunidad para dar gracias a Dios por lo que vivimos en el año anterior y un colocar en sus manos el recorrido de este 2025. Renuevo una vez más, mi invitación para asumir en serio el esfuerzo para cumplir las metas y propósitos que nos hemos propuesto. Esto será decisivo en este nuevo caminar. Poner la voluntad y el empeño para lograrlo depende de cada uno de nosotros. Por eso, cuando se reanuda la labor ordinaria de nuestras vidas, vale la pena reafirmar el compromiso de búsqueda del sentido de la misma, de esa persona que lo es todo porque es Camino, Verdad y Vida, porque es Luz, no es otro que Jesús de Nazareth, el Dios hecho hombre, a quien contemplamos como Niño en el pesebre de Belén, a quien vimos como hijo de familia en el hogar de Nazareth. Ese Dios que se hizo semejante en todo a nosotros, menos en el pecado, es el Dios en quien creemos y que padeció, murió y resucitó por nosotros, dando la prueba mayor de amor que persona alguna puede asumir: dar la vida por quienes ama. “Yo con mi rey”, es mi mensaje para hoy.

Bienvenido el año 2025

Un año que termina y otro que comienza. Es el eterno ritual de esta época en la cual hacemos inventario de lo alcanzado durante el año que termina, en nuestro caso, el 2024, y los propósitos que deseamos alcanzar para el nuevo año, el 2025. Es un buen momento para mirar hacia atrás y ver qué nos ha dejado este año que expira. Podemos dar gracias a Dios por la vida que tenemos, por el amor que hay en nuestros corazones, por la naturaleza que nos rodea, por todas las cosas que pudimos hacer y por aquellas que no logramos. Por el trabajo que nos ha permitido responder por las obligaciones asumidas, especialmente las de tipo familiar. Es bueno pensar en las personas que han sido importantes en nuestra vida, aquellas que están más cerca como la familia de cada uno, con quienes trabajamos, nuestros amigos y amigas. Es bueno reconocer también los errores cometidos, el tiempo perdido, el dinero malgastado, las palabras ociosas, el trabajo hecho sin la suficiente responsabilidad, el descuido en las cosas que nos han sido confiadas. Por todo eso, pedir perdón y reconocer que ahí tenemos todo un camino para crecer y mejorar en el nuevo año. Ese balance es sano y nos ayuda a ser profundamente realistas. Mirar hacia el futuro, a ese nuevo año que está por estrenarse, verlo con optimismo y alegría como el don y el regalo para ser mejores personas, para construir mejores relaciones. Qué bueno pedir paz y alegría para vivir con entusiasmo estos nuevos 365 días que el Señor nos da. Que cada uno sea una fuente de amor, que irradie esperanza, que siembre bondad por dondequiera que vaya pasando. Que seamos comprensivos con las fallas y errores de los demás, que cerremos nuestros oídos a toda falsedad, mentira y engaño. Que la verdad sea el lema de todas nuestras acciones, presente en todas nuestras palabras, que la bondad esté en nuestros pensamientos y deseos. Es posible que durante el año 2024 algunos seres queridos nos hayan dejado para llegar a la casa del Padre, por ellos queremos darte gracias Señor. Al mismo tiempo, es muy probable que en el año 2025 lleguen nuevos seres a nuestros hogares. Por ellos te queremos pedir para que seamos reflejo de tu amor para cada uno, que te veamos hecho niño en sus rostros inocentes. Por los ya fallecidos y por los que han de llegar, gracias Señor. Si miramos a nuestro alrededor encontramos personas que nos han tendido la mano, que han sido buenos samaritanos en el camino de nuestra vida. ¿Les hemos agradecido su bondad y su amor, o hemos sido indiferentes y descuidados para reconocer esos gestos que nacen de lo profundo del corazón? Es bueno agradecer por todas esas personas y por lo que han hecho por cada uno de nosotros. Darle la bienvenida al nuevo año es abrir un libro de 365 páginas para irlo llenando cada día con nuestras acciones. Será un libro bien hecho o ¿lleno de tachones? De cada uno depende lo que logre. De todos modos, ¡FELIZ AÑO 2025!

¿Cómo está la familia hoy?

Después de la celebración de la Navidad la liturgia nos coloca este domingo la fiesta de la Sagrada Familia como modelo y ejemplo de las familias cristianas. Es un parámetro para que podamos hacer la evaluación de la manera como se ha desarrollado la familia que cada uno tenemos y nos propongamos metas de crecimiento para el próximo año. Es una de esas celebraciones que nos llega a lo más profundo y que nos invita a reflexionar sobre la realidad de la familia en el mundo que vivimos. Una de las instituciones más seriamente cuestionadas y en crisis en el ambiente del mundo posmoderno es la institución familiar, dados los profundos cambios que ha experimentado la sociedad y que de una manera u otra, afectan a la familia. Los valores que se han considerado fundamentales en la familia son hoy seriamente cuestionados y algunos consideran que son obsoletos, o por lo menos, han perdido vigencia. Por otro lado, la realidad de la conformación del núcleo familiar en nuestro tiempo presenta tan variadas y diversas formas, que lo que antes pudimos considerar como válido y perenne, hoy se ve de manera diferente. Tanto la familia tradicional como la familia patriarcal o matriarcal son tan solo una de las diversas formas de ser familia en el mundo actual. Al mirar hacia el hogar de Nazaret encontramos cosas que nos llaman la atención. Era un hogar sencillo, podríamos llamarlo común y corriente, donde cada una de las personas tenía sus responsabilidades y funciones, donde el respeto y la comprensión eran valores fundamentales, donde el trabajo y el amor construían la comunidad familiar y la oración era el vínculo de cohesión y de relación profunda. José, el padre y esposo, era un hombre sencillo de quien la Biblia dice “que era un hombre justo y bueno”. Tenía la responsabilidad de cuidar a Jesús y a María, responder por el hogar con su trabajo. Lo hacía convencido de que así cumplía lo que Dios le había pedido como cabeza del hogar. María, la esposa y madre, se ocupa en los quehaceres domésticos, cuidaba la formación de su hijo y todo lo hacía con amor. Jesús, el Dios hecho hombre, el hijo de María y José, crecía “en edad, gracia y sabiduría delante de Dios y de los hombres y obedecía a sus padres”. Allí no sucedía nada extraordinario. Todo era común y corriente en el hogar de Nazaret. Sin embargo, es ejemplo y modelo para los hogares cristianos. Volver nuestra mirada al hogar de Nazaret nos permite descubrir cómo deben ser las relaciones entre los diversos miembros de una familia, cuál debe ser el nivel de respeto, de amor, de tolerancia, de comprensión y de diálogo que debe haber en toda familia que quiera vivir siguiendo el ejemplo de la Sagrada Familia. Cada papá y esposo, mire a José y pregúntese qué debe hacer para ser mejor persona y mejorar su misión en el hogar. Cada esposa y madre, mire a María y reconozca en ella las virtudes y valores que debe hacer vida en su familia para que sea ella el alma y el calor del hogar. Que cada hijo mire a Jesús y se pregunte cómo puede lograr hacer realidad en su vida el ejemplo que Jesús nos da a todos los hijos. Más aún, cómo se manejan las situaciones difíciles y los problemas que aparecen en la vida familiar y en la convivencia hogareña. Es el momento de preguntarse, llegado el final del año, ¿familia cómo vamos?

Llegó Navidad

Cada año recorremos el mismo camino. Comienza el adviento, llega la Navidad, celebramos el nacimiento del Dios hecho hombre. Pero, ¿sucede algo especial en nuestras vidas, cambia algo significativamente? La respuesta a esta pregunta nos da la clave para entender lo que debe significar en nuestras vidas el hecho de la encarnación de Dios, como el niño de Belén, el hecho de su nacimiento en el pesebre de Belén, es el acontecimiento más grande que podamos celebrar quienes tenemos fe: Dios se ha hecho uno de nosotros, igual en todo, menos en el pecado. Y todo eso ha sido posible por el sí de María, por la aceptación que ella dio a lo que Dios le manifestó por medio del ángel. Fue algo discernido desde la experiencia de fe y tratando de responder a una pregunta: ¿Qué quería Dios de ella en ese contexto? No fue algo ingenuo sino ponderado y meditado. Hoy, nosotros, que vivimos en el siglo XXI tenemos el peligro de olvidarnos de las cosas trascendentales de la vida, de los acontecimientos que se dan en el silencio de la vida de las personas pero que tienen hondo significado para muchos. Creo que es el caso de la Navidad, del nacimiento de Jesús. Ocurrió en el silencio de la noche, como dice el libro sagrado “cuando todo estaba en silencio, vino, Señor, tu palabra”. Ese hecho cambió la historia de la humanidad. Tanto, que la historia se partió en dos y a partir del nacimiento de Cristo el tiempo se cuenta antes de Él y después de Él. Nadie más puede decir eso. Y el acontecimiento ocurrió en un establo, donde los animales descansaban, porque como nos dice el evangelio “no había lugar para ellos en la posada”, refiriéndose a María y a José junto con el niño que estaba por nacer. Ese milagro del Dios hecho hombre se realiza también cada día cuando el sacerdote por las palabras que pronuncia hace posible el hecho de transformar el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor. Es, por decirlo de alguna manera, una nueva encarnación, un nuevo meterse Dios en nuestra historia, un acontecer para ser nuestro alimento y nuestra bebida. Algo semejante ocurre cuando ese mismo Dios se nos manifiesta en las personas, especialmente en las más pobres y necesitadas, en aquellas que la sociedad no determina y que excluye con gran facilidad. En esas personas Dios realiza también el milagro de hacerse presente en el rostro del que sufre, de quien no tiene trabajo, de quien pasa hambre, de quien está triste o desconsolado. Pienso en este momento en los centenares de miles de damnificados que ha dejado la temporada invernal que hemos vivido; duro e inclemente, que ha dejado sin nada a muchas familias. Para ellos no hay Navidad porque lo han perdido todo, en algunos casos, también seres queridos a quienes lloran con desconsuelo. Son los rostros de Cristo que nos dice que Él está en el hermano que sufre, que tiene problemas y espera de nosotros un gesto solidario de amor y comprensión. No podemos sentirnos tranquilos celebrando la Navidad si, al mismo tiempo, no hacemos algo por los hermanos que sufren y que nos necesitan. Allí también, en ellos, se hace presente, se encarna el Niño de Belén. No cerremos el corazón a semejante dolor, dejemos que nos interpele y nos cuestione, para que sintiendo su necesidad podamos decir de corazón ¡FELIZ NAVIDAD!

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