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El seguimiento de Jesús

Me he preguntado en diversas ocasiones qué sucedería si un joven de nuestra época se encontrara con Jesús. ¿Cuál sería la pregunta que le haría? ¿Cómo seria ese diálogo? Me gustaría dejar volar la imaginación para encontrar algunos elementos de ese diálogo. Fácilmente podría transcurrir de esta manera: Maestro, qué debo hacer para ser un chico in. Quiero ser feliz, sentirme aceptado en los diversos ambientes sociales, estar en los mejores clubes, aparecer en las revistas y periódicos, en los noticieros y en la televisión. Tengo muchos valores y cualidades por los cuales puedo ser reconocido. Muy seguramente la respuesta de Jesús estaría en estos términos: “Si quieres ser feliz cumple lo que el evangelio señala como el camino de seguimiento a ejemplo mío. Más aún, renuncia a los lujos y comodidades que tienes, deja a un lado todo lo externo, todo lo que te hace estar in, busca los valores auténticos, no seas superficial, descubre mi presencia y mi rostro en las personas que sufren y en las que tienen necesidades”. Suena un poco extraño, pero creo que Jesús se colocaría al nivel de un joven actual, le hablaría en su lenguaje, usando sus expresiones. Como lo hizo en el pasaje que encontramos en el evangelio de este domingo. Pasaje que nos muestra lo que es fundamental para la vida de la persona en la búsqueda de la felicidad, en lo que el texto llama “alcanzar la vida eterna” que no es otra cosa que darle sentido a la vida, sentirse plenamente realizado. Hoy, todos, jóvenes y personas mayores, por el ambiente en el cual vivimos, tenemos demasiadas seguridades, muchas comodidades, que nos impiden correr el riesgo, vivir la aventura de asumir los grandes desafíos de la vida. Es más cómodo quedarse en la casa frente a la pantalla gigante del televisor que pensar en compartir con personas que necesitan nuestro amor, nuestra solidaridad y comprensión. Pienso que lo que Jesús afirmó cuando aquel joven rico se alejó pesaroso “qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el reino de Dios” se podría aplicar a muchos de nosotros con una expresión semejante a esta “cómo les cuesta a las personas del siglo XXI dejar a un lado las seguridades que les brinda la tecnología y el avance de la ciencia”. La invitación para un auténtico seguimiento de Jesús es a asumir una actitud de desprendimiento afectivo de las cosas, a no crearnos seguridades artificiales que nos limitan y nos frenan. Es una invitación a hacer realidad lo que Jesús afirma cuando Pedro le dice “ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido” prometiéndole que recibirá cien veces más lo que haya dejado en términos de personas y de bienes, pues así podrá lograr la vida eterna. Entendamos, la felicidad, la plena realización, el sentido de la vida.

Hombre y mujer, Dios los creó

La realidad de la vida nos muestra elementos que nos permiten reflexionar sobre lo que es la pareja humana. Todo se puede resumir en la frase que nos presenta la primera lectura de este domingo, tomada del libro del Génesis “por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos un solo ser”. El sentido de complementariedad de la pareja humana queda expresado en esa frase. Es algo que no podemos ignorar y que nos permite acercarnos a lo que vivimos en el mundo actual. Es, ante todo, una afirmación de lo incompletos que somos como varones y como mujeres y la necesidad del aporte de cada uno de los géneros a la plenitud del ser humano. Todo el conjunto del relato del Génesis nos presenta la creación como la obra del amor de Dios para el hombre “pues cada ser vivo llevaría el nombre que el hombre les pusiera”. Pero de todos los seres de la creación “no hay ninguno como el hombre que le ayudase”. Es la reflexión que el autor del texto sagrado coloca en labios del Señor “no está bien que el hombre esté solo; voy a hacerle alguien como él que le ayude”. La vocación de la pareja humana es para amarse y ayudarse. El sentido de la misión se expresa también en aquella expresión “lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre”. En el texto del evangelio se enfatiza en el sentido de la unión indisoluble, con un fuerte rechazo a la disolución de la unión, el divorcio. Afirma que “Moisés dejó escrito ese precepto por la terquedad del pueblo de Israel”, no porque así hubiera sido desde el principio de la creación. Es posible que esto le suene extraño a la gente de nuestro mundo porque lo que hoy encontramos es una realidad diferente, donde las uniones o matrimonios se dan de muchas maneras y formas, entre las cuales una de las características es la disolubilidad y temporalidad. No se asumen compromisos estables, mucho menos la exclusividad. Parece ser algo fuertemente instalado en el pensamiento del mundo contemporáneo. Sin embargo, no solo en el aspecto de la pareja sino como responsables de la célula llamada familia, es necesario el carácter de estabilidad, exclusividad y fidelidad para garantizar el desarrollo armónico de la familia, del crecimiento sano de los hijos y de unas relaciones maduras entre todos los miembros que la conforman. Es lógico que comprendamos las dificultades que se presentan en la vida y en la relación de pareja. Es también sensato que busquemos caminos de solución y de diálogo a esas dificultades y obstáculos. Debemos partir de un criterio sano de realidad: quienes toman la decisión de comprometerse y compartir la vida con otra persona, son personas maduras, que han analizado las razones a favor y en contra de esa decisión, las consecuencias que ello implica. La certeza absoluta nunca se tiene, siempre hay factores de riesgo, los cuales deben ser reducidos a lo mínimo para vivir como verdadera pareja.

¿A favor o en contra de Jesús?

La vida nos coloca en situaciones en las cuales debemos definir de qué lado estamos. A veces pensamos que lo mejor es mantener una actitud de imparcialidad o de neutralidad, porque creemos que así es mejor. Casi siempre esa actitud lo que busca es que no nos compliquemos la vida, que no nos metamos en problemas, porque preferimos permanecer de esa manera. Sin embargo, al leer los textos de este domingo encontramos que hay momentos y situaciones que exigen asumir posiciones o cómo se dice en el lenguaje popular “debemos tomar partido”. En la primera lectura encontramos una sencilla historia: el Espíritu del Señor viene sobre dos personas que no estaban reunidas con los demás, pero que eran del grupo y sobre ellos desciende el espíritu y comienzan a profetizar. Algunos se dan cuenta, se quejan y, sin embargo, Moisés no se lo prohíbe. Mas aún, desea que todo el pueblo reciba el espíritu para que pueda profetizar. Dios no es exclusividad de persona alguna, no es propiedad de nadie. La realidad de la vida puede llevarnos a sentirnos superiores a los demás, a creer que merecemos mas que otros por diversas razones. La manera de ver las cosas desde el lado de Dios es diferente, él no tiene acepción de personas, no discrimina, no excluye. Jesús lo demuestra en el pasaje del evangelio de este domingo. El anuncio del evangelio con los signos que lo acompañan no es exclusividad de los discípulos pues “todo aquel que no está contra nosotros, está a favor nuestro” dice Jesús. El segundo elemento que nos presenta el texto en mención se refiere al escándalo que podemos dar a otros con nuestra manera de proceder, con nuestras actitudes y nuestras acciones. Por eso dice Jesús “al que sea ocasión de pecado para esta gente sencilla que cree en mi, más le valdría que le pusieran al cuello una de esas enormes piedras de molino y lo arrojaran al mar”. El daño que se hace a otras personas con los malos ejemplos es grave, es algo irreparable. Me viene a la memoria una sencilla historia que leí o escuché hace tiempo; realmente, no recuerdo eso. La historia es más o menos esta: “un hombre que era muy chismoso acude a visitar al maestro y le pide que le ayude a corregir ese defecto. El maestro le pregunta si tiene en casa una almohada de plumas. Ante la respuesta afirmativa, el maestro le pide que la traiga. Cuando llega con la almohada, le pide que rompa el forro y esparza las plumas. Al hace esto, el viento se las lleva. Luego le pregunta al maestro qué más debe hacer. El maestro lo manda a recoger las plumas de la almohada. El que las había echado al viento le dice que eso es imposible. El maestro le responde que es mas fácil que logre reunir las plumas de nuevo que reparar el daño causado con los comentarios que hace”. Hasta ahí la historia. ¿Moraleja?

El servicio como distintivo del cristiano

En diversas oportunidades me he preguntado cuál es el gusto que cierto tipo de personas le encuentran al ejercicio del poder, del prestigio, del sentirse el centro de las miradas y conversaciones de la gente. Esto lo digo porque la realidad nos muestra que es algo agobiante, que desgasta y que quien ha tenido esas responsabilidades termina envejecido. Por otro lado, encuentra uno personas que, en forma silenciosa y discreta, entregan su vida al servicio de los demás en diversos ministerios o actividades como los hospitales, las cárceles, los centros educativos, los ancianatos, para nombrar solo algunos. ¿Dónde está la diferencia? Creo que esto se puede entender a la luz del texto del evangelio de este domingo. Jesús les dice a los discípulos “quien quiera ser el primero, que sea el servidor de todos”. Más aún, esa actitud es posible teniendo una actitud como la de un niño. Los discípulos se sintieron avergonzados porque en el camino habían estado discutiendo sobre quién era el más importante. Era algo ilógico en la dinámica de lo que Jesús les enseñaba. No era el camino del poder, el prestigio, la riqueza. Era el sendero del servicio, el amor, la humildad. Entran en contraposición las dos escalas de valores. De cada persona depende la decisión que tome y el rumbo que le dé a su vida. Es lo que nos dice la segunda lectura, tomada de la carta del apóstol Santiago cuando afirma: “ambicionan algo y no pueden alcanzarlo; así que luchan y pelean”. Y el mismo texto pone el contraste “los que procuran la paz están sembrando la paz; y su fruto es la justicia”. De cada uno de nosotros depende cuál de los dos caminos escoger en la vida ya que “donde hay envidias y peleas, hay desorden y toda clase de males”. Me pongo a pensar en la escena de los discípulos, los argumentos y razones para enfatizar por qué y quién era el más importante. Esa era su discusión. Pero hay algo que el texto no dice y es para qué discutían ellos eso. Porque en el fondo, el asunto es una cuestión de poder y prestigio. Sus maneras de ver y analizar las cosas no habían interiorizado el mensaje de Jesús y lo que implica su seguimiento. Hemos celebrado el día del amor y la amistad. Un asunto más comercial que existencial. Sin embargo, pienso que en la línea de lo que estamos reflexionando podemos decir que la mejor manera de amar es a través del servicio, de la entrega desinteresada, de la capacidad de buscar siempre lo mejor para la otra persona, de lo que la pueda hacer feliz. En el fondo, amar es servir y servir es amar. Cuando amas y sirves, eres feliz y le das un profundo sentido a tu vida porque has puesto el centro de la misma fuera de ti, como dicen algunos, te has descentrado para mirar al otro, para centrarse en esa persona, para ayudarla a ser feliz.

¿Quién eres tú, Jesús?

Hay momentos en la vida que nos permiten hacernos preguntas de fondo. No siempre encontramos las respuestas que buscamos. Algunas veces porque no lo hacemos de manera adecuada, o no buscamos en el lugar o con la persona que nos puede dar la respuesta que se ajusta a la verdad. Esto es común y es la base del conocimiento auténtico y verdadero. Algo semejante le pasó a Jesús en la escena que nos narra el evangelio de este domingo. Es un diálogo con sus discípulos sobre lo que piensa la gente para luego pasar al campo de lo personal, de la respuesta que ellos deben dar conforme a la verdad. La pregunta sobre lo que piensa la gente acerca de Jesús la podríamos llamar, usando el lenguaje actual, un sondeo de opinión. La manera cómo los discípulos responden refleja el sentir de la gente. Unos piensan que es Juan el Bautista, otros que Elías, otros que alguno de los profetas. Hoy, algunos dirían que era un subversivo, un agitador, un iluso, un hombre buena gente un poco ingenuo. Hasta ahí, las cosas suceden normalmente. Lo que viene a continuación va al fondo de la cuestión. La pregunta, soltada así, espontáneamente los sorprende “y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”. Me imagino lo que pudieron pensar los discípulos, se sentían retados, debían dar una respuesta adecuada, pero no encontraban cuál podía ser. Aparece Pedro, el espontáneo, el franco y le dice “tú eres el Mesías”. Era una verdadera profesión de fe, reconocer lo que Jesús realmente era, la misión que tenía. En otras versiones, la respuesta de Jesús reconoce esa fe de parte de Pedro. Vale la pena preguntarnos sobre la manera como vemos a Jesús, qué pensamos de Él, cuál es el significado de Jesús y su misión en la vida de cada uno de nosotros. Es cierto que podemos quedarnos en lo externo, en lo que otros dicen, sin llegar a comprometernos, a afirmar lo que realmente significa para nosotros, lo que nos compromete. Así lo hacen muchos, se quedan en repetir las respuestas que dan otros, o dan rodeos que no comprometan, o buscan evasivas para evitar la confrontación. Se apela a la conciencia, a la verdad, para poder responder. Pienso que si yo me hubiera encontrado en la situación de los discípulos podría haber respondido más o menos de la siguiente manera “Jesús es la mayor pregunta que tengo en mi interior, y al mismo tiempo, es la respuesta a las preguntas más profundas que hay en mi interior”. Esto tiene una razón, un sentido, pues Jesús es la persona que hace que la vida que llevo, lo que hago, lo que busco en la vida, tenga razón de ser. Me siento colaborador de la misión de Cristo como sacerdote, como jesuita y como persona. No importa lo que haga, lo que cuenta es que eso que hago es el medio para hacer realidad la vocación de servicio a la cual me siento llamado diariamente por el Señor. En la segunda parte del texto, Jesús reprocha a Pedro por tratar de disuadirlo de ir a la pasión. Le dice “apártate de mí, Satanás, porque no juzgas según Dios, sino según los hombres”. Afirma, además que el seguimiento de Jesús pasa por la cruz, que quien quiera seguirlo, como dice San Ignacio “deberá estar con Él en la pena, para después acompañarlo en la gloria”. Qué respuesta le darías tú a esa pregunta ¿quién es Jesús para ti?

No discriminemos

Con frecuencia nos encontramos en situaciones complejas: personas que nos simpatizan y otras que nos parecen antipáticas, hablamos de ricos y pobres, de blancos y negros, de partidarios de un partido o de otro, de creyentes de una religión u otra, de diferencias de género en términos laborales y muchas otras formas que utilizamos. Todas ellas hacen referencia a formas de discriminación, de exclusión. Esto nos lo presenta el texto de la segunda lectura de este domingo tomada de la carta del apóstol Santiago. Habla de la discriminación en cuanto a cuestiones externas entre dos tipos de personas que llegan a la reunión litúrgica. De fondo no hay cosa alguna por la cual merezca ser discriminado el uno, con la consecuente ofensa, mientras el otro es tratado, como lo dice el mismo texto “con favoritismo”. El mismo apóstol afirma “son inconsecuentes y juzgan con criterios malos”. Si analizamos nuestra manera ordinaria de proceder debemos reconocer que tenemos muy a flor de piel, el asumir esas mismas actitudes, con las consecuencias que conocemos: establecer diferencias y exclusiones, la mayoría de las veces en forma injusta, afectando a las personas de tal manera que llegan a pensar que son personas de segunda categoría, de inferior rango y calidad que aquellas que reciben trato preferencial. Considero que cuando asumimos estas actitudes, de una u otra manera, estamos siendo injustos e intolerantes, porque renunciamos a hacer vida en nosotros la aceptación de la diversidad y el enriquecimiento que la misma conlleva. El texto en mención nos hace caer en la cuenta de esto cuando nos dice “Dios ha elegido a los pobres del mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del reino, que prometió a los que lo aman”. Y la primera lectura nos dice “Dios viene en persona, se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará”.  Más aún. El pasaje del evangelio de este domingo, cuando Jesús hace oír y hablar a un sordomudo, la gente llega a afirmar “todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos”. La actitud de Jesús hacia los débiles, enfermos y necesitados fue siempre de un profundo amor, de hacer suyo su dolor, de comprender el mal que los aquejaba, dándoles no solo la salud física sino la fortaleza espiritual que nacía de la fe que había en ellos. Su opción estuvo siempre del lado de los más necesitados, de los verdaderamente pobres de la sociedad de su tiempo, de aquellos que sus coterráneos discriminaban. El los acoge, come en su casa, los cura y les muestra todo un camino de salvación. Por eso, escandalizó a muchos y no lo comprendieron. Si queremos tener un país más amable, más justo y más fraternal, estamos llamados a luchar en contra de toda forma de discriminación y exclusión. Esto comienza por el uso del lenguaje que sea inclusivo y no sexista, pasando a nuestras actitudes y estilo de vida, aunque no sea fácil, así nos exija una continua revisión de vida. Intentémoslo.

¿De dónde sale la maldad?

El panorama de la realidad mundial nos estremece. Vemos corrupción, violencia, caos, desorden por todas partes. No comprendemos por qué suceden tantas cosas. Lo que antes considerábamos cómo sagrado, hoy no lo es; más aún se lo desprecia y se ridiculiza. Llegamos a opinar que la gente que actúa correctamente puede considerarse como una especie en vía de extinción. Los noticieros parecen la narración de tragedias y de problemas por todas partes. Leer un periódico estremece por la cantidad de noticias negativas que encontramos. Y uno puede preguntarse el porqué de tantas situaciones negativas. Surge entonces el pasaje del evangelio de este domingo. Siempre hemos pensado que lo que hace daño es lo que entra por la boca. Así lo expresa Jesús en el evangelio “nada que entre de fuera puede dañar al hombre”. Lo que sigue a continuación nos da la clave “lo que sí lo mancha es lo que sale de dentro”. El Señor hace un enunciado de todo eso cuando afirma “del corazón del hombre salen las intenciones malas, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, las codicias, las injusticias, los fraudes, el desenfreno, las envidias, la difamación, el orgullo y la frivolidad. Todas estas maldades salen de dentro y manchan al hombre”. Creo que no hay diferencia entre ese enunciado y la realidad que vemos en los noticieros, escuchamos en la radio o vemos en la televisión. Cuando se nos dice que lo “que mancha es lo que sale de dentro, del corazón de cada persona” comprendemos que ahí está el secreto. No podemos colocar fuera de nosotros la responsabilidad de nuestras decisiones, el resultado del ejercicio de la libertad como don que nos ha sido dado. La intencionalidad está dentro de nosotros, la capacidad de discernir es nuestra. Somos nosotros quienes decidimos qué hacer y qué evitar, cómo nuestras decisiones afectan a los demás, en qué medida podemos causar daño a otros o evitarlo. Siempre he pensado que los seres humanos buscamos buscar a quién echarle la culpa de lo que nos sucede o nos afecta. No nos gusta asumir la responsabilidad de nuestros actos. Es la eterna historia de la libertad humana y del ejercicio de la misma. Eso lo llamamos “disculpa” porque colocamos en otra persona esa responsabilidad, cuando es nuestra y solo nuestra. Eso le sucedió a Adán y Eva en el paraíso, pues la serpiente cargó con la culpa de lo que había sido una libre decisión. Que había habido una insinuación –lo que llamamos tentación- es verdad, pero de ahí a echarle la responsabilidad hay un gran abismo. Preguntémonos siempre dónde está la maldad, o mejor, en qué medida podemos ser causantes de maldad para que asumamos la responsabilidad que nos corresponde y no andemos buscando culpables donde no los hay, o de otra manera, cuando somos nosotros los responsables, léase culpables, de lo que hacemos o dejamos de hacer y, por lo tanto, de los efectos que puedan causar en otras personas. Así, la vida será más honesta para nosotros.

¿Dónde buscamos respuesta a nuestras preguntas?

Todas las personas tenemos preguntas y buscamos la manera de encontrar respuesta. A veces, buscamos dichas respuestas en el lugar equivocado. Otras veces, no queremos encontrar dicha respuesta porque consideramos que nos va a desacomodar y es preferible seguir tranquilos. Algunas veces, no siempre, la mayoría, estamos dispuestos a jugarnos el todo por el todo, encontrar la respuesta que necesitamos, así esta sea dolorosa. Algo semejante les pasó a los discípulos del pasaje evangélico de este domingo. Algunos de ellos se escandalizaron y dijeron “este modo de hablar es intolerable, ¿Quién puede admitir eso?”. Y Jesús continúa haciéndoles la reflexión sobre “¿Qué sería si vieran al Hijo del hombre subir a donde estaba antes?”. Lógicamente hay un desconcierto mayor porque son palabras demasiado fuertes, no están acostumbrados a oírlas. La reacción es apenas lógica si miramos las cosas desde el punto de vista puramente humano. No es fácil aceptar ese tipo de respuestas. La consecuencia es lógica “desde entonces, muchos de sus discípulos se echaron para atrás y ya no querían andar con Él”. En lenguaje actual, lo que les sucede es comprensible. Podría significar para ellos el perder imagen, el que sus amigos y relacionados podrían pensar mal, podrían aislarlos. Eso no era conveniente. Era arriesgar demasiado, era complicarse la vida innecesariamente. Eso mismo, lo vivimos en el mundo actual, cuando los así llamados dirigentes caen en desgracia, pierden popularidad, se hacen comentarios negativos. Miremos a nuestro alrededor y encontraremos muchos ejemplos al respecto. Queda un pequeño grupo al que Jesús le pregunta “¿También ustedes quieren dejarme?”. No obliga, deja en plena libertad a cada persona para que tome su decisión, para que elija cuál es el camino, para que discierna. Es asunto de libertad y de opciones. La respuesta no se hace esperar, surge espontánea y natural “Señor, ¿A quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”. Habían logrado clarificar las cosas, habían encontrado la respuesta clave. Era un asunto de decidir y la razón es contundente “nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios”. Lo que habían estado buscando, lo habían encontrado. No quedaba más para afirmar. Si miramos a nuestro alrededor, vamos a encontrar personas que caminan por la vida sin un rumbo fijo, que viven angustiadas porque no encuentran las respuestas que están buscando y ensayan diferentes caminos, pensando que allí van a encontrar lo que buscan. Cada vez salen más insatisfechos, más angustiados, más confundidos Hoy, cuando el mundo exige certezas, cuando todo debe estar plenamente comprobado, la búsqueda de respuesta a los interrogantes más profundos y existenciales es necesaria.

Vivir para siempre

Cada uno de nosotros tiene metas para alcanzar en la vida, sueños que quiere hacer realidad, proyectos que se ha trazado y que significan un gran sentido porque son importantes o porque representan grandes logros. Todo lo anterior lo tenemos en común con prácticamente todas las personas. Pero alguno de nosotros se ha puesto a pensar en la posibilidad de vivir para siempre, de recuperar la inmortalidad que teníamos en el comienzo de la humanidad. Me pueden decir que estoy desvariando, que no es posible. Sin embargo, veamos lo que nos dicen las lecturas de este domingo. En la primera lectura, tomada del libro de los Proverbios, leemos “dejen su ignorancia y vivirán; avancen por el camino de la prudencia”. Es una de las claves, la prudencia es cualidad de las personas que han alcanzado un cierto grado de madurez. Supone salir de la ignorancia para vivir. En la segunda lectura encontramos que “tengan cuidado de no portarse como insensatos, sino como prudentes, aprovechando el momento presente, porque los tiempos son malos”. Nuevamente se contrapone la prudencia a la insensatez, ignorancia en la primera lectura, para mostrarnos lo que es el camino de la madurez, de quién quiere encontrar el sentido de la vida. En el Evangelio se nos dice por parte de Jesús que “el que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día”. Nos preguntamos de qué está hablando el Señor, qué es eso de vida eterna, por qué ese anuncio dentro de este discurso. La respuesta es sencilla: la promesa de vida eterna, de vivir para siempre, es para aquellos que toman la decisión de seguir a Jesús, de confiar en su palabra, de asumir el estilo de vida que nos propone. Ahí está la clave para entender todo lo que puede parecer contradictorio desde un punto de vista puramente humano. La invitación es a ver la realidad de otra manera, con los ojos de Jesús, descubriendo que lo que se nos propone vale la pena. Él mismo lo dice “como el Padre, que me ha enviado, posee la vida y yo vivo por Él, así también el que me come vivirá por mí”. Es una invitación a la unión, a hacer y construir esa unidad que nace de “comer su cuerpo y beber su sangre” para tener vida en Él. Como vemos, vivir para siempre no es una ilusión, no es un sueño, es una alternativa posible y real que toda persona que cree puede alcanzar. De nosotros depende si aceptamos la invitación o si la rechazamos. Está en nosotros el volver a hacer realidad lo que perdimos por causa del desorden causado por el pecado. Volvemos a encontrar el camino de la prudencia, de la sensatez para hacer frente a las circunstancias y situaciones de la vida, como dice el texto “porque los tiempos son malos”. Todo depende de nuestra libre decisión para hacer vida aquello de que “el que come de este pan vivirá para siempre”, mostrando así el camino para lograr la meta que se nos propone en las lecturas de hoy.

El alimento para el camino de la vida

Hay momentos y circunstancias de la vida donde nos encontramos exhaustos, a punto de perecer. El alimento se nos ha agotado y tememos por nuestra vida, pensamos que la muerte puede llegar en cualquier momento. Son situaciones que podemos llamar límite. Vienen a mi mente, los rostros de personas secuestradas, de hombres y mujeres que no encuentran techo ni comida, de niños y jóvenes que andan desorientados por las calles de pueblos y ciudades. No es solo el hambre física sino también todo lo que produce hambre interior. Sin embargo, la pregunta es clara. ¿Cómo hacer para no ir hacia la destrucción, el caos y la muerte? ¿Cómo solucionar de manera radical los problemas que nos afectan como personas, como miembros de la sociedad, como gestores de un nuevo país? Son interrogantes que nos hacen dudar, particularmente, cuando debemos vivir situaciones de conflicto. Vienen a mi mente los nombres de personas que están trabajando por la paz desde diversas responsabilidades. Hombres y mujeres que arriesgan su vida a diario, porque creen que es algo que vale la pena. Es descubrir en la vida esa fuerza interior que nace de la acción del Espíritu en nosotros. Es encontrar que hoy como ayer, se nos dice como al profeta Elías en la primera lectura “levántate y come”. Al mismo tiempo, es la persona misma de Jesús, quien nos dice “yo soy el pan de vida, quien coma de este pan, vivirá para siempre, el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo”. Es el Dios que se compromete a caminar con nosotros, a ser nuestro alimento, a darnos fortaleza para el camino de la vida. Son palabras que escandalizan, para quienes no quieren oírlas con corazón de creyente. Y ¿qué significa esto? Sencillamente, que las cosas en la vida se pueden ver de dos maneras: una de ellas, es la simplemente humana, la de quienes se creen dioses de su propia historia, pagados de sí mismos, alejados de Dios porque, según ellos, no lo necesitan. La otra, la de aquellos que se consideran discípulos del Señor, necesitados de una luz en el camino, quienes reconocen su propia fragilidad y aceptan el pan de la palabra y el pan de la vida, alimento que se nos da en la Eucaristía, para recorrer el camino de la vida diaria, sabiendo que van a encontrar obstáculos y dificultades que pueden ser superados por la acción y la fuerza del Espíritu. En la medida en que nos relacionemos con el autor de la vida, tendremos la posibilidad de hacer que la vida surja en nuestro interior, que el camino de la vida se haga más llevadero y que tengamos nuestra esperanza puesta en quien es nuestra fortaleza. Él lo dijo “Yo soy el pan de la vida”. Acerquémonos a Él.

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