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¡Aleluya, Aleluya!

Desde el comienzo de la vida de la Iglesia, el Domingo de Resurrección ha ocupado un lugar central en la liturgia y en la vida de los creyentes. Reunirse para celebrar dicho acontecimiento ha sido siempre ocasión de regocijo. De ahí el solemne canto del aleluya (exclamación de alabanza a Dios) que resuena en todos los templos del mundo en la noche de la vigilia pascual. Es reconocer que la resurrección de Cristo es motivo de alegría, porque es el acontecimiento central de nuestra fe. Creemos en un Dios hecho hombre en la persona de Jesús, que padeció y murió y que resucitó al tercer día. Por eso cantamos ¡aleluya! Experimentar a nivel de la liturgia la resurrección y el gozo que conlleva es comprometerse a hacerla vida en lo cotidiano, es reconocer que debe iluminar nuestro que hacer diario, traducirse en actitudes de amor y servicio, de solidaridad y fraternidad. De lo contrario, el haber participado en la semana santa puede perder su sentido si no llega a transformar nuestras actitudes cotidianas. Cristo resucita en el corazón de toda persona que quiere comprometerse a hacer todo lo que esté a su alcance para ser solidario, para comprender que el dolor ajeno exige de nosotros una respuesta existencial no solo de palabra. Es tomar la decisión de reconocer en el otro a un hermano o hermana que está en necesidad, es saber que el rostro de Cristo tiene muchas maneras de presentarse y que es en ese rostro y en esa persona donde estamos llamados a reconocerlo presente, actuante y sufriente. En Colombia, dada la situación por la cual estamos pasando, necesitamos de hombres y mujeres profundamente convencidos de su misión de ser anunciadores de esperanza, de esa que nace del hecho de querer hacer vida la resurrección de Jesús, de saber que estamos invitados no tanto a “maldecir las tinieblas” cuanto a “encender una luz” en nuestras propias vidas y en las de los demás. Así la resurrección no se queda en una celebración alejada de la realidad, sino que es algo transformador e iluminador. Todo depende de cada uno de nosotros. Hemos vivido momentos muy complicados, hemos perdido el sentido del respeto por el don de la vida, nos hemos acostumbrado a la muerte, a la violencia y a la corrupción. Estas cosas las hemos convertido en lo ordinario de la vida, cuando debía ser todo lo contrario. Por eso necesitamos ser profetas de esperanza, hombres y mujeres que creen en la posibilidad de un mejor país porque saben que esa tarea nos corresponde a todos y no solo a unos pocos. Que no podemos matar los sueños y las ilusiones de nuestros niños y jóvenes porque sería acabar en ellos toda posibilidad de creer en ese futuro que anhelamos construir, aunque sea difícil. En los países que tienen estaciones, la Pascua coincide con la primavera y por eso se la llama también “pascua florida”, porque la naturaleza misma con todo su esplendor se une a este acontecimiento. Para todos, ¡Felices Pascuas en el Señor resucitado!

Vivamos la semana mayor

Nuevamente estamos comenzando el recorrido de la semana más importante del año en el calendario de los creyentes. Es la llamada Semana Mayor o Semana Santa. Es un tiempo especial en el cual se nos invita a celebrar nuestra fe, a reflexionar sobre el acontecimiento central de la misma: la pasión, muerte y resurrección del Señor. Es una semana en la cual se interrumpen las actividades ordinarias para que tengamos tiempo para dedicarlo a lo espiritual. Sin embargo, esto contrasta con lo que hacen muchas personas: una semana dedicada a la diversión, a actividades de otro tipo. Centrarse en la Semana Mayor, o Santa, es tener la oportunidad de profundizar en los acontecimientos que se van sucediendo como en un torrente, porque se van dando muy seguido. Veamos y tratemos de encontrar el sentido de lo que se celebra cada uno de los días. El domingo, llamado de Ramos, nos recuerda la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén cuando es aclamado por el pueblo, lo proclaman como el que ha de salvarlos. El contraste es grande, porque si lo comparamos con lo que va a suceder en los días siguientes, descubrimos que el pueblo cambia según las conveniencias y la manera como lo orientan sus líderes. Estarán en cuatro días pidiendo la crucifixión de Jesús. Damos un salto al Jueves Santo, comienzo del así llamado triduo pascual. Se celebra la institución de la Eucaristía y del sacerdocio junto con el mandamiento del amor fraterno con un ejemplo concreto de humildad y servicio: el lavatorio de los pies. Día grande para comprender lo que es la entrega y el sacrificio hechos vida. El Viernes Santo nos acercamos al drama del Dios hecho hombre, padece y muere en cruz. No se entienden muchas cosas, entre otras, que el inocente sea condenado a muerte, que sea humillado y maltratado, que se le coloque al mismo nivel de los ladrones, que sea tratado como malhechor sin haber cometido delito alguno. Y como dicen los autores sagrados “todo eso lo padeció por mí y por toda la humanidad”. Se pregunta uno por qué. La única respuesta es que lo hizo por la fuerza del amor que nos ha tenido. Dios muere para que el pecador viva. El Sábado Santo es de espera y soledad en la fe. Es el único día del año en el cual no hay celebración litúrgica alguna. La oración personal, la contemplación del Señor colocado en el sepulcro es el centro de lo que acontece. Todo estalla en gozo y alegría en la noche de este sábado cuando se celebra la Solemne Vigilia Pascual con sus cuatro partes: liturgia de la luz, de la palabra, del agua y eucarística. Renovación de nuestros compromisos bautismales y proclamación de lo que significa la resurrección del Señor, es la llamada “solemnidad de las solemnidades”, centro y razón de la fe y la vida cristiana. La resurrección le da sentido y razón a todo lo vivido en los días anteriores. Cristo no muere en la cruz para quedarse sepultado. Muere para resucitar, para mostrarnos el camino que debemos seguir y así llegar a la gloria del Padre. Invito a todos a vivir la Semana Mayor como un regalo de Dios para nuestra vida cristiana.

Morir para vivir

Suena paradójico el titular de mi columna de esta semana porque no estamos acostumbrados a movernos en contradicciones, en opuestos, en extremos. Sin embargo, la realidad de la vida está marcada por los contrastes. Las cosas no pueden ser ni blancas ni negras, no todo puede ser alegría o tristeza. Es una mezcla de sabores, es algo que podemos llamar agridulce. De la manera como asumamos estas situaciones opuestas, depende en gran parte, el sentido de nuestra vida. Podemos vivir en la ilusión, en la euforia exagerada, o en el desánimo o desaliento permanentes. Una vez más, todo depende de la actitud que asumamos. En la primera lectura tomada del profeta Jeremías, encontramos una primera contrastación, se da entre la manera como ha procedido el pueblo de Israel y la manera como Dios busca reconciliar consigo a su pueblo, llega a decir, por boca del profeta “yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo… voy a poner mi ley en lo más profundo de su mente y voy a grabarla en sus corazones… ellos rompieron mi alianza y yo tuve que hacer un escarmiento con ellos… todos me van a conocer, desde el más pequeño hasta el mayor de todos, cuando yo les perdone sus culpas y olvide para siempre sus pecados”. Más aún, en la segunda lectura tomada de la carta a los hebreos se afirma “a pesar de que era el Hijo, aprendió a obedecer padeciendo, y llegado a su perfección, se convirtió en la causa de la salvación eterna para todos los que lo obedecen”. Jesús vivió estas paradojas, debió morir para que tuviéramos la vida, padecer para liberarnos. Es la dinámica de la historia de la salvación, la manera como Dios hace posible la redención de la humanidad, el restablecimiento de la relación de amistad entre Dios y la humanidad. Allí estamos incluidos todos. El evangelio se hace vida al hablarles Jesús a sus discípulos con una comparación tomada de la vida del campo, de las tareas que todos ellos conocían, la manera como se debe sembrar el trigo en la tierra, debe pudrirse, morir, para que salga una nueva planta. Es lo que decíamos al comienzo de esta columna, hay que morir para vivir, para producir fruto, para dar una buena cosecha, de lo contrario, la esterilidad y la infecundidad harán su aparición. El ejemplo debió darles una lección muy clara a los discípulos para comprender el sentido de la pasión para alcanzar la gloria, el aparente fracaso era el paso necesario para llegar a la victoria. Vale la pena que nos preguntemos en cuál de las actitudes nos encontramos, si queremos morir para vivir, lo cual significa dejar a un lado nuestros caprichos, gustos personales, para comprender que en la medida en que asumamos las actitudes a las cuales nos invita Jesús podemos seguirlo de una manera real y verdadera. La obra de construcción del reino no se hace con nuestros criterios, a nuestra manera, se hace al estilo de Jesús. Por eso, el dar fruto depende de la manera como muramos a lo propio, a nuestra manera personal de hacer las cosas. Pienso en tantos hombres y mujeres que lo han dejado todo para entregarse al servicio de los demás, es decir, que han muerto simbólicamente para vivir en el amor y el servicio, colaborando en la felicidad de otros, ayudando a que puedan darle sentido a sus vidas. Ese es el verdadero sentido del morir para vivir. No todo es tan negativo como puede parecer.

El verdadero amor

En el mundo en el cual vivimos existen unos principios y unos valores que no es fácil rechazar por lo atractivos y eficaces. Las personas se dejan atrapar por ellos y los colocan como prioridades en su manera de actuar y proceder. Sin embargo, vale la pena que nos preguntemos si en esas situaciones radica lo importante, lo esencial de la vida, aquello que le da sentido y nos conduce a la verdadera y auténtica felicidad. Me atrevo a pensar que no es así. Veamos. Toda persona necesita una razón de ser, un motivo para vivir, algo que sea el eje central de lo que hace, que se convierta en el motor de su quehacer. Algunos lo encuentran en el dinero, o en el poder, o en el prestigio, como lo considerábamos en el primer domingo de Cuaresma. Son las pruebas o tentaciones que encontramos en la vida. Al fin de cuentas, son algo atractivo que nos seduce y que podemos caer en sus redes si nos descuidamos. Por otro lado, la desesperanza, la tristeza, la angustia, las crisis pueden convertirse en elementos centrales de la vida de otro grupo de personas. Para quienes tenemos fe la razón de nuestra vida, el sentido de nuestra fe, la razón de la esperanza y el motor de la caridad, se encuentra en el amor que Dios nos ha tenido al “entregar al mundo a su Hijo, para que todo el que crea en Él tenga vida eterna y se salve”. Más aún, el texto del evangelio de este domingo afirma que “el que obra el bien conforme a la verdad, se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios”. Esa es la clave para entender las cosas, para mirar la vida, para interpretar los acontecimientos que nos sucedan. San Pablo, en la segunda lectura nos dice que “ustedes han sido salvados por la gracia, mediante la fe; y esto no se debe a ustedes mismos, sino que es don de Dios. Tampoco se debe a las obras, para que nadie pueda presumir, porque somos hechura de Dios, creados por medio de Cristo Jesús, para hacer el bien que Dios ha dispuesto que hagamos”. Somos en realidad obra del amor de Dios, no solo en cuanto al don de la vida, sino también en la obra de salvación, en lo que el mismo San Pablo llama nuestra justificación. Es el contraste con lo que narra la primera lectura, la historia de la infidelidad del pueblo de Israel que lo lleva al destierro, a sufrir la opresión, a experimentar la esclavitud. El templo de Jerusalén fue incendiado y derribadas las murallas de la ciudad. Es la experiencia del sufrimiento que purifica la pueblo, que lo hace comprender lo que significan sus malas acciones y cómo todo en la vida tiene sus efectos. Es nuestra propia historia en muchas de las situaciones y circunstancias. De una u otra manera lo hemos vivido. Hoy como ayer, la vida nos da lecciones que no podemos olvidar, nos enseña que es necesario tener esos valores que trascienden lo cotidiano, que nos dan la fuerza para superar lo negativo y contradictorio, que nos muestran lo que es y debe ser el verdadero amor, como nos lo demuestran las lecturas de este domingo. El amor verdadero se celebra en la Pascua, hacia la cual caminamos con la preparación de la Cuaresma. Vivámosla intensamente.

Un maestro es testimonio, ejemplo y compañía

Conoce el especial «Evocar nuestra historia», una serie de crónicas con motivo del centenario de la Compañía en el país. En esta oportunidad, hablamos con el P. Enrique Gutiérrez, SJ, y su experiencia en el apostolado educativo. ________________________________________________________________________________________________________________________ Artículo extraído de la edición Enero-Febrero de Noticias de Provincia, la publicación mensual de Jesuitas Colombia ________________________________________________________________________________________________________________________ Desde la creación del primer colegio de la Compañía en el país, el 27 de septiembre de 1604, la educación jesuita ha sido altamente valorada por ofrecer una formación profunda, práctica y de sentido. Es de admirar el poder transformador que ha logrado en la realidad histórica de Colombia, a través de sus centros de estudios, el ejercicio contínuo de discernimiento y los miles de egresados que día a día reinventan su contexto y se enfrentan al mundo con humanidad y justicia. A lo largo de la historia, la educación se ha ido renovando de acuerdo con las necesidades del entorno y los desafíos sociales, y allí han participado hombres y mujeres que han complementado, actualizado y enriquecido la pedagogía ignaciana en todos los rincones del territorio. Entre muchos de los rostros destacados en el área educativa, a lo largo de estos 100 años, se encuentra el P. Enrique Gutiérrez, SJ, quien con más de 54 años de servicio en el área educativa ha podido experimentar la “tradición viva” al servicio de la misión. Conversamos con él para conocer su inspiración, su mirada de la educación jesuita y cómo se ha transformado en estos 100 años de historia. Su vida estuvo ligada a la Compañía desde sus años escolares. Sus primeros referentes de compromiso, responsabilidad y entrega solidaría provienen de jesuitas y laicos que acompañaron sus años en el Colegio Mayor de San Bartolomé. Este recinto, el más antiguo de América, ubicado en la Plaza de Bolívar, le permitió empezar sus primeros pasos en el campo educativo enseñando a leer y escribir a colaboradores del colegio. Al entrar en la Compañía en noviembre de 1964, el padre Guty, como lo llaman cariñosamente, parecía tener claro su horizonte misional: estudiar Sagrada Escritura y dedicarse al trabajo intelectual; sin embargo, su trayectoria apostólica lo encaminó hacia el arte de enseñar. En 1969, realizó su magisterio en el Colegio San Ignacio de Medellín como profesor de Literatura y luego, en el Colegio San Bartolomé La Merced, como profesor de Literatura y de Comportamiento y Salud, una asignatura antecesora de la Ética. Desde ese momento, se dedicó a acompañar el camino, desarrollar líderes «conscientes, competentes, compasivos y comprometidos al servicio de la Iglesia y la sociedad»1, y acompañar en la fe a cientos de estudiantes en la creación de un futuro prometedor. Después de su Maestría en Educación en el Instituto de Educación de la Universidad de Londres, regresó como director académico del Colegio San Francisco Javier, y luego como rector de la institución alrededor de 7 años. También fue director académico del Colegio San José de Barranquilla durante 9 años; del Colegio San Bartolomé La Merced por 5 años, y del Colegio Mayor de San Bartolomé por un año. En la Asociación de Colegios Jesuitas de Colombia -Acodesi- se desempeñó como secretario ejecutivo durante año y medio, y como presidente alrededor de 8 años. Asimismo, fue profesor de Ciencias Religiosas en la Facultad de Ingeniería de la Javeriana. Actualmente, es asistente administrativo de la Fundación de Servicio Social Carlos González, en el Colegio Santa Luisa; profesor de Ética en el Colegio Mayor de San Bartolomé y Jefe de la Oficina de Control de Giros de la Pontificia Universidad Javeriana. Desde su gestión como educador, ha presenciado las transformaciones del modelo pedagógico jesuita y los hitos más representativos en este centenario, uno de los cuales fue el inicio de la coeducación. Este proceso inició en los años 70 por solicitud de las familias que expresaron su deseo de educar a sus hijas en los colegios de la Compañía de Jesús. “Las mamás más interesadas en la coeducación eran las que no tenían hijas, porque querían que sus hijos recibieran la formación e interactuaran con sus compañeras en el colegio”, comenta el padre como dato curioso. Aunque la primera institución en empezar este proyecto novedoso fue el Colegio San Luis Gonzaga de Manizales, en 1972; fue el Colegio San Francisco Javier de Pasto, que empezó la coeducación en 1974, el pionero de esta experiencia. Esta práctica pedagógica, distinta al modelo de colegios mixtos, se realizó de forma paulatina, empezando por el preescolar e implicó la identificación de las diferencias en las relaciones, la evaluación de los procesos educativos basados en roles de género, la adaptación de la planta física y la formación del cuerpo de profesores. En 1981, fue el turno del Colegio San Pedro Claver; en 1987, el Colegio San José de Barranquilla; en 1988, el Colegio San Juan Berchmans; en 1991, el Colegio San Ignacio de Medellín; en 1997, el Colegio San Bartolomé La Merced de Bogotá; y en 1998, el Colegio Mayor de San Bartolomé de Bogotá2. Estos cambios en los colegios facilitaron el trabajo cotidiano y le dieron una nueva impronta a la educación jesuítica; por ejemplo, ya no fue necesario buscar niñas de otros colegios para actividades como la danza o el teatro. “Viví la experiencia de la primera niña alcaldesa en el Colegio San Bartolomé la Merced (…) Los colegios se enriquecieron con la presencia de las niñas porque le dieron un un aire distinto”, expresa. «… aconseja a todos los nuevos educadores de la Compañía que amen lo que hacen y vivan su vocación con pasión». Una de las experiencias más significativas que se incluyeron en el modelo educativo jesuita surgió en 1988, por iniciativa del P. José Leonardo Rincón, SJ, quien propuso la creación del Curso-Taller Nacional de Formación Integral, un espacio de formación en liderazgo ignaciano, trabajo colaborativo, discernimiento y conocimiento personal. Está dividida en tres momentos: conocerse a sí mismo, conocer y interactuar con los otros y proyectarse a un compromiso. Por el momento, se han realizado 35 versiones

La cruz y la gloria van unidas

La cuaresma nos va presentando elementos que sintetizan todo lo que es la historia de la salvación y al mismo tiempo, el itinerario de nuestro compromiso cristiano. Las lecturas de este domingo nos ofrecen dos elementos muy valiosos. Por un lado, está la petición que Dios le hace a Abraham que implica que sacrifique a su hijo. Por el otro, está la escena de la Transfiguración que nos lleva a reconocer esa doble realidad que se hace presente en la vida de todo cristiano: la cruz y la gloria. En cuanto a la primera realidad que se nos presenta en la primera lectura, nos habla de sacrificar lo más valioso, que es su propio hijo y ofrecerlo al Señor, así sea el heredero de la promesa. Tomar la decisión de emprender la aventura del seguimiento de una vocación, de un llamado, es jugarse el todo por el todo, es arriesgarse a ir en busca de lo desconocido, confiando en la palabra y en la promesa de Dios. Eso es lo que llamamos fe y la actitud de Abraham, la propia de un creyente. El segundo aspecto para interiorizar lo encontramos en el evangelio. La escena de la Transfiguración nos presenta la doble realidad del dolor y la alegría como componentes de la vida ordinaria, de la realidad de cada día. No siempre podemos pretender que todo sea gozo, alegría, triunfo. El otro elemento que aparece nos habla del dolor, el sufrimiento, la muerte. Muchas veces pensamos que solo podemos vivir en medio de la alegría, que el dolor no pertenece a la realidad de la vida humana, que es algo ajeno, que no nos corresponde asumirlo. Sin embargo, no podemos olvidar que para llegar a la gloria de la resurrección es necesario pasar por el dolor de la cruz, que el Viernes Santo conduce necesariamente a la gloriosa mañana del Domingo de Pascua, que del monte Calvario se llega al monte Tabor. Con frecuencia me he puesto a pensar lo que puede significar la vida para aquellos que todo lo tienen, que no saben lo que significa el dolor, que pretenden resolver con soluciones materiales los problemas que se les presentan. Son personas para quienes el horizonte de vida, el sentido de la misma, puede llegar a ser muy estrecho y corto. No hay desafíos, no hay retos que entusiasmen y apasionen. Al mismo tiempo, cómo aparece la creatividad, la recursividad para solucionar la problemática que afecta a quienes cada día deben enfrentarse a las situaciones más complejas y difíciles. No se dejan vencer por los obstáculos, el sentido y el horizonte de la vida son amplios. Miro cuál es el panorama de nuestra patria y me encuentro con elementos que me permiten afirmar que estos dos elementos se dan en la cotidianidad de un país que quiere lograr su pleno desarrollo, pero se ve sumergido en la crisis, en el dolor, en la zozobra, en la muerte y la destrucción. Al mismo tiempo, los signos de paz, de esperanza, de actitud positiva, nos llenan de optimismo. Debemos aprender a convivir con esa doble realidad, sin pretender que sea solo una u otra. Se dan las dos, se entremezclan y nos desafían.

Promover la cultura del cuidado

La oficina PCCP (Promoción de una Cultura Consistente de la protección) tiene el gusto de invitar a las obras de la compañía de todo el país a participar en el curso virtual gratuito «Entornos protectores en la iglesia» ofrecido por la Oficina del buen trato de la Arquidiócesis de Bogotá. Este es un programa formativo encaminado a fomentar la cultura del cuidado en nuestros ambientes eclesiales en pro del bienestar de los niños, niñas, adolescentes y personas vulnerables. Fechas: 10 de abril al 24 de mayo. Unidades temáticas:  Entornos protectores Violencia sexual Factores de riesgo y de protección Activación de la ruta   Modalidad: Asincrónica. Cada unidad de trabajo se habilita durante 10 días en la plataforma de Unimonserrate virtual, tiempo en el cual el estudiante accede en el horario que desee, desarrolla los contenidos y envía las actividades. La única reunión presencial es la sesión inaugural en la ciudad de Bogotá, asistencia no obligatoria. Dedicación: mínimo seis horas (no consecutivas) por cada unidad para desarrollar las actividades y enviarlas en las fechas determinadas. Interesados escribir a Patricia Santamaría, coordinadora de la oficina PCCP: oficinapccp@jesuitas.org.co a más tardar el martes 5 de marzo. 

Las tentaciones del mundo moderno

Cuando leemos ciertos pasajes del Evangelio tenemos el peligro de pensar que son hechos, acontecimientos y enseñanzas de un tiempo pasado, que no son cosas para el mundo del siglo XXI, que hoy los problemas son diferentes y que, por lo tanto, debemos buscar en otro lugar aquello que nos pueda iluminar para el mundo de la informática y la automatización. Nada más lejano a la realidad. Analicemos y encontraremos la razón del error en el cual podemos caer todos. Es cierto que la escena de las tentaciones de Jesús en el desierto hoy sería diferente. Pero lo que cuenta es el sentido y el mensaje que nos entregan para un mundo complejo, globalizado y con problemas muy diferentes. Lo que no puede cambiar es la luz que nos dan para la vida ordinaria de las personas y los pueblos. Uno de los grandes pecados, para llamarlo de alguna manera, del mundo contemporáneo es su afán de la eficiencia, de productividad y consumo exagerado sin dar tiempo al análisis de las personas, a que se cuestionen sobre la conveniencia o no de comprar algo, de decidir algo. Podríamos decir que el lema de un mundo así es “compre y consuma, no piense”. Si nos descuidamos, el mundo de la moda, de la información y la sociedad de consumo, nos estarían determinando qué hacer, qué decir, qué comer, qué comprar y casi qué pensar. Quien se deja llevar de todo esto, sin una actitud crítica, vende su alma a la sociedad del bienestar, del lujo y del vacío. Un segundo elemento que nos afecta es el descubrir que hay personas, grupos, países y organizaciones que se arrogan el derecho de sentirse o ser, según ellos, los dueños del mundo. Se creen con la libertad de determinar qué es bueno y qué es malo: cuándo y cómo se debe invadir un país, cuáles deben ser sus opciones y alianzas. Más aún, se creen poseedores del derecho a establecer las sanciones para todo aquel que infrinja sus normas o las contradiga. Esto lleva a una nueva forma de dominación ya superada en la historia de la humanidad, la cual va en contra de las libertades personales y sociales. Y cuando esto pasa al campo de lo religioso, las cosas se vuelven más complejas, pues aparece la intolerancia que ha causado tantos males y muertos a la humanidad. No necesitamos retroceder demasiado en la historia de la humanidad para darnos cuenta de lo que han sido las consecuencias de los fanatismos a diversos niveles y, particularmente, en el campo de lo religioso. Hay un tercer elemento que nos está destruyendo. La pérdida de los valores a nivel personal, familiar y social nos ha llevado a ser exageradamente materialistas, a perder el horizonte de lo espiritual y del sentido del porqué hacemos o dejamos de hacer algo. Nos hemos acostumbrado a vivir en función de aquello que es palpable y consideramos que esos valores que no se ven, que no producen, no son importantes. Qué equivocados estamos cuando pensamos de esa manera. El futuro de nuestras familias, de nuestras ciudades, de nuestros países y del mundo, está en la tarea de rescatar los valores, de resignificarlos en un contexto como el actual. Como vemos, el mundo actual sí tiene peligros y tentaciones. Lo que Jesús nos enseña es a no dejarnos deslumbrar por lo aparente, por lo que brilla y se acaba.

Participación de la Región Bogotá – Soacha en la Inmersión Ignaciana 2024

Un equipo de la Región Bogotá – Soacha participó en la Inmersión Ignaciana, que tuvo lugar del 1 al 3 de febrero de 2024 en la hermosa ciudad de Pasto. Este evento, que reunió a delegados y delegadas de diversas obras y regiones de la Compañía de Jesús en Colombia, nos sumergió en una experiencia profunda de Espiritualidad Ignaciana que, guiada por el discernimiento colectivo en diálogo con las Opciones Fundamentales del Proyecto Apostólico de Provincia, nos permitió profundizar y renovar nuestro compromiso con la misión de Reconciliación y Justicia, como cuerpo apostólico regional. Uno de los elementos centrales de esta experiencia fue la reflexión crítica sobre el Informe Final de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición. Como Región Bogotá – Soacha, en consonancia con nuestro apostolado educativo, hemos asumido la estrategia ReconoSiendo como proyecto común para conocer y reflexionar críticamente sobre las dinámicas de violencia en el país, los impactos diferenciales a comunidades y pueblos, y las iniciativas de paz. Así pues, esta Inmersión Ignaciana, nos ayudó a precisar nuestra apuesta común regional para escuchar el llamado de los pobres y los vulnerados en sus derechos para vivir y promover la amistad social. «La fuerza de sentirnos trabajando en un espíritu común» fue un lema que resonó a lo largo de estos días de Inmersión Ignaciana. Este encuentro no solo buscó entusiasmarnos con grandes apuestas, sino también inspirarnos a concretar el amor en lo pequeño y cotidiano. Sintámonos, entonces, invitados a traducir en la vida cotidiana de nuestra Región lo experimentado en este espacio como cuerpo apostólico de la Compañía de Jesús en Colombia. Que el Espíritu continúe guiándonos en nuestra labor diaria, sigamos buscando razones para encontrarnos y para construir juntos el cuerpo apostólico querido en la Región Bogotá – Soacha.  

Anunciadores de buenas noticias

Con frecuencia, las personas que dan noticias lo suelen hacer para comunicarnos lo negativo, lo que hace daño, porque es lo que causa impacto, sensación y se convierte en comentario de todos en diferentes sitios y por diversas causas y razones. Algo semejante sucede cuando se dan noticias muy positivas, llenas de gozo y esperanza. No es común que una buena noticia se guarde, como le sucede a la persona del evangelio de este domingo a quien Jesús le dice “no se lo cuentes a nadie”. A continuación, el texto nos dice “pero aquel hombre comenzó a divulgar tanto el hecho, que Jesús no podía ya entrar abiertamente en la ciudad”. La petición de Jesús tenía sentido en cuanto que no quería convertir la curación de este hombre en un show de los medios de comunicación de aquel entonces, la tradición oral, sino que prefería pasar desapercibido aplicando aquello de “que el bien no hace ruido y el ruido no hace bien”. Estamos acostumbrados a la información inmediata, al instante, como decimos, en vivo y en directo desde cualquier lugar del mundo. Así hemos conocido tragedias, grandes acontecimientos, crisis mundiales, eventos deportivos y tantas otras cosas. Pero me surge una pregunta ¿por qué no podemos ser anunciadores de buenas noticias? No podemos pensar que en el mundo actual podamos hacer lo que nos dice la primera lectura cuando había un leproso en el pueblo de Israel “el que haya sido declarado enfermo de lepra, traerá la ropa descosida, la cabeza descubierta, se cubrirá la boca e irá gritando: ‘¡estoy contaminado! ¡soy impuro!’ Alguien así sería lo que yo llamo anunciador de malas noticias. Situación dolorosa que no se compadece con un profundo sentido de solidaridad y de empatía que debe haber en toda persona que se reconoce como creyente. El dolor ajeno no puede convertirse en titular de prensa o en noticia de primera página. El apóstol Pablo en la segunda lectura nos dice “todo lo que hagan ustedes, háganlo todo para gloria de Dios”. Esa es la manera como podemos convertirnos en anunciadores de buenas noticias, en sembradores de esperanza, en testigos del anuncio del evangelio, que es la buena noticia por excelencia. Hace algún tiempo leía una historia sobre alguien que va a comentarle algo sobre otra persona a su maestro. Antes de que comience a hablar, el maestro lo invita a que lo que le quiere compartir lo pase por un triple filtro y luego considere si lo debe decir o no. Son tres preguntas que debe hacerse previamente: la primera ¿es necesario? Si la respuesta es no, debe callar. Si la respuesta es afirmativa, debe pasarla por el segundo filtro ¿es verdad? Si la respuesta es negativa, no debe manifestarlo; si es afirmativa, debe someterse a un tercer filtro ¿hace bien? Si la respuesta es negativa, debe callar, solo si la respuesta es afirmativa, podrá decirlo, pues es necesario decirlo, es verdad y hace bien. Creo que ese es el sentido de quien es anunciador de buenas noticias, pues lo que comparte, lo que comunica cumple con esos tres filtros, aunque produzca dolor el decirlo. Cómo cambiarían las cosas si cuando vamos a hablar, nos hacemos esas tres preguntas, evitaríamos hacer mucho daño y haríamos mucho bien.

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