fbpx

El Dios siempre presente

Las situaciones de la vida nos colocan en circunstancias que nos interrogan, nos cuestionan y exigen de nosotros una respuesta adecuada. Pensemos en lo que sucede cuando muere un ser querido, cuando tenemos una grave dificultad económica, cuando las relaciones con alguna persona querida se alteran. No entendemos lo que sucede, nos sentimos angustiados e intranquilos. Y si esto nos sacude interiormente, en lo más profundo de nuestro ser, las cosas se hacen más complejas. Analicemos y veamos por qué. Más de uno de nosotros se puede haber encontrado en una situación semejante a la que nos narra el Evangelio de este domingo. Repentinamente surge una tempestad que amenaza con hundir la barca, el viento es fuerte, “un huracán”. Todos los que van en la barca se atemorizan. Jesús duerme. Lo despiertan y le reclaman “¿no te importa que nos hundamos?”. Jesús calma el viento. Ellos quedan sorprendidos y surge la pregunta “Pero, ¿quién es este?”. Ellos no comprenden lo que ha sucedido, solo que han recuperado la calma. El peligro ha pasado. El Señor está siempre presente en las diversas situaciones y circunstancias de nuestra vida. El camina a nuestro lado, comparte nuestra situación. Es el Dios que se ha hecho uno de nosotros, que sabe del dolor y el sufrimiento humanos. Nos enseña la manera de hacer frente a esas situaciones, a descubrirlo presente y actuante en nuestra cotidianidad. Es hacer vida la escena del Evangelio. Una noche cualquiera, un viaje en barca, una tempestad que aparece imprevistamente. Es posible que creamos que Él está dormido, que se ha alejado, que está muy ocupado. Realmente no es así y no debe serlo. ¿Somos capaces de descubrir al Señor siempre presente en los diversos momentos y circunstancias de la vida? Vale la pena analizar la manera como reaccionamos ante esos imprevistos que nos desacomodan, nos inquietan y nos hacen perder la paz interior. El mensaje de este domingo es una invitación a ser capaces de reconocer en lo ordinario de la vida a ese Dios siempre presente, a no dejarnos intimidar por la dificultad que pueda surgir en un determinado momento. Quizás es para cada uno de nosotros el reclamo que Jesús hace a los discípulos “¿aún no tienen fe?”. Es la manera de decirnos y de invitarnos a revisar las actitudes que tenemos en la vida. Las cosas no suceden gratuitamente. Hay una enseñanza para la vida en cada una de ellas. Necesitamos saber leer, saber discernir, saber analizar. Eso se va aprendiendo con el paso del tiempo y con la actitud que asumamos ante cada una de las cosas y circunstancias. Nuestros miedos son más resultado de nuestras inseguridades que realmente inquietantes. Por eso, si estamos atentos a esos signos y a su lectura, podremos caminar con mayor seguridad en ese sendero de seguimiento de Jesús, que es la esencia de nuestro ser como cristianos.

Feliz día del padre

Una nueva celebración nos llega este domingo. Es parte de las celebraciones que desde hace algún tiempo, no sé exactamente cuántos años, nos llega por aquello del comercio, la sociedad de consumo y demás promociones y campañas. Esto no lo podemos negar. Sin embargo, vale la pena aprovechar la oportunidad para pensar un poco más a fondo el mensaje que nos puede dejar, tomando las cosas con un sentido de reflexión. Desde hace muchos años, casi un siglo, surgió el día de la madre, merecido, por cierto. El mundo vive de celebraciones, las necesita para romper la rutina, para salir de lo ordinario. De allí han ido surgiendo los diferentes días que son promocionados y anunciados como ocasiones especiales. No nos quedemos en lo externo y comercial.  Pensemos que bien vale la pena dedicar un espacio en nuestro diario vivir, unos minutos a reflexionar sobre lo que significa el ser padre dentro del contexto de nuestra vida. Llegamos a la vida por la decisión de un hombre y una mujer. Ellos, con el paso del tiempo, nos van formando, nos dan su amor, van haciendo de nosotros personas con un sentido de la vida y una misión en el mundo. Sobre la madre se ha hablado y escrito mucho. Normalmente, no sucede lo mismo con el padre. Es alguien que juega un papel importante en nuestro desarrollo, aunque su misión pueda estar más orientada hacia fuera del hogar, por su mismo trabajo, es alguien que tiene una tarea y una misión hacia el interior de la familia. Es la persona que ofrece la seguridad, que complementa la misión de la madre, que debe convertirse en amigo de sus hijos, que estos lo busquen en los momentos más importantes de su vida, en la toma de decisiones. El padre no puede ser únicamente el proveedor de lo material, quien vela por el sustento, porque nada falte. Ser papá es asumir el compromiso de formar esos seres que Dios le dio, sus hijos e hijas, preparándolos para la vida, para enfrentar los desafíos y retos que la misma vida les va colocando. Pienso en los adolescentes y jóvenes de nuestro mundo y de nuestro país, pienso en sus temores y ansiedades, en sus dudas y preguntas, en sus incertidumbres y pasos vacilantes. ¿Dónde deben encontrar el apoyo, el consejo y la orientación? En su padre, en la persona que, por la experiencia de la vida puede ser ese guía y consejero. Sin embargo, la realidad nos muestra algo diferente. El gran vacío de comunicación que hay entre papás e hijos. No sucede lo mismo, ordinariamente con las mamás. Hay en ellas una mayor cercanía y confianza con sus hijos. Qué bueno que hoy, al caer en la cuenta de la misión de ser papá, cada uno de mis lectores que lo son o están en camino de serlo comprendan el llamado que la vida misma les hace para que sean en verdad padres para sus hijos, ante todo con el ejemplo de vida, con los valores y actitudes que deben ser para los hijos; testimonio de un camino seguro que se ha de recorrer en la vida. Acuérdate, papá que lees esta columna, que no te puedes quedar solo en lo material y económico, que debes ir más allá y darle sentido a la vocación de ser padre. Por eso, feliz día del padre para todos los papás en su día.

Diciendo y haciendo

Siempre he pensado que la realidad de la vida nos enseña que no se trata solamente de hablar, de decir cosas. Se trata de hacer realidad en la cotidianidad de la vida lo que expresamos con nuestras palabras, lo que dice el adagio popular “diciendo y haciendo”. Quizás mis lectores se pregunten por qué afirmo lo que digo. Trataré de explicarlo. En el pasaje del Evangelio de este domingo le cuentan a Jesús que su madre y sus parientes lo están esperando. Hace una pregunta ¿quiénes son mi madre y mis parientes?  Luego, mirando a los que estaban sentados alrededor, dice: “Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de Dios”. En otra versión dice: “el que escucha la palabra de Dios y la cumple”. El sentido es el mismo. Se trata de cumplir lo que expresamos con nuestras palabras. Se trata de lo que podemos llamar coherencia de vida. Que nuestras acciones respalden  nuestras palabras. O como dice el adagio “obras son amores y no buenas razones”. La coherencia de vida es garantía de asumir un compromiso real y efectivo, de respaldar el discurso  con las obras. Pienso que la realidad de nuestra vida sería muy distinta si cada uno de nosotros hiciera realidad el decir y hacer. Que fuéramos más cautos en las palabras pues deben ir respaldadas por las obras. Otra sería la vida si cumpliéramos lo que prometemos. Desafortunadamente, muchas veces el cumplimiento se vuelve cumplo y miento, es decir aparentemente cumplo, pero interiormente sé que eso es de dientes para afuera, como decimos. Nos falta  asumir el compromiso serio de respaldar con obras la palabra empeñada. El papel aguanta todo, cuando se trata de textos escritos; el viento se lleva las palabras como el humo. La insistencia de Jesús en decir y hacer es clara. De nosotros depende que la asumamos como un compromiso de vida, como la garantía de empeñar nuestra palabra como algo sagrado, como lo era para nuestros mayores pues ellos todo lo hacían basados en el carácter sagrado de la palabra empeñada. No se necesitaban documentos adicionales, los negocios se hacían con la palabra como garantía. Hoy, nos encontramos ante una realidad muy distinta. A pesar de los documentos firmados, los compromisos se quebrantan, los pactos se trasgreden, la palabra no se cumple. Por eso, andamos como andamos. La credibilidad de las personas se ha ido perdiendo; lo mismo sucede con las instituciones. Todo tiene una razón de ser: no se cumplen las promesas hechas y esto trae consecuencias serias, a veces graves, para la convivencia entre personas, grupos, naciones y en el mundo. Los invito para que hagamos un esfuerzo de darle sentido a lo que decimos siendo coherentes con lo que hacemos. Que lo uno sea respaldo de lo otro. Que seamos ejemplo de lo que expresa el titular de esta columna “diciendo y haciendo” o como dice el refrán popular “más pica y menos pico”. La coherencia es una garantía de credibilidad.

Signo de unidad, vínculo de caridad

Decía el adagio “los jueves grandes en el año tres son, jueves santo, de corpus y de la ascensión”. Por esas cosas de los lunes festivos (en cuanto a lo civil) y de la supresión del precepto o fiesta de guarda (en cuanto a lo religioso) solo queda uno de esos jueves, el santo. Los otros dos pasaron al domingo (en lo religioso) y al lunes siguiente (en cuanto al festivo civil). Celebramos este domingo la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo. Esta fiesta está en íntima conexión y relación con la celebración del jueves santo, solo que la fiesta que nos ocupa está totalmente centrada en la eucaristía como el modo que Jesús instituyó para quedarse con nosotros y ser nuestro alimento espiritual. Ya lo había dicho Él mismo “quien come mi carne y bebe mi sangre, está en mí y yo en él y tendrá vida eterna”. La Eucaristía es regalo y es don porque nos fortalece, nos da sentido de unidad y fraternidad. Reunirnos en torno a la mesa del Señor para partir el pan eucarístico es construir unidad, es crear comunidad. Es sentirnos llamados a hacer de nuestra vida un testimonio de esa unidad que surge del partir y compartir el pan en la mesa del Señor. Es, al mismo tiempo, vínculo de caridad porque el compartir el pan nos lleva a hacer realidad en la vida diaria el sentido profundo de solidaridad con el más débil y el más necesitado que debe brotar de la mesa eucarística. No podemos, como nos lo dice el apóstol Pablo, compartir la mesa del Señor, partir el pan, si tenemos conciencia de que hay hermanos nuestros que pasan hambre, que tienen necesidad y que nosotros somos para ellos hermanos en la fe, en la esperanza y en el amor. Ha de ser un amor hecho vida, en las situaciones particulares y concretas de cada uno. Reunirnos a escuchar la palabra del Señor, a partir el pan, es también sentirnos convocados para ser solidarios, para ejercer el ministerio de caridad con nuestros hermanos, rostros vivientes de Cristo en el mundo y el momento actual. Pensamos con frecuencia, especialmente los varones, que la Eucaristía es asunto de ancianos, señoras y niños. No hemos caído en la cuenta de que todos, no importa la raza, el género, la edad, el nivel social, tenemos necesidad de fortalecer nuestra vida espiritual para ser capaces de hacer frente a los desafíos del tiempo presente. Desafíos que son cada vez más complejos, más agobiantes y, para lo cual, necesitamos fortaleza interior para afrontarlos. Ahí, la Eucaristía tiene un profundo sentido de alimento y sostén. Construir unidad y crear vínculos de caridad es algo que todos necesitamos en nuestro diario caminar como creyentes. Quiero invitar a todas las personas que lean esta columna a hacer un compromiso serio de participar más frecuentemente en la Eucaristía, de recibir el cuerpo y la sangre del Señor como ese alimento esencial en la vida.

El Dios en quien creemos

Más de una vez me han preguntado ¿tú crees en Dios? ¿Cómo puedes demostrarlo? Y siempre he respondido: Yo creo en Dios, para creer en Él, me basta mirar hacia mi interior y allí lo descubro. Por las acciones que Él realiza, por la manera cómo actúa por medio de su Espíritu, por el amor que me muestra al haber entregado a su Hijo para salvar a la humanidad y liberarla del pecado. Yo creo en Dios y me siento feliz de poder decirlo y compartirlo con las personas que leen esta columna. Es una fe que me llena de gozo y que le da sentido a mi vida. Si a usted, la persona que lee esta columna, le hicieran las mismas preguntas, ¿qué respuesta daría? ¿Cuál sería su experiencia de Dios y cómo la compartiría? Quiero invitar a cada una de las personas que leen esta columna a dedicarse unos minutos y responder esas dos preguntas. Hágalo con total sinceridad, sin buscar respuestas prefabricadas. Le doy algunas pistas: mire su existencia, descubra en ella las huellas del paso de Dios por su vida, identifique lo que puede considerar que son regalos del amor de Dios, que son manifestaciones de su bondad. Celebra la Iglesia la solemnidad de la Santísima Trinidad. Es la fiesta de nuestra fe, por expresarlo de una manera sencilla. Es el día en el cual reconocemos a ese Dios que se nos manifiesta, el Dios en quien creemos, un Dios que son tres personas distintas y un solo Dios, como decimos desde niños cuando lo aprendimos en el catecismo. Todo eso, es algo que debe llenarnos de una profunda seguridad interior y que nos permite exclamar con san Agustín “oh dicha tan antigua y tan nueva, cuán tarde te conocí… eres más íntimo a mi mismo que mi propio ser”. Reconocer nuestra fe en un Dios que es Padre, creador, es descubrir el amor hecho vida y manifestación de la bondad. Confesarlo como un Dios que es Hijo, nos invita a proclamar la cercanía y el compromiso de ese mismo Dios con la historia de la humanidad, haciéndose uno de nosotros, compartiendo las situaciones y circunstancias de la vida. Es expresar la acción de un Dios amor, que por la fuerza del Espíritu, es santificador, es consolador, es acción. Todo esto lo encuentro expresado en el Credo cuando manifestamos “creo en un solo Dios, Padre… Hijo… y Espíritu Santo”. Hay algo más. Esa fe la vivimos en la Iglesia, es la reunión de la comunidad de creyentes donde se comparte el pan de la palabra, el pan de la eucaristía, donde se celebran los sacramentos que son los canales como la gracia de ese mismo Dios nos llegan a nosotros los cristianos. Todos los sacramentos son administrados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Alabamos a Dios en la oración dirigiéndonos al Padre, por el Hijo, en el Espíritu. Es lo que cantamos y proclamamos en la liturgia de las horas y en todas las celebraciones. Dios es el compañero inseparable de nuestras vidas. Un Dios así es el Dios en quien usted y yo creemos y de quien queremos dar testimonio en nuestra vida. Un Dios que ama, que libera y santifica. El Dios que da sentido a mi vida.

Tres jesuitas reciben los ministerios laicales de Lectorado y Acolitado

El viernes 17 de mayo, 3 jesuitas en formación (2 de la comunidad de formación San Francisco Javier y 1 del CIF) recibieron sus ministerios laicales de Lectorado y Acolitado. Fue una bella ocasión para encontrarnos los miembros de las 2 comunidades, junto con el Provincial y el asistente para la Formación. Favio David y Andrés Felipe comenzarán su etapa de magisterio ahora a mitad de año, y Juan Luis continuará sus estudios de teología en el CIF. A continuación el breve testimonio de cada uno: «Recibir el lectorado y el acolitado en medio de una celebración tan sentida y llena de gracia como la vivida el pasado viernes 17 de mayo en la Comunidad de Formación San Francisco Javier junto a nuestros compañeros del CIF es un signo visible de esta bella consagración compartida y en constante construcción. Poder proclamar su Palabra y participar plenamente en el servicio del altar es una confirmación en este camino de seguimiento, donde, a pesar de mi pecado y mis limitaciones, Jesús me dice: “tú sígueme”. Ante el silencio indolente frente a la injusticia, Jesús, el Amor hecho carne, nos sigue preguntando día tras día: “¿Me quieres?”. (Favio David Guerra-Acero, SJ. Provincia Colombiana)   «Recibir los Ministerios Laicales, del lectorado y el acolitado junto con dos compañeros más, me hizo sentir muy agradecido con Dios y con la Compañía por este don que se me confía. Vivir dicha experiencia, en un tiempo en el que nos disponemos para la solemnidad de Pentecostés, me hace sentir abrazado y enviado. Las lecturas que la liturgia de estos días nos ha ofrecido, me han permitido experimentar la insistencia del Señor de ir a comunicar el amor que voy descubriendo». (Andrés Felipe Martínez, SJ. Provincia colombiana)   «Recibir los ministerios laicales fue una experiencia para reafirmar y para celebrar mi consagración como jesuita en camino al sacerdocio. Fue una experiencia para reafirmar porque sentí que por estos ministerios el mismo Dios me alienta y me auxilia en mi deseo de seguirlo, y que mis compañeros jesuitas (los que conozco desde antes de mi ingreso y los que conocí hace unas pocas semanas) me acompañan en esto. Fue una experiencia para celebrar porque tanto los que están cerca aquí en Bogotá como los que están lejos (en Uruguay y Argentina) se alegran conmigo de este paso». (Juan Luis Panizza, SJ, de la Provincia de ARU)

Rehacer la vida y construir la paz

De acuerdo con nuestro itinerario de la Región Bogotá-Soacha, el día martes 9 de abril de 2024, nos encontramos con los jóvenes de los colegios de Fe y Alegría (Torquigua, José María Vélaz, San Ignacio, San Vicente y Las Mercedes), el Colegio Santa Luisa, el Colegio Mayor de San Bartolomé, el Colegio San Bartolomé La Merced y la Casa Pastoral Nuestra Señora del Camino de Altos de la Florida, Soacha. El 9 de abril atrae sobre sí una memoria herida a causa de la indiferencia y la violencia, el miedo y la división en nuestro país. No obstante, cuando nos acercamos, dialogamos y sentimos juntos nuestra historia, se despierta en cada corazón la sensación de ser parte del mismo cuerpo, amado y enviado a la misión de reconciliación y justicia. Nuestras heridas sanan. Se recupera la esperanza y se descubre el gran valor de estar unidos en medio de la diversidad. Efectivamente, cada uno de los asistentes a esta experiencia regional, tuvo la oportunidad de conectar con otros, en un espacio de escucha de testimonios vivos del conflicto armado. Esta reflexión se hizo aún más sensible a través del lenguaje del teatro, la música y la construcción creativa y colectiva de las propias siluetas, que representaban la vida misma, con sus resistencias y afrontamientos resilientes. En la profundidad de cada corazón, Dios fue encendiendo una pequeña llama de fortaleza y alegría para asumir la historia común y, desde ahí, rehacer la vida y construir la paz. El camino de Regionalización se sigue inspirando en los grandes sueños de nuestra Provincia por hacer procesos de reconciliación y de justicia. Optamos por encontrar, en el diálogo y en el encuentro con los otros, una luz en el camino que permita avanzar hacia la esperanza de reconocer, en unos y otros, los signos de los tiempos que mejor orienten el paso.

La fiesta del Espíritu

Domingo de Pentecostés, cincuenta días después de la resurrección del Señor. La fiesta del Espíritu Santo, regalo de Jesús a la comunidad de creyentes, como la manera de estar presente de una manera diferente después de la Ascensión del Señor. Espíritu que fortalece y anima, Espíritu que transforma e ilumina, Espíritu que nos conduce a la verdad plena, que es vida y amor. Durante mucho tiempo, podemos decir que siglos, la Iglesia vivió con cierto olvido del Espíritu Santo. Nuestra experiencia de vida cristiana estuvo muy centrada en la persona de Jesús, sin que esto sea malo, y por Él al Padre. Nos olvidamos de esa presencia personal que es el don prometido por Jesús, cuando afirma “reciban el Espíritu Santo” por quien podemos decir “Jesús es Señor”, por quien recibimos diversidad de dones, desempeñamos diversidad de ministerios y tenemos diversidad de funciones; al mismo tiempo se nos dice que “en cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común”. Si leemos con cuidado la primera lectura de este día vamos a descubrir que los apóstoles cambiaron de actitud después de recibir al Espíritu Santo. Su timidez se convirtió en valentía, tanto que llegaron a desafiar a las autoridades judías, proclamaron que lo que hacían era en el nombre del Señor Jesús, dieron testimonio de la fe que profesaban con su propia vida, se convirtieron en mártires, testigos del evangelio que anunciaron. El Espíritu es quien llama a cada persona a realizar una misión en el mundo y en la comunidad de creyentes. Es el mismo Espíritu quien nos da la gracia, entendida como fuerza, para asumir la propia vocación. Así entenderemos mejor lo que significa vivir la propia vocación como misión. Es al mismo tiempo, llamado y envío. Por eso somos bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. La comunidad de Dios se hace presente en nuestra propia vida y nos impulsa a hacer realidad lo que nos dice al final del evangelio de Mateo “vayan por todo el mundo, hagan discípulos y bautícenlos”. El momento que viven la Iglesia y el mundo exige personas comprometidas, dispuestas a ser testimonio vivo de su fe y a contribuir a la construcción de un mundo más justo y más humano, más fraterno y más en paz, donde sea posible realizar los valores del evangelio en la vida ordinaria. Celebrar la fiesta del Espíritu Santo es tener la oportunidad de sentirnos Iglesia, de vivir como comunidad de creyentes que celebran su fe. Es experimentar la acción de un Dios que es Padre, que es Hijo y que es Espíritu. La vida en el Espíritu es el don que Jesús nos deja y, al mismo tiempo, es el don que podemos compartir con los demás.

“Mi vida de jesuita ha tenido y tiene mucho de ‘camino’”: entrevista al P. Juan Miguel Zaldua, SJ, con motivo de su paso por la rectoría del CIF

Artículo extraído de la edición marzo de Noticias de Provincia, la publicación mensual de Jesuitas Colombia ______________________________________________________________________________________________________________ Después de cinco años y medio de labor apostólica, el padre Juan Miguel Zaldua, SJ, se despide del Centro Interprovincial de Formación (CIF) – San Francisco Javier de Bogotá, una función que asumió desde el 27 de septiembre de 2018 por encargo del Padre General. Este oficio implicó la conducción, orientación y acompañamiento de la formación de los jesuitas estudiantes de teología de diversos países de Latinoamérica en cada una de sus dimensiones fundamentales. Desde el 01 de marzo de este año, el P. Marcelo Amaro de León, SJ de la Provincia de Argentina – Uruguay es el superior encargado de la formación en el teologado. El padre Juan Manuel “Potxi”, como lo llaman cariñosamente, nació en España, pero desde hace cincuenta y cinco años fue destinado a Venezuela. Conoció la Compañía gracias a su formación en el Colegio San Ignacio en Pamplona, España, y el testimonio de familiares que también optaron por la vida religiosa como jesuita: “mi vocación tuvo sin duda mediaciones familiares y educativas de las que se valió el Señor para que escuchara su llamado a la Compañía de Jesús. Si a esto le sumamos la vecindad de Pamplona con el castillo donde nació san Francisco Javier, ya tenemos el ingrediente “misionero” de mi vocación”, expresó. Su trayectoria en la Compañía lo ha llevado a desempeñarse en la pastoral universitaria, la pastoral vocacional y el plan de candidatos; como maestro de novicios, coordinador del Centro de Espiritualidad y director de la Casa de Ejercicios Quebrada de la Virgen (Los Teques), acompañante espiritual del filosofado y socio. Desde mediados de 2010 comenzaron sus destinos en la CPAL: secretario, en Río de Janeiro; delegado de formación, en Lima; instructor de Tercera Probación, en Cochabamba; y rector del CIF en Bogotá. “Como se puede ver, además de los rasgos vocacionales necesarios, ha sido importante tener siempre actualizado el pasaporte”. ¿Cómo se ha desarrollado su proceso formativo en la Compañía? Al terminar el bachillerato y a punto de cumplir diecisiete años, ingresé al noviciado en Loyola. Hice los Primeros Votos en Salamanca, donde estaba el juniorado que reunía a los jóvenes jesuitas de cuatro Provincias: León, Castilla, Loyola y Aragón. En ese momento, no sabía que desde allá comenzaría la experiencia “interprovincial” que marcaría mi vida. Aunque la Provincia de Loyola ya no enviaba novicios a Venezuela, mi tercera petición fue escuchada y el 17 de octubre de 1968 llegué a Caracas. Si me preguntan porqué Venezuela, no sabría responder. Quizá porque era uno de los países al que la Provincia de Loyola enviaba refuerzos, junto con el Congo y la misión india de Gujarat. Cuando estaba en Venezuela, para adaptarme mejor, me adelantaron la etapa de magisterio y me destinaron al Colegio Loyola de Puerto Ordaz fundado tres años antes. Ese año comenzaban en pleno todas las etapas: preescolar, primaria y secundaria (esta última era para muchachas y varones); y además era internado de varones. Estuve dos años con mucho trabajo y feliz de sentir que no me había equivocado. Después vinieron las dos etapas de estudios universitarios que hacemos los jesuitas: la licenciatura en Filosofía por la Pontificia Universidad Católica del Ecuador y el bachillerato en Teología por la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. En ambos lugares volví a experimentar la “interprovincialidad”, en Ecuador estudiaban jesuitas ecuatorianos, bolivianos, centroamericanos y venezolanos; y en Roma la variedad de nacionalidades que tenía el Colegio del Gesù era impresionante. Después de siete años seguidos de estar sentado en pupitres y rendir exámenes, no he vuelto a cursar estudios especiales. Mi formación ‘permanente’ después de la formación ‘inicial’ ha sido autodidacta, al ritmo y necesidades de los servicios que me ha pedido la Compañía. Aunque muchos no compartirán esto, para mí ha sido una gracia no haber tenido estudios especiales pues de ese modo la Compañía ha podido depositar en mí su confianza para muy diferentes tareas, destinos y lugares. Nunca agradeceré lo suficiente, de verdad. Terminada la Tercera Probación en 1980, comenzó mi vida apostólica y los sucesivos destinos. ¿Qué aspectos lo identificaron como rector del CIF? ¿Cómo considera que será recordado por las generaciones de jesuitas que pasaron por el centro de formación? Esta pregunta la tienen que responder los que han sido objeto de mi tarea como formador en la etapa de Teología… es decir, los que me han “padecido”. Han sido setenta jóvenes de todas las provincias latinoamericanas y algunos de Estados Unidos, África y Europa; más siete del equipo de formadores. Ojalá me recuerden por lo que la Compañía le pide a un formador de la etapa de Teología. Primero, por creer en la vocación del compañero y en la novedad que el Señor regala a la Compañía en cada vocación que suscita. En segundo lugar, por acompañar el descubrimiento y acogida de la invitación del Señor al ministerio ordenado, ofreciendo las indicaciones de los Ejercicios Espirituales, de las Constituciones, de las Congregaciones Generales y del magisterio de la Iglesia, y ejemplo del Papa Francisco, para así poder reconocer con alegría las manifestaciones del “cura” que queremos ser como jesuitas. También por formar sin “uniformar” ni promover un modelo único de jesuita. Finalmente por querer a cada uno de los compañeros y demostrarlo en la convivencia diaria y en la solicitud por su vida, su vocación, su familia, sus estudios, su trabajo pastoral… Espero que hayan sido más los aciertos que los errores debidos a mis limitaciones personales y mi deficiente proceder. ¿Cómo es la vida comunitaria en el centro de formación? Durante los once primeros años del CIF, debido al número de miembros, la comunidad estaba repartida en dos casas. Los cuatro últimos años vivimos en una sola casa lo que ha favorecido la convivencia interprovincial, internacional e intercultural, que es uno de los objetivos importantes de los CIF. Obviamente, una casa que acoge alrededor de veintiséis jesuitas cada año requiere de un proyecto comunitario, una organización interna

100 años de Misión Ignaciana. Episodio 10: Jesuitas en el mundo de las ciencias exactas, física y naturales

#Estreno ¡Ya está disponible el décimo episodio de 100 años de Misión Ignaciana! Nelson Velandia, SJ, profesor de Física de la Facultad de Ciencias de la Pontificia Universidad Javeriana, nos invita a agradecer al Señor por el trabajo de los jesuitas en Colombia en el campo de las ciencias, y guía una oración por la gracia de alegrarnos y disfrutar la Creación. Acompáñanos cada mes a través de Soundcloud y Spotify.   Anfitrión P. Nelson Velandia, SJ Profesor de Física en la Facultad de Ciencias de la PUJ   Idea Original Antonio José Sarmiento Nova, SJ   Realización Centro Ático Pontificia Universidad Javeriana   Voz en off de introducción y despedida María Alejandra Rojas Matabajoy   Diseño gráfico Laura Valentina Souza García Daniela Alzate Férez   Comisión litúrgica Conmemoración 100 años Antonio José Sarmiento Nova, SJ Enrique Alfonso Gutiérrez Tovar, SJ José Rafael Garrido Rodríguez, SJ Miguel Navarrete Tovar © 2023

Ir al contenido